Del mismo modo que un pedazo de mi ser se
desprendió de lo que soy para atravesar la estancia y volver a sentir los
pedazos de gloria entre sus dedos mientras buscaba el viejo tocadiscos, esas
imágenes difuminadas que eran más sonidos que visiones se movían de manera
errática al son de lo que nos abrazaba, la guitarra y el inmenso placer de
sentirla arañándote la piel.
Volví a “ver” esas manos que hacían de genio
mientras nos embobaba con su manera de acariciar el acero, como en la bruma que
atraviesa y se posa en el río una mañana de invierno, y los rostros expectantes
por lo que pudiera venir después.
Toda mi infancia, la juventud y parte de mi
historia como adulto alrededor de la Música ha sido una escucha más que una
percepción visual de la misma, y así lo he entendido siempre, a pesar de las
nuevas formas de hacerla llegar, a pesar de lo que te sugiere disfrutar de unas
manos, una garganta en pleno éxtasis, unos pies que marcan el ritmo y dan
sentido a todo lo que llega tras esos momentos.
Nunca he sentido nada igual como en los
momentos en los cuales mi imaginación libre y en estado puro de pensamiento “veía”
lo que mis entrañas deseaban, dejando que todo lo que mi alma quería de la
Música se hiciese parte de mí, y ahora seguía igual, con la luz de la noche
atravesando con sigilo la ventana y el pequeño cuarto convirtiéndose en el
túnel del tiempo hacia mis emociones, buscando, escudriñando, queriendo
encontrar más allá de ese olvido en el que me había sumido después de tantos
años.
Los viejos vinilos se afanaban por ser acariciados, en las manos de un chaval que comenzaba a conocer algo de la gloria que le llenaría toda su vida, o por ese pequeño diamante que les hacía hablar y contar las excepcionales historias que llevaban impresas en cada surco.
Mi mano quiso ir hacia el infinito, ese espacio donde siempre he querido estar y en el cual mis sueños me han dejado imaginar con cada pieza escuchada, cada sonrisa que se escapaba ante un tremendo y emocional tema, pero el pomo de la puerta tiraba de mí y poco a poco, la luz que llenaba la habitación desde la noche fue desapareciendo ante mis ojos, las figura difuminadas se desvanecieron en la bruma, y mi yo escapado de mi alma volvió a unirse conmigo.
Veinte años y de nuevo el silencio, la puerta cerrada sin esperar que volviera a visitarla, la Música como alma de una vida en los confines de mi esencia.
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