viernes, 8 de mayo de 2020

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Las bacterias, esos organismos microscópicos (pude ver uno en mis días de estudiante a través del microscópico electrónico y era enorme, o sea, que según se mire), son el arma actual más radical y definitiva; posiblemente la vuelta a la nada, la casi nada, o el comienzo de todo les hace recordarnos que pueden destruirnos en unas 48 horas si algún zumbado (que siempre los hay) suelta un cultivo en un río y se reproducen hasta sacar a nuestro mundo de su órbita por el peso que generarían.

Es la miseria del ser humano (ya que la grandeza del mismo ser lleva en entredicho demasiado tiempo) ser destruido por lo que contribuyó a hacerlo nacer, supongo que para que no nos miremos en nuestro ombligo constantemente, sino que miremos nuestras almas para saber dónde estamos. 

La alternancia que podemos conseguir si somos capaces de llegar a reconocernos, a saber de nuevo quienes somos (quizás el fuego como elemento básico) es una opción válida para intentar salvar lo que de otra manera será el irreversible caos y el principio del fin del evento cultural que es el ser humano como inteligencia.

No es que sea pesimista, es que me gustaría saborear lo que de bueno tenemos y pensar que la evolución ha servido para algo más.

(Pongamos que se trata de cualquiera de las capacidades que tenemos porque podemos tenerlas, cualquiera)

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