sábado, 29 de marzo de 2014

La Caña... De Azúcar (Dos)


En una ocasión (debía estar muy aburrido para hacerlo) leí un estudio sobre las distintas posturas que se pueden pillar en la barra de un bar, y según el iluminado que escribía semejante tesis para el Nobel de Ciencias Sociales, había unas 294; en mis buenos tiempos podía colocarme y descolocarme, según el grado de alcohol y cansancio, de unas treinta formas distintas, pero el tipo que ahora estaba a mi derecha, o se había leído el mismo artículo o no daba con la tecla.
Se giraba, se volvía a girar, apoyaba un brazo, apoyaba el otro, miraba el culo a la caucásica, miraba las tetas a la morena, volvía a girarse, volvía a desgirarse, iba, venía, se alejaba de la barra, se acercaba, daba un pase de pecho a la chica que pasaba delante de él, miraba el culo de la camarera, de las dos, pero no había forma de que tomara un trago, porque el tío no pillaba el toque, y así para una vez que agarró la copa de vino, ¡zas! se lo echó encima, con el consiguiente saltito hacia atrás por el susto y más vino al suelo, otro saltito y más vino en la barra, hasta que se debió dar cuenta de lo que pasaba y soltó la copa para seguir moviéndose inquieto, buscando algo para limpiarse, limpiar... La camarera, atenta a todo, con esos ojos penetrantes que te acusaban por existir, limpió rauda la zona dañada y ofreció otra copa al individuo que tras negar con la cabeza pagó y desapareció del local a velocidad de vértigo.

Las dos camareras volvieron a reír, hasta que una de ellas se dirigió hacia una pareja que entraba por el ala este del bar para atenderla,  modernos ellos hasta la yugular y marcando estilo... de ceporros, porque la colega llevaba un moñito que ríete tú de las muñequitas años 30 y el tipo iba de marca de mercadillo moviéndose para que se viera el pedazo caballo con el tipo montado haciendo polo hecho a mano “made in rastrillo miércoles”. Ya colocados, y pedida la consumición, la tía estaba echando unas miradas descaradas a otro que estaba sentado enfrente como para darle un toquecito, pero es que el moderno no se enteraba, él iba a su rollo, luciendo palmito con la cabeza levantada y tomando posturas para que se le viera, manos en los bolsillos y mirada displicente, por lo que su acompañante, a la que debía llevar de florero, estaba a echar... lo que fuera con quien fuera.

La camarera, que no perdía detalle, debía conocer al chico que estaba siendo violado por las miradas de la tía, y saliendo de la barra se fue a charlar con él con el pretexto de recogerle la bebida, colocándose hábilmente en medio del ángulo de visión de la otra y ofreciéndole descaradamente el culo, por lo que la acompañante del maniquí de feria tuvo que conformarse con él y sus movimientos.
Volviendo a mi cerveza, que ya no existía, solicité otra, y en esta ocasión señalando con el dedo lo que había bebido conseguí que no hubiera confusión, por lo que la segunda pinta me fue servida al tiempo que dos chicas se colocaban junto a mí esperando ser atendidas.
Yo no sé si el barullo de estos locales, el ruido de fondo, la que se lía por las idas y venidas, hacen que la gente se crea que está sola y sin nadie alrededor, o simplemente les importa una mierda hablar de lo que sea, porque hay que ser no sé qué para comentar con una amiga el último polvo al lado de un desconocido mientras esperas que te sirvan una copa. No es que me importe que la gente folle (benditos ellos) cómo follen, la longitud de lo que sea y el tamaño de los huevos del caballo de Espartero, pero salvo que esté escribiendo un guión de El Íncubo, donde me doy todas las licencias, si tengo que hablar o charlar sobre el follar, normalmente me cuido de que me escuche quien debe, a no ser que esté preparando una tesis (otra) y quiera saber la reacción del respetable. Estas dos desde luego no sé si una tesis, pero preocupación porque al que sea se le venía abajo y no había manera, ni con la boca, ni con la mano, ni con el pie... pues usa el coño, a lo mejor con el calorcillo se anima, y que claro que se perdía el momento con lo bonito que había sido lo anterior, la cena, las bebidas, la conversación (y una mierda la conversación, la otra no se lo creía ni de coña) y en el momento pues nada chica, que no hubo forma.

La otra, que la escuchaba y se daba cuenta que yo escuchaba porque estaba como a 30 centímetros (medida oficial, no sexual) de la que hablaba, se relamía de gusto con el fracaso de la amiga, intentaba hacer como que la animaba y de paso me miraba por si yo hacía algo, cosa que por supuesto no ocurrió, Dios me libre de meterme en una conversación “privada” en medio de un bar lleno de gente sobre los problemas para ponerle la polla (es la palabra que utilizó la chica fina) dura al amigo después de una noche de verbena.
Lo mejor vino después, cuando la otra, además de hacer como que la consolaba, le empieza a dar consejos de cómo y de qué manera, en plan experta en ponerlas tiesas, y la del fracaso escuchando ensimismada como no dando crédito a lo que oían sus pabellones auditivos. En un momento dado, y ya era descarado que también hablaba para mí, se le escapó uno de los consejos poniéndolos en primera persona, y con ello descubrí que el tipo que no se ponía, con esta otra sí se había puesto, pero la amiga ni se coscó, así es que ellas mismas y sus pollas flácidas (¡qué me van a contar a mí de eso!) miré a la de los consejos, moví la cabeza para dar a entender lo que había pasado y volví a mi cerveza, que ya se estaba calentando.

Terminado el último trago, solicité la cuenta evitando la pregunta de rigor ¿Qué te doy? que me provoca la respuesta de rigor que tanto me cuesta reprimir cuando la escucho en boca de otro, y al abonar la consumición la camarera, en un alarde de simpatía no expresada hasta ese momento, se despidió deseándome una buena tarde y me dispuse a salir del bar.
A punto de dejar “La caña de azúcar”, los animalitos del zoo, las cercanas galaxias interestelares y algún que otro ser humano en sus diversas formas de hombre, mujer y algo más, casi me quedo sin un ojo cuando un descerebrado que intentaba poner en marcha la maquinita para el tabaco movía la mano como un poseso porque no acababa de hacer “clic”, hasta que otro que estaba con él le indicó que cada vez que le daba la encendía, cada vez que le volvía a dar la bloqueaba, y así como unas diez veces, por lo que no conseguía nada. El berzotas lo intentó de nuevo y esta vez, al pulsar sólo una el mando, consiguió su propósito. Los compañeros aplaudieron, yo conseguí concienciarme sobre mi teoría de la involución humana y empujando la puerta apuré una bocanada de aire fresco que me vino muy bien tras las dos pintas degustadas entre... digamos, la gente.

La vuelta a mis orígenes no estuvo mal, pero quizás me pilla mayor algún que otro momento de relax sólo, porque ahora me obligo a charlar y vivir el momento con quien quiero, y estos, realmente, no se quieren.


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