Las vetustas torres de piedra fueron el indicador
perfecto para ese momento en el que recuperar el cuerpo significa liberar la
mente, y llegando a la entrada de un pequeño lugar, dejé el vehículo y me
adentré por las calles estrechas y angostas, de empedrado infinito y aceras
inexistentes, comenzando un viaje hacia el pasado, entre muros de piedra y
nombres de calles casi olvidados, al igual que las gestas de aquellos que los
nombraban.
Llegué a la plaza que se erigía como el centro donde confluían todas
las necesidades, todos los deseos, todas las inquietudes de las gentes que se
consideraban parte de la comunidad, algo que marcaba el ritmo de sus propias
vidas. Al encontrarme allí el tiempo pareció detenerse, y tuve que esforzarme
por ralentizar mis emociones, mi propia ansia, mis movimientos de buscador
infinito, y acoplarme al sosiego que me inundó al aparecer en aquel lugar
primario y privilegiado.
De nuevo sentí la necesidad de recrear innumerables
viajes y paseos por lugares perdidos y alejados de toda civilización, donde
aún era posible respirar esa atmósfera de pureza que se crea cuando los
problemas cotidianos son parte real de la vida de cada uno, y cuando vivir es
un sueño hecho realidad, más allá de los deseos ficticios que nos hacen anhelar
los insondables caminos que nos marcan los invisibles garantes de nuestros
destinos.
Una vez más, otra ocasión desde que mi soledad así
me lo hizo exigir, me convertía en el observador privilegiado de todo lo que se
presentaba ante mí, de este nuevo mundo que me acogía sin preguntas, que me
dejaba ser sin condiciones, que asumía mi aislamiento con el exterior, quizás
porque no era más que una imagen reflejada en otra escala, en otro nivel, en
otro universo paralelo.
Todo lo vivido hasta entonces en situaciones
parecidas volvió a mi memoria; recorridos por la geografía del mundo, buscando
el encanto de lo ínfimo, de los lugares que se giran en su propia esencia, ese
círculo que solamente se encuentra en la posibilidad de recrearte en lo que no
te abruma, no te colapsa, donde el tiempo parece detenerse, donde, si aprendes
a saborearlo, cada instante es un universo en sí mismo, y en cualquier rincón
puedes encontrar lo que durante una vida buscas sin hallarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario