Permanecí impasible, como si el tiempo y el espacio me hubieran acogido trasladándome a un lugar donde mis sentidos se hicieron uno, y casi al ritmo de la Música que atravesaba mi cerebro, comencé a avanzar por la inmensa entrada que dividía el caserón en dos partes perfectamente simétricas que terminaban en una escalera para acceder al segundo piso.
Tras de mí, la puerta volvió a cerrarse y la Música con la que fui recibido cambió hacia otra en la cual una maravillosa guitarra se empeñaba en hacer que mi piel se erizase cuando las cuerdas de acero atacaban con una sensibilidad exquisita uno de esos solos eternos que el gran Roy dejó para la eternidad.
Toda la planta inferior se encontraba a oscuras, y la única referencia para poder moverme sin peligro era el reflejo de la luz que había percibido desde fuera, por lo que suponiendo que era una guía preparada para mi visita, fui caminando lentamente hasta la base de la escalera, y cuando mis pies comenzaban el ascenso por los escalones, esa mágica conjunción de sentimientos vertidos a través de una epopeya musical en clave de recuerdo a la mente que nunca pudo ser porque sus dominios no eran de este mundo, comenzó a abrazarme con la esencia de una guitarra imposible y unos teclados que recreaban ese espacio donde perderse cuando nada tiene sentido.
Si en algún momento dudé al llegar a este lugar, todo lo que significara temor había desaparecido de mi ser, y supe que la escueta nota aparecida en el bolsillo de mi abrigo con la dirección del lugar y ese misterioso nombre que me requería para conocerme tenía un sentido más allá de la ilógica y enfermiza idea de los lugareños sobre seres que poseían almas a través de sonidos del diablo.
No hubo un intercambio de Música que no fuera el inmenso concepto de infinito que "Wish You Were Here" proponía, y continué subiendo la escalera, despacio, sin prisas, disfrutando de cada nota, cada halago hecho a mis deseos al hacerme este regalo para descubrir algo que se quería que conociese.
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