miércoles, 29 de abril de 2020

Leyenda III


El último escalón marcaba la señal por donde debía continuar, y como si de un interruptor se tratara, el final de la escalera se convirtió en el último eslabón entre la escapada hacia un universo fuera del alcance de los hombres y lo real, que abandonada en la primera planta del vetusto caserón.

Fue entonces cuando las voces de los eternos quejidos de las entrañas comenzaron a entrelazar temas que me daban la mano para dirigirme hacia la luz que iluminaba una pequeña sala apenas perceptible por las sombras que la rodeaban.

El juego de la luz y las sombras, que me hicieron intuir que lo provocaba una llama surgida de un viejo candelabro, de manera mágica se componían con la Música que seguía haciéndome el amor tema tras tema, entre voces, guitarras, teclados o violines, perfectamente ensambladas para que lo físico y lo mental fueran uno, y poco a poco los metros que me separaban de la puerta de la que parecía surgir todo fueron dando paso a imágenes de tiempos pasados, cuando los músicos se empeñaban en recrear en sus manos todo lo que el intelecto y las notas hacía llegar en forma de sentimientos.

Con el final de un himno eterno perdiéndose en mis oídos, alcancé el marco de la puerta y accedí a la habitación; la magia se podía sentir, el silencio no era más que una parte de todo lo que la Música iba creando, y entre las formas que se peleaban por reflejarse en la pared, la figura de un hombre apoyado en lo que parecía un piano se elevaba hasta cubrir cada rincón de la sala.

El piano cobraba vida y las viejas manos se deslizaban por sus teclas como la más sutil de las bailarinas flotando sobre el escenario. Una inacabable sesión de emociones se apoderó de mí, iba reconociendo cada melodía, cada impulso con el cual mi corazón latía, acoplado a cada uno de los golpes sobre las preciosas teclas negras y blancas que parecían no tener fin.

Tras la eternidad y un día de melodías inmensas, una voz rasgó el silencio, traspasando la memoria y el tiempo, llevándome hasta mi propia vida antes de mi llegada al mundo, con las letras de mi propio epitafio cubriendo el muro de mis recuerdos, dejando el final sin escribir sobre la nada.

La Música seguía sonando, el piano desaparecía de mi vista y las manos acariciaban el aire, cuando unos ojos penetrantes y llenos de vida me miraron, y en medio de ese solo que siempre quieres escuchar pronunciaron mi nombre para aseverar tras él... "he esperado océanos de tiempo para verte, por fin esta Música tiene sentido"



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