martes, 5 de mayo de 2020

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Hay ocasiones en las que el alma está dormida, no puede salir del letargo en el que nosotros mismos la sumimos. Mirando a nuestro alrededor es comprensible que, si realmente es nuestra parte no humana, quiera eludir la realidad que se le presenta, porque no tiene mucho donde elegir.

Buscaba el paraíso entre las notas de mis temas musicales pero la satisfacción se quedó en un éxtasis terrenal, sólo puedo volar con mi imaginación y no puedo mantener mis sueños eternamente, debo bajar también yo a la realidad que me envuelve día a día.

Intenté que la mediocridad que se ha adueñado del mundo de las ideas no me cubriera pero esa mediocridad es la que dicta las normas y no puedo engañarme, estoy acostumbrándome a seguir las normas. Será por eso que cuando mis “vómitos mentales” escapan al exterior noto una sensación de brisa fresca en mi cara, a pesar de lo que diga, a pesar de lo cruel que llego a ser en mis ideas, a pesar de que la celda siga cerrada.

Ahora que ya tengo la sensación (han pasado demasiados años) de ser un vagabundo mental, de arrastrar mi cuerpo buscando lo que sé que no puedo encontrar, es cuando comunicarme con la gente sensible, receptiva, auténtica, dentro de un orden (o de nuestro propio orden, que nunca se sabe) me convierte durante momentos limitados,  pero infinitos en el universo de las ideas, en un privilegiado que puede ser, estar y nunca parecer.

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