viernes, 8 de mayo de 2020

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En los tiempos en los que el Imperio Romano dominaba el mundo, la muerte, como forma natural de pagar tributo, era tomada como algo más dentro del contexto social que era la vida de las distintas comunidades.

No podemos evitar pensar que la cultura romana es la base de la mayoría de los territorios que ahora se llaman civilizados, y es imposible no ver que la cultura de la muerte, en cualquiera de sus formas y en otras bastante mejoradas, está perfectamente implantada entre nosotros, a pesar de las leyes, los discursos mesiánicos de iluminados varios y el buen hacer (que es una forma de hablar, por supuesto) de organizaciones supranacionales por evitarla.

Es así, el ser humano, el hombre, ese espécimen que domina como nadie las artes y las ciencias, es incapaz de desprenderse de lo que admira porque es lo que le hizo llegar a la cima, le hizo ser lo que ahora es (en esto hay diversidad de opiniones), esa violencia que destila con tanta clase y que le lleva a poder ser el rey de la creación.

(Pongamos que son cualquiera de los asesinos legales que admitimos como necesarios, cualquiera)

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