martes, 7 de abril de 2020

54 - 2

Como espectador de la obra de teatro que se representa en el mundo en el que habito, no puedo por menos que sentirme impresionado por los distintos personajes que utilizan sin ningún pudor a otros actores de dicha obra. Pretenden hacer ver amistad donde sólo hay interés, y tarde o temprano la enemistad surge, una y otra vez, sin posibilidad de excepción alguna. 

Aunque los actores lo ignoren, la obra tiene una moraleja que va más allá de la realidad catódica; el estar dispuesto a todo por el propio interés significa recurrir a cualquier acción que les lleve a él. 

Si no lo consiguen con el halago, recurren a la cizaña, a hacerse los indignados o las víctimas para justificar sus cambios de imagen, su egolatría, su falta de escrúpulos, y no dudan en manipular a cuantos, en algún momento de debilidad, se jugaron el culo por ellos.

Hay veces, demasiadas veces para mi desdicha y demasiadas pocas para desdicha de ellos, que dejo de ser espectador y me convierto en actor, y es entonces cuando la droga de la escena se apodera de mí, y sin saber cómo ni cuando necesito mis quince minutos de gloria, esa gloria que me proporcionan los personajes que utilizan a los actores.

Pondré la sonrisa perfecta, elevaré mi ánimo y se reflejará en mi rostro. Miraré a mi alrededor para que los demás sepan quién soy, que me conocen, y conseguiré que en algún momento sus ojos brillen para que crean lo que siento.







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