LIX - II
¡Qué distinto
es un orgasmo cuando te llega mirando al techo o cuando sucede con la mirada
clavada en los ojos del otro!. No tiene nada que ver un tema musical escuchado
con los auriculares puestos, disfrutando de cada nota, a tenerlo con ese alma
gemela que sabes que siente esa misma nota y mueve sus piernas al ritmo al que
tú llevas tus entrañas.
La hora de la comida, si
puedes mantener una conversación inteligente, se pasa en un suspiro; aún no
sabes si el primer bocado te lo han dado o lo has dado y, sin embargo, cuando
comes solo, en media hora despachas el aburrido tiempo de ver comensales
llevando cubiertos a su boca...
No somos nada
y lo somos todo, quizás sería el equilibrio entre los dos polos opuestos el que
marcaría la diferencia pero nos cuesta demasiado hacerlo. Ser partícipe del
orgasmo, o no estar, o pensar que lo has provocado tú solo, es la diferencia
entre estremecerse con la caricia posterior o desear saltar de la cama para
enjuagarte... lo que sea.
Hablando de lo
importante, en la parte referida al orgasmo y el techo, obviamente cuando una
mujer, ser único en esas situaciones, se arquea con su cuerpo buscando el
infinito pero su cabeza se vence hacia atrás mientras sujeta a su amante para
no perder la realidad de con quién es, está y disfruta..., no dudo de la
autenticidad del momento sublime, mire al techo, se le tornen los ojos en
blanco o... vaya usted a saber.
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