jueves, 16 de junio de 2011

Una Noche, Una Leyenda


Me repito mucho, lo sé, pero es cierto, no soy de ir a directos, quizás las pocas oportunidades que tenía en mi tierra para acercarme a lo que era saborear un concierto de algunos de mis ídolos (por descontado si además se cruzaba que vinieran a este país) me hizo acostumbrarme a saber de ellos por los vinilos, más tarde vídeos y después… ya ni lo sé. Ahora, casi de vuelta y disfrutando la Música de otra manera, resulta que tengo la oportunidad de vivir a algunos de estos monstruos que me han marcado, y de vez en cuando me dejo llevar por las inquietudes que aún me llenan cuando siento la Música.
Pensar en sentir a una leyenda viva de gran parte de esa Música tan especial que es el blues, con 78 añitos y una vida que no cabe en una enciclopedia me sugería bastante, y allá que me fui a disfrutar de lo que este genio quisiera entregarme unos treinta años después de descubrirle en madrugadas de luna llena, estrellas, vino con limón y blues, mucho blues.
Local pequeño, escenario impoluto con una preciosa y clásica batería “Parl” en el centro, bajo a su derecha, guitarra a la izquierda (otra preciosidad clásica, la “Gibson Les Paul”) y en el centro delate de todo, el teclado “Roland” con el micro incorporado y la caja de armónicas a la derecha del maestro. Tenía pero que muy buena pinta, y cuando las luces se apagaron y la voz del speaker lo presentó, el espacio se llenó de magia, porque la imagen de una leyenda, lo que es con todo merecimiento, apareció ante mis ojos.
Vaqueros, camisa también vaquera, zapatillas de deportes y la imagen más alejada de un dios de la Música que pueda imaginarse, porque les guste o no a muchos, John Mayall lo es por historia, por lo que ha hecho y por el legado tan brutal que va dejando, unas palabras de entrada (ya va muy sobrado en lo de estar en un escenario) y agarrando la armónica y el micro, a la antigua usanza, comenzó a demostrar que de pulmones aún anda sobrado. Para empezar, embobado, él solo, con su armónica y su voz, sesenta años después y como si nada; que no es el mismo de antes, me la suda, que sus conciertos ya no son lo que eran, me importa un comino, que… los que escriben deberían respetar más y hablar menos, pues eso.
Segundo tema y la banda con él, sin estridencias, sin fuegos artificiales, van a tocar con su ídolo, ¡y de qué manera! y estos tipos son tan mágicos que a su vez saben de dónde sale la magia, por eso agarran sus instrumentos, se preparan y… el blues llena la sala, el mundo, el universo. Una guitarra demoledora arrasa en cada tema, solos increíbles, técnicamente perfectos pero además con sentimiento, las seis cuerdas bajo los dedos haciendo vibrar el entorno, blues, riffs, punteos, más de lo mismo, y más, y…  ese bajo que no puede con su instrumento ¡pues para ser un escuchimizao lo lleva como quiere! al lado del maestro, marcando el ritmo grave, y de pronto un solo, y otro, y cambios de ritmos constantes, y más, y blues, y Música, y pura técnica pero más sentimiento, y… el corpachón infinito que sobresale de la batería, ritmo negro en manos de pura seda, golpes precisos, repliques perfectos, timbales, caja, bombo, los platillos vibrando, y uno más y los cambios de ritmo constantes, y la suavidad en los temas cortados, y más, y blues, Música, frenéticas entradas, finales decisivos, y…
Una banda en un escenario, cuatro músicos, un genio y tres figuras, la voz suave del bluesmen blanco, el primero que lo intentó, y lo hizo, y el resto es historia, una armónica que no calla, la voz a través de su cuerpo de escalas, otra armónica, llega un riff, un blues puro, una salvajada galopando, otra armónica, porque nada es igual, cada tema es… una historia, y cada historia hay que saber contarla, y el teclado llora, y se lamenta, y rasga el espacio con infinitos duelos mantenidos con esas seis cuerdas, porque pueden, tiene la espalda y el culo bien cubiertos, para eso está esa sección rítmica demoledora, para que los dos solistas hagan… lo que les dé la gana, y lo hacen, sin aspavientos, sin extraños artefactos de colores, pura Música, blues, R’n’B, el padre de tantas cosas, John Mayall, mito, leyenda, músico, Música por sí mismo.
78 años no son nada si se ama lo que se hace, me lo decía un tipo que vivió hasta los 94, y este bluesmen ama lo que hace, ¿qué no es igual? me la suda, nada es igual,  hay mucha mierda por ahí, pero en esa sala hubo Música, de calidad, de mucha calidad, cuatro tipos que aman lo que sienten, que se ríen en el escenario porque se lo pasan bien, que saben lo que es llegar a eso y bajarse dignamente, ir con un tipo que les permite acompañarle porque son la leche, ¿y él? una voz de seda, el bluesmen perfecto, una técnica en los teclados salvaje, una manera de tocar ese instrumento del blues con los pulmones que me embriaga, o los dos a la vez, teclados y armónica, y voz, que también puede, es Mayall, y sobre todo el poso que aún le queda de maestro, ese toque que le ha hecho descubrir a tantos de los más grandes…
Dos momentos especiales, las lágrimas en mis ojos, un blues desgarrador, la guitarra en un solo eterno, la batería arropándola, el bajo hablando con las estrellas, ese teclado que moría con ella y la voz de un viejo músico indicándonos dónde ir, porque me estaba haciendo el amor, en mi butaca, con el alma rota me estaba haciendo el amor, y por si no me lo creía, me dejé penetrar por esa armónica que habla, susurra, resbala por tu piel.
Despedida como el saludo, cada músico abandona su instrumento, rodean al maestro, dejan que diga su nombre, saludan al público y a él mismo, agradeciéndole que de nuevo hayan compartido el escenario, se alejan lentamente y el speaker despide a un músico con esas palabras que son porque se lo ha ganado a pulso, John Mayall,  a Music Legend. Entregados, los aplausos rompen el silencio, la luz vuelve a ser tenue, un bis, sonrisas, palabras de agradecimiento y el adiós del concierto, pero no de la Música, porque la estela continúa, aún la siento, y lo que queda, más allá del instante, de los noventa y tantos minutos de concierto, esa sensación de eternidad que la Música, cuando es pura seda, siempre deja.
¿Qué no es el de antes? sesenta años después entrega algo que muchos no lo van a soñar en la vida, y ojalá (que lo dudo) pudiera vivir a muchos que sesenta años después pudieran dar lo que John Mayall entrega, o al menos una parte de ello.


4 comentarios:

  1. Mayall es toda una institucion, a el el british rock y el rock en general le debe muchisimo, una deuda que nunca se le pagara, me alegro que pudieses disfrutar de su magia

    salud

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  2. A eso se le llama derramar sabiduría en un escenario, y cuando alguien transmite de esa manera y lo convierte en un sueño inolvidable, es todo un genio. Ese es John Mayall.

    Gracias por recuperar en palabras, ese instante mágico.

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  3. Nunca será suficiente el agradecimiento a ciertos músicos por lo que realmente han hecho para que eso tan maravilloso que se llama Música y a lo que yo llamo sentimiento llegue al alma de todos los que se dejan embriagar. John Mayall es uno de ellos, y lejos de lo que es como músico, una leyenda nada menos y punto, dejó constancia de que además es una persona, algo que demasiados olvidan cuando toman el escenario por su pequeño reino...

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  4. El código de costumbres del blues dicta que el músico debe dilatar su carrera hasta el momento del tránsito hacia su última morada. La norma afecta también a los bluesmen blancos e ingleses, ahí tenemos a John Mayall que a sus 78 años sigue deleitando a los que tuvieron la oportunidad de verlo en vivo y en directo en esta última gira. Espero estar ahí la próxima vez, que seguro la habrá.

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