Me senté al borde de la acera. Ellos estaban cerca
de mí y me miraban con curiosidad. Un cachorrito de perro nos observaba a una
distancia prudente mientras se rascaba las pulgas. Miré al perro y le silbé
para que viniera a mí pero por más que lo miraba… no había manera. Uno de los
niños se sentó a mi lado.
“¿Quieres que haya magia?”
De inmediato contesté que sí. Sacó
de uno de sus raídos bolsillos un pañuelo, lo abrió y apareció una pequeña
piedra de cal.
“Es una piedra mágica. Sólo tienes que saber dibujar”.
Dibujó un hueso y silbó al perro.
Para mi asombro, el cachorro movió la cola y vino hacia nosotros.
“Para hacer magia se necesita saber qué es lo que necesitan los demás. Si se lo
das, o les ayudas a conseguirlo, la magia
aparece”.
Desde entonces, busco dibujantes
que pinten un mundo nuevo. Yo lo intento todas las noches pero no sucede, el
mundo no se transforma. He descubierto cuál es la causa. Desde luego, no es que
la tiza no sea mágica, es que soy un
mal dibujante.
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