domingo, 5 de junio de 2011

Vía hacia el Infinito (Estación Final)


Nunca, cuando el otro se alejaba, en las miles de ocasiones en las que eso ocurrió, volvimos la cabeza para saber qué quería, qué pretendía, para averiguar si era un “farol”.
Nunca, porque sabíamos, que cuando el uno estaba con el otro, y nuestros cuerpos se hacían uno, nos estremecíamos, y eso nada podía cambiarlo, por eso, en esta ocasión, en la estación, solos, con la vías del tren como testigos mudos de nuestras almas, no sabíamos qué decir, qué pensar. Siempre nos gustaron las estaciones, pasear por ellas, sentir esa soledad que provocan los raíles que se pierden en el infinito, esa sensación de ir a todas partes y hacia ninguna, mientras observas cómo se alejan, o como llegan.
Cuando paseábamos por el andén, con nosotros, nos provocábamos todo tipo de sensaciones, pero en esta ocasión se trataba de algo definitivo, uno de los dos se marchaba, y posiblemente era para siempre. Por eso no sabíamos qué decir, ni qué hacer, las palabras eran complejas, mientras esperábamos que ese tren llegara y todo aquello acabara cuanto antes, aunque de igual modo ninguno de los dos quería que eso fuera así.
La situación se había hecho insostenible, seguíamos temblando el uno con el otro, sintiendo todas las emociones, pero algo en nuestras almas y nuestras mentes nos indicaba que todo aquello por lo que habíamos vivido estaba comenzando a cansarnos, y, sobre todo, a “quemarnos”. Nunca supimos cuándo, pero sí sabíamos que iba a ocurrir, que lo nuestro no podía ser infinito.
La estación en ese momento resultaba fría, distante, no nos atraía como en los paseos anteriores, cuando el olor de las viejas máquinas, del carbón, de la madera, de los hierros retorcidos nos llenaban, y contábamos historias mientras caminábamos entre ellos, imaginando situaciones imposibles que sólo nuestras mentes podían creer. En esta ocasión todo aquello no iba a repetirse, porque el tren que esperábamos sería el definitivo, y haría que uno de los dos acabara con aquellos recuerdos para siempre.
Soltamos nuestras manos, y una luz, a lo lejos, nos indicó que el momento se acercaba. La vía, por primera vez, se hizo finita, limitada, comenzó a acortarse, y de pronto, desapareció bajo nuestros pies. Cuando el animal de acero ocupó el lugar en el que se encontraba la vía que llevaba nuestros sueños, y los vagones fueron pasando uno a uno, supimos que ese era el momento; nos miramos de nuevo a los ojos, como en tantas ocasiones, pero con un significado completamente distinto.
Acariciaste mi rostro, y sin una palabra, desgranaste la distancia que te separaba de todo lo que había sido tu vida, tres escalones de un viejo vagón, y el tiempo, ese inexorable medidor de nuestras existencias, fue devorando los últimos minutos. Era curioso, pero sin apenas distancia entre nosotros, el simple cristal de una ventana nos indicaba la frontera insalvable de dos mundos que ya no tenían sentido juntos, y así, entre el ruido, el humo, el olor a carbón quemado, tu figura fue alejándose, lenta pero inexorablemente. La última sensación, el contacto de tu mano en mi rostro se unió a la aparición, de nuevo, de la vía bajo mis pies, que volvió a ser infinita, indicando, como siempre, el camino a ninguna parte, el que, en esta ocasión, no me habría hecho volver a ti.
Nunca nos dijimos te quiero, tampoco en ese momento, y, realmente, ese era el momento, pero nuestras mentes seguían siendo poderosas, una de cada uno, y aunque juntos éramos capaces de estremecer el silencio, de desgarrar el universo que habíamos creado, no queríamos, quizás porque no podíamos, o no sabíamos cómo hacerlo, dejar entrar a uno en el mundo del otro.
Fuimos pasión, sentimiento, lo que nadie había conseguido, pero al final acabamos como todos, en eso, en el final, sí fuimos uno más de tantos. Ahora, en ocasiones, cuando mi alma me lo exige, y mi mente se encuentra aturdida, busco de nuevo el camino a la estación, un lugar en el que me encuentro sólo, como siempre, ya no puedo, ni quiero, sentir que estás conmigo, sería demasiado doloroso, y además, mi mente no me lo permitiría. Nuestras vías siguen ahí, en el mismo lugar, desafiantes, indicando su lugar hacia... y comienzo a caminar, pago el tributo que me exigen, vuelvo a ellas, quizás hay algo de mí perdido entre sus hierros, entre la madera que las une sin llegar a tocarlas.
Mi cuerpo, en ocasiones un ente al margen de todo lo que le rodea, se encoge como el espacio que van limitando las luces de los infinitos trenes que llevan y traen, portadores de sueños e ilusiones, aunque hay un espacio que no puede llenarse nunca, el que dejaste mientras te alejabas en la distancia, cuando te vi por última vez. No he aceptado ese momento nunca, y, por eso, no he vuelto a repetirlo en mi memoria.
He intentado averiguar por qué nunca nos dijimos te quiero, por qué ninguno de los dos supo o quiso dejar escapar de sus labios ese alegato hacia el otro, y no he encontrado la respuesta. Te deseaba, te quería, me apasionaba verte, tenerte, sentirte, olerte, pero no pude expresarlo, y tampoco esperé escucharlo de tus labios, ni tan siquiera al final, cuando ya todo estaba perdido.
La estación sigue siendo el punto de encuentro, el lugar en el que, a pesar de los tumultos, de la gente, te pierdes sin esfuerzo, o te pierden, pero para mí sigue siendo el lugar donde nacen y mueren las vías, no pasan por ella, son de ella.
Cuando ambos decidimos que el silencio ocupara nuestro espacio, que ya no desgarraríamos con nuestras emociones el universo que habíamos creado, volvimos al lugar primero, donde llegaste, en una lejana tarde lluviosa, con el aura de los seres especiales, observando cada detalle de los que pasaban ante ti, observándome, y la vía que apareció bajo tus pies te llevó con ella cuando no teníamos nada más que crear juntos, aunque sigamos creando allá donde estemos, porque seres como nosotros no pueden vivir con la mediocridad que nos ofrecen.
Nunca nos dijimos te quiero, nunca volvimos la cabeza cuando el otro se alejaba, nunca entramos en el espacio del otro, fuimos dos almas juntas, y no un alma en el infinito.
La estación me recordará siempre que en el universo, alguien negará decir que me quiere, y al mismo tiempo me hará recordar que te quise, te desee, pero que nunca admitiré que hubiera sido así.

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