Las bacterias, esos organismos microscópicos (pude
ver uno en mis días de estudiante a través del microscópico electrónico y era
enorme, o sea, que según se mire), son el arma actual más radical y definitiva;
posiblemente la vuelta a la nada, la casi nada, o el comienzo de todo les hace
recordarnos que pueden destruirnos en unas 48 horas si algún zumbado (que
siempre los hay) suelta un cultivo en un río y se reproducen hasta sacar a
nuestro mundo de su órbita por el peso que generarían.
Es la miseria del ser humano (ya que la grandeza del
mismo ser lleva en entredicho demasiado tiempo) ser destruido por lo que
contribuyó a hacerlo nacer, supongo que para que no nos miremos en nuestro
ombligo constantemente, sino que miremos nuestras almas para saber dónde
estamos.
La alternancia que podemos conseguir si somos capaces de llegar a
reconocernos, a saber de nuevo quienes somos (quizás el fuego como elemento
básico) es una opción válida para intentar salvar lo que de otra manera será el
irreversible caos y el principio del fin del evento cultural que es el ser
humano como inteligencia.
No es que sea pesimista, es que me gustaría saborear
lo que de bueno tenemos y pensar que la evolución ha servido para algo más.
(Pongamos que se trata de cualquiera de las
capacidades que tenemos porque podemos tenerlas, cualquiera)
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