viernes, 1 de julio de 2011

Sin Noticias De Un Alma Perdida


Una cerveza resbala por mi garganta, los últimos tragos de una noche bañada en cebada, salgo a la calle, esa inmensidad que se estrecha o alarga según el caso, la fina lluvia empapa mi rostro, resbalando por la piel necesitada de frescor, aún el reloj recorre pausadamente cada giro sobre el oráculo del destino, no siento nada que no sea yo mismo, mi alrededor y todo lo que me sugiere la soledad que acompaña mi alma, quizás sea la noche, o simplemente una más en este nuevo lugar que se ha atrevido a acogerme entre sus manos llenas de miseria, historias sin final y locuras cotidianas, en definitiva como tantos otros, sólo que el nombre es distinto, los dos números que inician ese código que te identifica también, pero nada más cuando pisas el asfalto, miras los rostros que se repiten o escuchas las voces, los ruidos de los automóviles, el chasquido de una luz que se enciende, la música que escapa de los bares… todo vuelve a ser igual que el último destino, el anterior, el primero, todo vuelve al grito ahogado que se pierde con los problemas que cada uno carga a sus espaldas.
El sabor de la última aún impregna mis sentidos, ¿última? no cuando mis pies me llevan como un zombi que no necesita un lugar hacia dónde ir, escapando de la soledad con lo único que puede hacerme ser, yo mismo.
Otro garito cuyas puertas asemejan una enorme boca que te engulle, el nuevo acceso a los infiernos a través de la barra pintada de colores, con la sonrisa de la amable camarera que no necesitaba otra alma errante para alargar su noche de vigilia forzada. Tomo mi puesto entre cuerpos que no están, midiendo de forma inconsciente el espacio que me corresponde, atento a los movimientos de la musa que debe darme lo que necesito, y a pesar de siglos de evolución, el leguaje muere cuando los gestos sustituyen las gargantas, cansadas en algunos casos, hastiadas en otros por no encontrar cobijo a sus demandas. Mis oídos escudriñan los sonidos que rompen el silencio, pequeños retazos de música perdida hace cuarenta años, y una sonrisa recibe el primer sorbo largo, intenso, entre placentero y orgásmico, un sorbo que me hace salir por unos instantes de esa mediocridad que me envuelve y que está consiguiendo, poco a poco, ahogarme.
Al son de un pequeño soliloquio con una guitarra llorando, la camarera pasea sus perfectas formas por el interior de la barra, buscando de forma inútil el vaso que ella misma sabe que no está, las miradas de los pocos habitantes que sostenemos la barra con nuestros cuerpos, los brazos que se extienden hacia el infinito, y termina descansando su satisfecho ego en la esquina de la barra, apoyada en un taburete que sostiene sus cansados pies. Ella también está enferma de soledad, aunque no lo sepa o se fuerce a ignorarlo, por eso su belleza debe venderla a los ojos de los que ya no tenemos nada que decir, ni tan siquiera la propuesta que parecería lógica ante tamaña exhibición, por eso, sabiéndose a salvo en su mundo de apenas cinco metros cuadrados se hace una con la voz femenina que sale de los altavoces, inundándonos de ese ritmo para perdedores impenitentes, el que sigues a golpe de vaso sobre la madera, a golpe de pie sobre la base del taburete.
Nunca sé por qué mi mente exige un ejercicio de recuerdos ajenos al momento que vivo cuando recorro todo lo acontecido hasta ese momento en mi vía crucis por las distintas estaciones en forma de bares, pero sin yo quererlo me vienen las imágenes de una tarde noche llena de rostros anónimos, camareros y camareras displicentes, voces y decibelios subidos de tono que las sostienen, luces que van bajando de intensidad al tiempo que las manecillas del reloj siguen inexorables su curso, los pies avanzando bajo la fina lluvia llenándose, llenándome. Por fin el pensamiento se une con la realidad y se funden en mi cerebro, mientras apuro otro trago de cebada, y otro más, dejando que las notas terminen para solicitar a la camarera que salga de su jaula de cristal y se una al resto de los mortales que seguimos midiendo la barra según qué ángulo.
En esta ocasión la nueva fuente de vida me es servida con inusitada amabilidad, incluso el roce de sus dedos sobre mi mano me indica que puede ser lo que no es, por eso ignoro su sonrisa estudiada, su gesto amable, sus instantes dedicados a nadie, porque aún para mí y en mi mundo me creo alguien, yo mismo, que no es mucho pero llega hasta el infinito. De nuevo el culo flota entre las maderas que se resquebrajan bajo los pasos medidos y estudiados, las manos giran en el aire como apartándolo a su paso, el tanga aparece levemente tras horas de no tener sentido para la función que se le busca, y todo el conjunto acaba, de nuevo, en ese taburete en la esquina con la revista que cambia de página sin ton ni son, otra escusa más para parecer lo que nunca es.
A pesar de ella estoy bien, mientras sirva a mis ojos como el goce de una visión bonita no hay problema, porque es atractiva en el conjunto; mis cansados párpados caen sobre la figura del vaso lleno, jugando con las formas que las burbujas provocan en su camino hacia la superficie, manteniendo ese color blanco de la espuma antes de perderse en ella, sujeto el vaso y apuro un trago, cerrando los ojos para sentirlo hacia mis entrañas, y vuelvo a perderme con la melodía de mi añorada Blondie, el primer sexo que adoré en la Música, la primera mezcla de sensualidad y sonidos que tuve, y ella me lleva con sus notas de cuando tenía quince años por el camino de los sueños. Soy un perdedor en las sombras, uno más, quizás porque sé que no puedo avanzar como mi mente crea, recrea, inventa, el solitario amigo de su conciencia, la figura poco atractiva que esconde sus excesos bajo la barra, justo a la altura donde empiezan los rostros de miradas perdidas, noches en vela, huecos en colchones vacíos de calor.
Termino al tiempo que la inquietud se ha apoderado por completo de la chica, mi desinterés la ha hecho desear que el último trago llegara cuanto antes, por eso no hay adioses ni saludos en otras lenguas, sólo una cabeza que se mueve y unos ojos que esquivan la mirada; está sola, realmente sola, aunque no lo sepa, a pesar de que su cama esté caliente cuando llegue a casa, a pesar de que su piel sienta el roce de otras manos, sus ojos no mienten, y si aún puede controlar sus pasos para provocar o provocarse ella misma, ajena a los que no sienten la realidad ebrios de licor, ella está ebria de nada, algo que duele porque la consciencia no se engaña.
Miro al cielo que no puedo ver en medio de una ciudad de edificios altos y luces eternas, la lluvia sigue cayendo constante, fina, refrescando mi rostro, me dejo hacer, mirando el horizonte en forma de calle que desaparece entre el color del neón, recordando un viejo escrito que me inspira, “La chica de la barra…” aquí no hay carruajes, ni látigos al viento, no hay calor en las miradas, ni deseos adormecidos, el silencio existe porque mi mente lo provoca, no puedo esconderme en un garito oculto a los ojos del mundo. Aún así me agrada recordarlo, una sonrisa se dibuja en mi cara mientras escucho mis propios pasos con el chapoteo del agua, sigo mojándome, pero no me importa, sigo siendo yo, y eso es algo que no pueden arrebatarme, ya no, soy el dueño de mis pesadillas, pero también de mis sueños, aunque ahora no acompañe a la camarera hasta su casa, tomados del brazo mirándonos a los ojos, sigo siendo por encima de demasiadas cosas, demasiados vasos de cerveza, demasiadas barras medidas con los brazos que juegan a dibujarse.
Mi chica, la de la barra del bar cerró sus ilusiones con el último giro de la llave una noche de verano, ahora los bares son otra cosa, no busco mucho en ellos, pero me sirven para seguir mirando a los ojos, estudiando, dejando que me desprecien por lo que ya no soy, sé que no me conocen, pero a pesar de todo lo hacen, es una forma de sentirse vivos, creer que son más que el orondo ser que se sienta a su lado, o la vieja puta que no tiene nada que ofrecer, o… todos somos prostitutas de nuestros deseos, incluso nos vendemos a nuestros propios sueños, pero les gusta sentirse así, yo dejo que me miren, sonrían y vuelvan a charlar, o que me pregunten con una voz ininteligible, a fin de cuentas la lluvia también me moja a mí, hace respirar mi alma y recordar demasiadas cosas ¡joder, como me gusta esa sensación! algunas gotas resbalan por mi piel y me siento vivo dentro de mi propia muerte, no es fácil vivir como soy, pero he llegado hasta aquí, y quizás me lo debo a mí mismo, nadie más lo sabe, no tienen por qué saberlo.
He detenido mi marcha, parado en la boca de una estación de metro sonrío porque sé que mi tren no está ahí, hoy no tomaré ningún vagón hacia ninguna parte, las entrañas de la tierra duermen hace rato, mi infierno se encuentra aquí arriba, y en medio de la noche soy el pintor de mi propia historia. Nunca he sabido cómo acabar una noche, siempre me he sentido demasiado metido en ella y no quería escapar, ahora es distinto, hoy no hay nada que me impida salir hacia ninguna parte, veo amanecer, solo en el andén que no tiene trenes que te lleven, las vías que yo busco no son de acero, están hechas del material de mis deseos, frágiles y resbaladizas, pero bellas cuando puedo estar despierto y hacerlas mías. La neblina que provoca la lluvia con la tenue luz me inspira, quisiera escribir un pequeño relato, o hablar sobre lo que mi cuerpo siente, dejar que mi mano creara para llevar hasta el fondo en blanco los sentimientos de esta noche, no quisiera perderlos, pero tampoco me agobia no retenerlos; en unos días serán imágenes que recrearé a mi manera, por encima de la realidad, quizás la camarera no aparezca, o sea la sirena que provoca que mi barco se hunda, quizás el bar sea un pequeño acantilado sobre el mar, con las olas golpeando furiosas bajo mis pies, quizás la lluvia que cubre todo el asfalto sea una brisa meciéndome entre la hierba de un inmenso campo… quizás todo se suceda tal y como ha ocurrido, y sólo recuerde los vasos de cerveza, la espuma llenándome los labios, mi garganta sintiéndose viva junto al resto de mi ser.
Cuando nada es lo que parece, cuando la nada te envuelve y debes comenzar de cero, estás sólo con lo que eres, porque no sueles ser nadie mientras no te hagas de nuevo; mi mundo volvió a romperse, no sé si tengo fuerzas para comenzar otra vez, a veces me dejo llevar por los pies cansados y llego a cualquier bar bajo la fina lluvia, en otras ocasiones la puerta del infierno me espera abierta de par en par, pero ahora no exijo nada, no tengo nada que ofrecer, y es el mismo diablo el que pone precio a mi alma, ante eso no puedo decir nada.  

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