domingo, 3 de julio de 2011

Desius (L'Uomo Con Gli Occhi Senza Colori)

Es un placer y un orgullo traer a "Paseando Por Los Sueños" un pequeño relato de un alma sensible, Amiga y emocionada amante de las palabras. Para todos, una historia, entre sueños y realidad de Clara...



Once upon a time... in a little village, in the middle of a country called "Extremadura" was born a baby, a beautiful baby.
 I’m sorry.

Había una vez…
En una pequeña ciudad, en medio de una región llamada Extremadura nació un niño, un niño muy guapo y vivaracho.
Cuando el niño cumplió tres años le dijo a su madre que quería un barco porque quería ser pirata.
- ¿Cómo que quieres ser un pirata? ¡Qué ideas más peregrinas tienes!
Pero Dresín, que así se llamaba el niño, en lugar de olvidarse de su idea de ser pirata, cada día al levantarse miraba por la ventana de su habitación esperando ver el mar a lo lejos.
Un día su padre lo llevó a conocer la provincia y al anochecer llegaron junto al Pantano de Proserpina. La última luz del día se reflejaba en el agua que se veía azul y muy profunda.
Dresín miró a su padre maravillado y le dijo:
- Papá, ¿dónde está mi barco?
Su padre, mirándolo a los ojos respondió:
- Está ahí, en el fondo de tu corazón.
Dresín cumplió doce años. Cada día cogía su bicicleta y pedaleaba hasta el pantano de Proserpina. Se tumbaba cerca del agua e intentaba oír el ruido de las espadas, de los cañones y algo similar a “¡al abordaje!”  Día tras día soñaba ser el capitán de un viejo barco pirata con apenas unos incondicionales como tripulación, un barril de ron y un loro apoyado en el mascarón de proa.
El verano estaba cerca. Dresín miraba el agua con sus ojos marrones que, a veces, cuando el sol resbalaba por ellos, parecían verdes. Su amigo Curro le decía:
-Tus ojos perderán el color, tanto mirar el agua.
-No, no es posible. Los ojos no pueden perder su color.
Dresín continuó yendo día tras día al pantano, sentándose en la orilla e imaginando un mundo que sólo existía en su imaginación. El viejo barco navegaba por los mares más lejanos, fondeaba en las calas más inaccesibles… Deseaba ser un pirata. Pero no quería ser un pirata cualquiera, deseaba ser un pirata con el alma de un caballero andante, ser libre, sin nadie que le obligara a hacer lo que no deseaba. Su corazón y su mente fueron cambiando, se adaptaron al nuevo status de pirata y siguió mirando tranquilo las aguas azules del pantano cada atardecer.
El verano acabó y todos hablaban de Dresín y sus ideas, tan alocadas. Sus amigos comenzaron a mirarlo como alguien completamente loco. En unas pocas semanas lo dejaron solo. Mas no se sentía solo, al contrario, tenía nuevos amigos: Apolo, un viejito que había perdido todo en la vida y ahora quería navegar en el barco pirata buscando el alma de su mujer para unirse a ella y volver a empezar en el mundo de las estrellas; Dante, un joven que no había visto nunca el mar y quería encontrar una isla donde perderse con su mejor amiga, una guitarra; Volco, un pescador de sirenas que todavía no había conseguido ninguna y Rocco, un loro de plumas azules.
El invierno estaba resultando demasiado frío y lluvioso. Dresín pasaba las tardes con sus amigos de aventuras, hablaban de su barco, de las sirenas, de islas desiertas... Planeaban cómo sería su primera incursión en el mar, la primera doncella a la que rescatarían de las fauces de otros piratas y de los tesoros que les serían mostrados como pago de servicios prestados y rescates.
Una noche la lluvia golpeaba fuertemente los cristales del dormitorio de Dresín, se despertó y se dirigió a la ventana. A lo lejos un relámpago iluminó el cielo, el viento movía las copas de los árboles que se doblaban como la vela de un barco azotada en una tempestad. El sonido del trueno llegó a sus oídos y tras él una batería de cañones inició un frenético ataque. El viento traía a tierra firme un nombre: “Desius, Desius”.
-Capitán Desius, ¿lo escuchas?, gritó Volco.
-Si, sobrecargo, lo escucho. ¡Tripulación a bordo!
Pronto estuvieron todos en sus puestos y el barco levó anclas. La tormenta era cada vez más furiosa pero el “Sueños” navegaba sin temor. Antes de que la luz del nuevo día se hiciera un hueco entre las nubes ya estaban en alta mar.
Los cañones habían cesado sin haber visto siquiera el bergantín del que procedían. La mañana se presentaba tranquila cuando Rocco gritó
-Tierra a la vista, capitán, tierra a la vista.
Todos se dirigieron a la borda y descubrieron a lo lejos la sombra de una isla que emergía de las aguas envuelta en una neblina de tonos rosados.
-Todo a estribor, desplieguen la mayor y el trinquete.
El “Sueños” fondeó en una cala arropada por un alto acantilado. Arriaron el velamen y Desius, Dante y Volco se dirigieron a la isla. Apolo y Rocco quedaron guardando el barco.
Un paisaje selvático impedía ver el interior de la isla. Desius se puso en cabeza y se adentraron en lo desconocido. Una densa nube convertía el interior de la isla en un paisaje fantasmagórico. Localizaron un manantial donde aprovisionarse de agua, árboles frutales donde recoger fruta fresca.
Caminaron durante horas siguiendo un murmullo que los condujo hasta una playa rocosa donde descansaban bellas e insinuantes tres sirenas. El murmullo se convirtió en melodioso canto que los atraía, anulaba su voluntad. Volco se volvió hacia Desius diciéndole:
-Capitán, he llegado a mi destino. Siento no haber luchado contra otros piratas ni haberte ayudado a conquistar tesoros, pero éste es el fin de mi viaje.
-No lo sientas, amigo, tú has encontrado lo que buscabas. Dijo Desius mirando a los ojos a su sobrecargo, despidiéndose de él con una sonrisa.
La noche cayó oscura, sin luna ni estrellas. Aún así consiguieron llegar al barco. Apolo los esperaba con una suculenta cena y un buen trago de ron. Hablaron de Volco, de las sirenas y del rumbo que tomarían apenas amaneciera. Se dejaron seducir por el balanceo del barco, por la brisa de la noche y durmieron tranquilos hasta que Rocco informó que el sol se asomaba por levante.
La tripulación se reunió para planear la ruta. Desius mostraba el mapa y hacía cálculos con el sextante. El sol entró por la escotilla e iluminó su cara.
-Capitán, ¿te encuentras bien?, preguntó Dante un tanto asustado.
-Si, marinero. ¿Has visto un fantasma?
-No, capitán. Son tus ojos. Ya no son marrones, ni siquiera con tonos verdes, tus ojos son del color de la miel.
Durante días el “Sueños” y su tripulación navegaron entre islotes sin vegetación, sin siquiera cruzarse con otros bergantines. La comida no escaseaba pero la sed de aventuras comenzó a hacer mella en Desius y sus amigos.
La noche llegaba y Desius se tumbaba en su litera con las manos juntas bajo su cabeza. En su mente veía bellas damas secuestradas, sirenas atrayentes, tormentas de salvas lanzadas desde otros barcos piratas, y su corazón le decía que no se rindiera, que todo llegaría.
Un día de verano, en que el barco se encontraba varado en mitad de ningún sitio, soportando una terrible calma chicha, Apolo se sintió enfermo y guardó cama mientras Dante se hacía cargo de la cocina.
Aquella noche de luna llena, con las estrellas luciendo espléndidas en el cielo, Apolo se acercó con los ojos empañados por las lágrimas.
-Capitán, ¿has visto las estrellas fugaces? Es ella que me llama, me está esperando. Capitán, déjame seguirla.
-¿A quién quieres seguir? ¿Quién te llama?
-Es Aurora, me abandonó para buscar un sitio mejor para los dos y ha vuelto a buscarme. Adiós capitán, despídeme de los otros. Hasta siempre.
Y diciendo esto se acercó a la popa, se asió a la cangreja y mirando al cielo dio un paso adelante perdiéndose en las oscuras aguas.
Desius sintió que el corazón se le encogía, había tomado cariño al viejo Apolo, era un hombre entregado en su cometido, pero sabía que no era la vida de pirata lo que buscaba. Los ojos se le llenaron de lágrimas pero no hizo nada por impedir que brotaran. Se dejó llevar de los acordes de la guitarra de Dante y se tumbó en una hamaca. Poco a poco el balanceo del barco le indicó que el viento comenzaba a soplar. Respiró hondo y durmió hasta bien entrada la mañana.
-Capitán, capitán, Apolo no está en su camarote.
-Apolo se ha ido, no volverá.
-Capitán… tus ojos…
-¿Qué les pasa a mis ojos?
-Son, son de un color… No sé cómo definirlos, apenas tienen un color amarillento.
-Dante, olvídate de mis ojos, el viento rola, aprovechémoslo. Saca el foque, pon rumbo al norte y despliega la gavia.
La navegación era rápida y ligera, Desius y Dante se turnaban con el timón. En las noches cálidas se sentaban en cubierta y contaban historias fantásticas que Dante ambientaba con arpegios que arrancaba del corazón de su guitarra hasta que agotados, se acostaban dejando a Rocco como vigía de sus sueños.
El otoño se iba haciendo paso acortando los días y prolongando las noches, que se habían vuelto frías y húmedas. Una mañana en que la niebla no se despegaba del barco sintieron cómo un banco de arena rozaba la quilla del barco. Echaron el ancha, aguzaron el oído y el rumor de una cascada les llegó nítido a través de la nada.
Desembarcaron encontrando una hermosa isla llena de vegetación, de ríos que caían en maravillosas cascadas y salientes de roca que invitaban a reposar. Se tumbaron en la arena disfrutando de una temperatura agradable, a pesar de encontrarse en noviembre, y cuando la niebla desapareció vieron un espectáculo increíble, jamás visto. Los árboles se mecían al ritmo de la brisa lanzando al aire una suave melodía que se unía al trino de unos pájaros vestidos con plumajes de colores imposibles.
Dante cerró los ojos y se sintió transportado por la música que se creaba de forma natural. Miró a Desius y le dijo:
-Capitán, sé que nuestra aventura no ha sido como esperábamos, que no hemos encontrado otros barcos piratas con los que luchar, ni hemos rescatado doncellas, pero he encontrado mi sitio.
-Lo sé, Dante. En cuanto ha llegado a mis oídos el sonido de la naturaleza, he imaginado el sonido de tu guitarra y he sabido que a partir a aquí, viajo solo. Mucha suerte amigo, sé feliz.
Desius llamó a Rocco, que se posó en su hombro, subieron juntos al barco y levaron anclas.
Notó cómo un nudo se hacía fuerte en su garganta. Quiso llorar pero no pudo, algo en su interior le decía que todo estaba bien, que sus amigos serían felices allá donde habían ido y que él tenía que buscar su camino.
De pronto sintió añoranza de su padre, el primero que comprendió que no era un niño como los demás y le animó a buscarse a sí mismo; recordó las palabras de su madre “qué ideas más peregrinas tienes…” y sin más la risa desató el nudo de su garganta y se sintió feliz, se sintió él por primera vez desde hacía mucho tiempo.
Se dirigió al espejo de su camarote para buscar en su reflejo el niño que cada tarde pedaleaba hasta el pantano, para intentar averiguar si era eso lo que quería y vio la imagen de un hombre joven, de piel blanca a pesar del sol, de facciones tranquilas y unos ojos sin color que clavaban su mirada en él.
Volvió hacia cubierta y tomando el timón gritó:
-Tripulación, avante toda.
El “Sueños” zarpó sin rumbo fijo.


1 comentario:

  1. Bonita inspiración Clara, no hay nada como la mirada cálida de unos ojos color miel, su brillo cuando se emocionan al sonar una melodía, el sentimiento reflejado por saber que han hecho sentir..
    Soñar y compartir fantasías aleja la soledad, y cuando se cruza una mirada..

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