domingo, 22 de noviembre de 2020

El Olvido

 


Habían pasado más de veinte años, y no era la ocasión propicia para aparecer de nuevo en ese lugar. Nunca sabes cuando el destino decide hacerte la llamada, ni el motivo para hacerla.

Me costó mucho girar el pomo de la puerta, la que daba acceso al lugar donde miles de veces necesitaba entrar para sentirme liberado, ajeno al mundo y a todo lo que no fueran mis ansias por ser yo mismo. La mano temblaba, pero a fin de cuentas no tenía otra opción, de modo que sin poder calmar la respiración y aspirando el aire de manera torpe, como si estuviera aprendiendo de nuevo a hacerlo, abrí la vieja puerta que mantenía el color que siempre odié.

Una vez dentro, mi mente se hizo la dueña de la situación, y me dejó a un lado para definir qué pasaría dentro de esos pequeños metros cuadrados que me marcaron como ser humano y como persona.

La ventana se encontraba abierta, y la luz de la noche inundaba todo el espacio, pero en instantes todo pareció encenderse y una dulce melodía acarició mi piel mientras mi silueta de décadas atrás se desprendía de mi cuerpo dirigiéndose hacia el lugar donde mi querido Amigo de toda una vida, el tocadiscos que me acompaña desde que soy yo mismo, esperaba siempre para dejarse acariciar.

El brazo buscaba los primeros surcos para hacerles el amor, con el pequeño diamante transformado en ese amante que te hace hablar, gritar, susurrar tras el acto, y las notas de una guitarra excepcionalmente tocada por las manos de un genio me llevaron hacia la nada más absoluta, sintiéndome el amo del universo.

Seguía amándome, esas cuerdas de acero me hacían el amor y yo me dejaba llevar, al son de lo que mi mente requería y con los nombres de tantos y tantos mitos atravesándome las entrañas. Era mágico, algo que siempre quise explicar y que sin embargo nunca pude hacer, a pesar de transmitir de algún modo esa pasión que me ha hecho ser en gran parte de mi existencia. Nunca pude llegar a acercarme para poder enseñar ese sentimiento, y ahora, en los confines de mi mente y con la imaginación trasladándome por los insondables caminos del tiempo, volvía a sentir de manera plena todo lo que hacía que me perdiera cuando me encontraba solo. 

La guitarra, el bajo, los suaves teclados, las cuerdas de unos arreglos hechos arte, todo estaba de nuevo allí, en el mismo lugar, en la misma habitación donde los dioses me hacían ser uno de ellos, con mis manos acariciando el negro vinilo y sabiendo, aún a oscuras, como depositarlo en ese lugar que le hacía girar para expresar amor, deseo, pasión.


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