El sonido del motor de mi moto me indicó que, si
quería, y si la decisión tomada había sido la correcta, ya estaba en marcha.
Realmente no sabía qué hacer, y mucho menos adónde ir, pero cuando un lugar se
te queda vacío, a pesar de sus cientos de miles de seres, de sus edificios, sus
locuras diarias y su podredumbre, lo mejor es no buscar entre los escombros de
los sentimientos, porque es muy probable que termines sepultado bajo un montón
de recuerdos inútiles.
Iba despacio, gustándome en mi conducción,
saboreando la brisa de la mañana que acariciaba mi rostro, observando, a través
de mis gafas, cada detalle de lo que pasaba ante mí, sabiendo a ciencia cierta
que sería la última vez que los percibiría en mi retina.
Habían sido demasiados años, o demasiado pocos,
nunca supe realmente si apuré cada instante o si el tiempo me absorbió a mí,
pero el nexo de unión real y efectivo que tenía con todo mi mundo en aquel
lugar ya no existía, y la vida significaba la nada en cuanto a lo que sentía en
mi alma, algo que no me dejaba margen para seguir.
Abandoné los límites de la ciudad, y el asfalto y
algunas torres de electricidad se convirtieron en mis compañeros de viaje,
buscando las viejas carreteras menos transitadas para poder seguir a mi ritmo,
con mi alma, mi espíritu y lo que viniera. El Sol despuntaba por el horizonte,
y noté su presencia en forma de agradable calor sobre mi cuerpo, por lo que,
aprovechando la cercanía de una gasolinera, detuve todo lo que llevaba, yo y mi
mundo sobre dos ruedas, y me acerqué a tomar una taza de café en el restaurante
que estaba situado junto a ella. La soledad del lugar, y la belleza de todo lo
que le rodeaba, me incitó a disfrutar de cada sorbo del reconfortante líquido,
observando el horizonte, escuchando los sonidos de un silencio que incitaba a
la calma, a que la mente vagara libre, como antes, como hacía demasiado tiempo.
Quedé enganchado con mis ojos mirando al infinito,
apurando cada trago de café de forma instintiva, sentado en al terraza del
local, con el Sol acariciando mi rostro y mi cerebro buscando un lugar hacia
donde ir, ese lugar añorado durante años de búsqueda con quien, al final, nunca
estaría conmigo…
Pasaron por mi mente las imágenes de tiempos
pasados, tiempos llenos de felicidad, compartiendo los momentos con todos los
que intentaron hacerse parte de mi vida, y al final con la única persona que
realmente se atrevió a vivir, a beber de mis instintos, a creer que podíamos
hacer el camino juntos, y que poco a poco fue quedándose en los sueños que
creamos.
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