En los tiempos en los que el Imperio Romano dominaba
el mundo, la muerte, como forma natural de pagar tributo, era tomada como algo
más dentro del contexto social que era la vida de las distintas comunidades.
No podemos evitar pensar que la
cultura romana es la base de la mayoría de los territorios que ahora se llaman
civilizados, y es imposible no ver
que la cultura de la muerte, en cualquiera de sus formas y en otras bastante
mejoradas, está perfectamente implantada entre nosotros, a pesar de las leyes,
los discursos mesiánicos de iluminados varios y el buen hacer (que es una forma
de hablar, por supuesto) de organizaciones supranacionales por evitarla.
Es así, el ser humano, el hombre, ese espécimen que
domina como nadie las artes y las ciencias, es incapaz de desprenderse de lo
que admira porque es lo que le hizo llegar a la cima, le hizo ser lo que ahora
es (en esto hay diversidad de opiniones), esa violencia que destila con tanta clase y que le lleva a poder ser el rey de la creación.
(Pongamos que son cualquiera de los asesinos legales
que admitimos como necesarios, cualquiera)
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