sábado, 9 de julio de 2011

Lo Que Nunca Muere


Me encontré mirándome frente al espejo, mezclando la imagen de mi persona con todos los acontecimientos que se desarrollaban en mi vida en los últimos meses, y sin saber por qué, simplemente porque mi mente se dejó llevar por todo el cúmulo de circunstancias que le sobrevenían, me sentí transportada por un deseo latente que hacía mucho tiempo no afloraba en mí, y me centré en mi propia piel, en mis sentidos, en mis entrañas, como si lo único que aún no hubiera muerto de todo mi mundo estuviera llamándome para escapar definitivamente. Mis manos mesaban mis cabellos, mientras el camisón se elevaba al estirarme y hacía más evidente la excitación que comenzaba a aflorar en mi piel, moviéndose por los temblores que tenía y acoplándose hasta el límite que le imponían mis pechos, que desafiantes se mantenían erguidos ante el arqueo que producía mi cuerpo.

Una de mis manos siguió en mis cabellos, apoyándose en la parte posterior de mi cabeza,  mientras que los dedos de la otra comenzaban a buscar lugares en mi piel, desabrochando los dos primeros botones de una prenda que parecía tener vida propia por los movimientos que mi respiración, cada vez más acelerada, le provocaba; el canal de placer que formaban mis pechos fue recorrido una y otra vez por los hábiles dedos, los mismos que tantas veces provocaron ardor y deseo en otros cuerpos, sintiendo mis pezones erectos, haciéndome estar incómoda con la prenda que aún me cubría, por lo que dejé caer al suelo el único obstáculo entre mi deseo y yo misma, y la visión de mi cuerpo desnudo ante mí fue algo que mis sentidos no pudieron soportar, provocándome un deseo incontrolado por poseerme, mientras mis piernas  notaban la flojedad de unos músculos que comenzaban a dejarse ir.
Por unos instantes recuperé el aliento para, torpemente, acercar un pequeño taburete y sentarme, apoyando mi espalda en la pared para evitar nada que no fuera el placer, y una vez acomodada, mis manos comenzaron a jugar con mis pechos, acariciando todo su contorno, recorriéndolos una y mil veces, pellizcando levemente los pezones y estirándolos, lo que me provocaba andanadas de sensaciones que mi mente dirigía hacia todo mi cuerpo, y en plena danza de amor con mis senos, cuando uno de mis dedos humedecidos por una lengua ávida de placer acariciaba suavemente toda la zona erógena de un pezón rosado y firme, me sobrevino un tremendo orgasmo que me hizo desaparecer de este mundo, mientras mi cabeza se alejaba de mi cuerpo y éste se estiraba completamente al tiempo que mis manos sujetaban el uno contra el otro en un intento de sacar de ellos todo el frenesí que pudiera.

Aún mi cuerpo se encontraba inmerso en los últimos estertores de un orgasmo increíble cuando mis sentidos me avisaron de que otras partes del mismo necesitaban estar conmigo de forma más cercana, y mis dedos descubrieron la reacción de un sexo terriblemente excitado que había empapado con mi esencia todo el contorno de mis muslos y el taburete donde estaba sentada, y uno a uno fui introduciendo y recogiendo mi néctar con los dedos aún temblorosos. Pensé en ese momento meterme en la ducha y dejarme llevar, pero no podía demorar ni un segundo más lo que todo mi ser necesitaba, y fue el olor de mi propia existencia y el sabor de mis entrañas lo que provocó que fuese chupando uno a uno cada dedo introducido en mi misma, disparando de nuevo el deseo incontrolado dentro de mí, disponiéndome a acabar con el fuego que debía apagar cuanto antes.
Las dos manos al unísono bajaron hacia mi intimidad, un lugar que a estas alturas era un pequeño volcán en erupción, con el lugar más sensible de todo mi ser completamente hinchado, y unos labios que parecían tener vida propia, y cuando mis dedos  volvieron a tener contacto con mi zona más íntima, una ráfaga de sensaciones de todo tipo recorrió mi cerebro, disponiéndolo para lo que se avecinaba. Mi mano izquierda preparaba el lugar, manteniendo abiertos mis labios, mientras alguno de sus dedos recorrían incansables los alrededores de una superficie suave y completamente lubrificada, y mi mano derecha se encargaba de actuar como el amante que en esos momentos era yo misma, introduciéndose en mis entrañas una y otra vez, arrancando estertores de mi cuerpo que cada vez podía soportar menos tal andanada de placer, de sensaciones, luchando por alargar el éxtasis en el que estaba sumida y buscando un lugar en el Universo donde desaparecer. El frotamiento y la penetración continuada dentro de mi ser acabaron por arrancarme uno de los mayores orgasmos que había tenido nunca, como si mi propio yo me quisiera indicar el camino que aún me quedaba, y tras un grito ahogado provocado por una respiración que parecía no tener dueña, me dejé ir deslizándome lentamente por el taburete hasta caer al suelo del cuarto de baño, donde permanecí enroscada sobre mí misma en posición fetal, con mis manos aún sintiendo el calor de mi intimidad e intentando recuperar la respiración, dejando que mi mente vagara por lugares inescrutables donde nada ni nadie podía hacer mella en su libertad, esa que ansiaba desde hacía ya demasiado tiempo y que en la soledad de mi propio cuerpo había vuelto a encontrar.
No sé el tiempo que estuve allí, tendida, moviendo torpemente los músculos de mi cuerpo que poco a poco intentaban recuperar su estado natural, y después, cuando me vi de nuevo en el espejo, sentí la cara de felicidad que tenía, y la radiante expresión de mi rostro en lo que había sido un encuentro con todo lo que me sugería algo eterno, sin límites.

El agua de la ducha comenzó a recorrerme poco después, y aún en partes de mi cuerpo se mantenía la extrema sensibilidad que me había poseído, consiguiendo otro momento de sensaciones, de disfrute, aunque de manera más tranquila, recordando en mi mente maravillosos temas que recorrían las paredes del baño impregnándose en mi piel, haciéndome mover al ritmo de melodías infinitas; Acabé la ducha con una tranquilidad y paz interior que no recordaba desde hacía muchos meses, y la toalla que me cubría me mantenía en contacto con la realidad, porque aún mi cerebro, o parte de él, se negaba a volver del lugar perdido en el Universo donde se encontraba.
Ya casi no recordaba el placer de estar conmigo, amarme en soledad cuando todo se desmoronaba a mi alrededor, quizás me había negado a mí misma la felicidad cuando estaba claro que esa misma felicidad no podía encontrarla fuera de mí.
Me sentí maravillosamente bien de haber vuelto, de haberme sentido, mis manos necesitaban de mi piel y al final había sido todo lo que nada ni nadie puede quitarme, ese sentimiento que tengo cuando estoy sola y sé que el mundo no puede, o no quiere darme lo que necesito.
Lo que nunca muere, la pasión, las ganas de vivir, sentir que soy yo, por encima de todas las cosas, porque al final es lo que queda y lo único claro que tengo es que Me Amo.



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