miércoles, 15 de junio de 2011

El Sordo


Llevo mucho tiempo “cantando” las miserias de este mundo, quizás desde la óptica de quien no vive tan mal, o puede que desde la posición que me da mi actitud de rebelde sin causa, en un espacio donde la rebeldía es una falacia hacia el interior de la mente.
Es posible que cuando grito, gruño o simplemente dejo escapar un exabrupto sobre alguien, algo o la humanidad entera, todo encierre la propia impotencia de no poder hacer nada, de no querer hacerlo cuando se podía, de no llevarlo a cabo nunca más, sabiendo que sólo se podrá escuchar en mi sala de música, con los mudos confidentes que tengo por amigos, en las reuniones alrededor de la cerveza, en las horas de oficina entre problemas más o menos resolubles e impresentables que te intentan desquiciar. Sé que mi grito se pierde en el vacío, lo sé desde hace demasiado tiempo, más allá de lo que nadie conoce, porque nadie escuchó mi grito una mañana de invierno en una habitación vacía de humanidad, ni un instante con un niño en brazos que expiraba, ni cuando sentí que todo era basura creyendo en un imposible, la amistad.
Todo eso lo sé, lo conozco, y aún así soy un privilegiado físico, pero soy una persona que sufre emocionalmente, porque quiere, posiblemente porque me resulta imposible “pasar”, y lo intento, lo juro que lo hago, pero no puedo.
Grito y vomito lo que llevo dentro para no ahogarme, porque por no decirlo me ahogué hace mucho tiempo, digo lo que pienso en voz alta para oírmelo a mí mismo, porque así sé que aún vivo, escuchando mi llanto o mis miserias, que son muchas, pero que las llevo como puedo. Suelto disparates sobre algo o alguien o el más allá porque no pienso que yo sea mejor que nadie, pero lo que hago creo que lo hago, sin más, y porque cuando no lo creía no sabía quién era yo, y soy consciente, totalmente consciente, de que la diferencia entre pensarlo y soltarlo al resto del mundo es el sonido que escapa de mi garganta, porque al mundo le importo una mierda.
Hay gente que hace como que me escucha, e incluso me ofrecen sus opiniones, y otros, los más, que no me oyen, ya “saben quién soy” y no merece la pena. Lo que no saben los demás, los sordos, es mi grado de sordera, o la más absoluta, cuando les escucho decir que doscientos muertos de golpe es algo excepcional, habiendo mil quinientas guerras declaradas en el mundo, que cada vez más somos iguales y se siguen masacrando a gente porque son... diferentes, que es parte de mi trabajo aguantar a castrados mentales que vienen a verme para desahogar sus mierdas en vez de solucionarlas, que la mujer lleva una carrera imparable en este mundo para ocupar lugares de responsabilidad, mientras aumenta el número de muertas, violadas, esclavas y se nos pone dura si la compañera de trabajo nos enseña las bragas como lo normal, por ser quienes son.
A mí también me ataca la sordera, y de qué manera, cuando se les cae la baba con palabrería sobre los niños, el futuro que tienen y lo que estamos preparando para ellos, los mismos niños que se mueren de hambre cada tres segundos (será que sólo yo lo veo y lo digo) esos seres que terminarán en un prostíbulo para críos vendidos por sus padres y violados por ejemplares padres de familia en viajes de placer con todos los gastos pagados, los niños que, tras educación y cantos de sirena se pondrán ciegos de lo que quieran, violencia gratuita, alcohol, drogas de diseño, mierda, y se enfrentarán al “maravilloso” mundo que les dejarán sus padres, esos padres que me indican la “suerte que tengo” por poder viajar y hacer lo que quiera ¿? por no tenerlos, los mismos padres que consiguen una sonrisa de mi rostro cuando me dan la noticia de que van a tener otro, y dejo de escuchar (me hago el sordo) cuando inmediatamente sueltan lo que viene y a lo que se arriesgan.
Yo no tengo niños, ni los quiero, ya vi la muerte mirándome en los ojos de uno y fue suficiente, perdí a un chaval de siete años que me adoraba porque la Madre Naturaleza le arrebató parte de lo que el resto tenemos como seres normales, tras mil y un sacrificio de sus padres para sacarlo adelante, sólo me debo a mí, a nadie más, porque sin mí no soy nada, y los sordos que no escuchan y tienen ojeras de noches sin dormir podrán no escuchar, pero el acojono de lo que les puede llegar a sus vástagos a pesar de sus esfuerzos en este “maravilloso” mundo lo llevan dentro, porque estarán sordos, pero la gente con la que me muevo me demuestra miedo en sus rostros cuando no escuchan lo que se dice sobre todo lo que nos rodea.
He llegado a ser un egoísta redomado, puedo dar lo que quiero, lo demás no tengo por qué hacerlo, pero no me veo muy diferente del que no lo dice y cuando te acercas sale a correr, o el que te sonríe y en reuniones de amigos, o de vecinos, o de empresa comenta que tu actitud no es la correcta, o que está pero a veces... al menos yo grito y digo “gilipollas” o “hijo de puta”, pero lo hago porque lo siento, y quien quiero que se entere lo hace.
Estoy convencido de ser (cita bíblica estúpida) “la voz que clama en el desierto”, pero es que eso lo soy para los demás, a mí me importa una mierda clamar y que pasen, como ya he dicho, lo suelto para no ahogarme, y lo seguiré haciendo, porque prefiero no ahogarme a que los demás no estén molestos con mis voces, o mis improperios, faltaría más.
Yo sé que emocionalmente estoy sólo, porque nadie puede seguir mi ritmo de “quejíos” lanzados al viento, y que las ocasiones en las que me han acompañado se han cansado de ver las cosas y no poder cambiar nada, pero también sé que conocerlo me hace estar seguro de quién y por qué se acercan a mí, para y por lo que sea, y nunca espero más allá de lo que se da en el instante, porque cuando el hambre entra por la puerta, el amor escapa por la ventana, y de eso, sordos o no, nadie está a salvo, tenga su culo donde lo tenga, se venda por el precio que sea, a quien sea, amante, amigo, jefe, dioses mundanos o divinos, a pesar de creer que hemos encontrado lo definitivo en nuestra vida, siempre puede llegar alguien más maravilloso que tú, o dar más de lo que das, o... pensar que eres un mediocre porque no has sabido mantener tu trabajo, ese que permite que no oigamos lo que pasa a nuestro alrededor (si es que pasa algo, porque algunos oyen más de la cuenta) y que podamos hinchar el pecho ante el mundo, perdón, el “maravilloso” mundo en el que vivimos.
Espero de todo corazón, ese que tengo de piedra y todo negro por no creer en algunos principios básicos de nuestra sociedad humana y racional, que la gente que me rodea, familiares, amigos, compañeros y la fauna fuera de ellos, sigan siendo sordos, y que a ellos se les unan todos, porque lo único que quiero es vomitar mi bilis tranquilamente, sin conatos de discusiones (que ni puñetera falta me hacen) ni demagogias baratas, así es que, señores, si he conseguido hasta hoy, con sumo esfuerzo, que se me quiera (digo yo) o se me aborrezca por igual, por gritar, gruñir y decir lo que creo sobre cualquier cosa, déjenme no ahogarme y seguir escupiendo, que me queda la mar de tranquilo, además, para buscar amigos sin sordera tengo más de dos mil setecientos que me escuchan sin más (no les queda más remedio) y encima a cambio me regalan sensaciones y emociones que los sordos no pueden darme, porque cuando las pido simplemente no escuchan (y por supuesto no creo que sea a conciencia, por descontado).

2 comentarios:

  1. A nadie se le puede negar el derecho de vaciar la garganta y que no sea un eco lo que te devuelva la respuesta..a veces hay que buscar el gesto, el calor de un cuerpo cerca, una mano que aferra con fuerza, los brazos que se extienden para rodear al amigo, el silencio comprensivo por el dolor..ahí no hay palabras porque no hacen falta, puede ser el ofrecimiento de alguien que no se encuentra mejor que tu..¿has sido capaz de verlo? No se trata de creer que hay sordos, simplemente es ceguera.

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  2. Habrá que cambiar el título. Para que todos estén contentos, a elegir... "El Sordo", "El Ciego", "El Mudo", "El Cojo", "El Manco", "El Castrado Mental", "El Castrado sin Mente"... y demás, que hay

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