domingo, 22 de marzo de 2020

La Hora



La luz de la mañana ya no brilla como antaño, nada es lo que parece porque no estoy cuando diviso el horizonte. Sombras que me atrapan más allá de mis propios sueños, los que eran de vida, brillo y ojos sensuales, tornándose en pesadilla de oscuros presagios.

Mis pasos me llevan hacia la nada, y desde la nada no pretendo ir más allá de lo que el destino haya decidido, a fin de cuentas soy un alma que vaga por la penumbra y nadie puede venir a salvarme.

Mi equipaje me dejó en el último tugurio que escuchó mi voz, junto a las cuerdas rotas de la vieja guitarra; mi cuerpo ajado por todo lo que no fue, un corazón roto con heridas incurables y ese alma que se me escapa poco a poco, como el aliento que me falta, el aire enrarecido de mis temores.

Es la hora del adiós, sin nadie a quien decírselo, sin nada que guardar para la vuelta, sin regreso hacia la nada, sin mí y lo que fui. Una última estrofa recorre mi piel desde las entrañas, con el final de la melodía que ya no entonaré más.

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