No debe ser agradable ver por la
calle gente sin cabeza, o con ella bajo el brazo, pero quizás sería preferible
eso (con todo su tinte de leyenda) sabiendo de antemano que son espectros y no
vivos que pululan por ahí, a soportar a tanto “inteligente” suelto que no ve
más allá de la punta de su nariz.
Y es que ya voy siendo mayor, o en su defecto
me canso más rápido, para soportar mediocres, jefecillos, “inteligentes” con
una pieza de carne sobre los hombros, pero que son incapaces de traducir una
sonrisa en un rostro, las lágrimas de tristeza por un desgarro del alma, o la
hinchazón de un pecho por la satisfacción de un sentimiento profundo, por no
hablar de cosas tan triviales como un tema de Música acariciando tus oídos, el susurro de una voz a través de un
auricular rompiendo las distancias, el calor de unas letras derramadas sobre un
papel.
Quizás un día me convierta en un
jinete sin cabeza, galopando a través de las estrellas y entonando una de mis
canciones mágicas, golpeando las
cabezas de los seres normales, de los que forman el rebaño que día a día
caminan hacia su propia inmundicia, pero si eso ocurre, a pesar de no tener
cabeza, seguro (conociéndome) que termino con los mártires del mundo que
quisieron ir más allá de lo que nos imponen, nos dicen, nos comentan.
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