viernes, 26 de agosto de 2011

Genesis



Hubo un tiempo en el que los árboles eran inmensos, los animales campaban a sus anchas por todo el orbe, y junto a ellos otro animal, quizás un poco diferente, quizás un poco más racional, que compartía las ganas de vivir y de gozar de lo que le rodeaba.
Hubo un tiempo en el que todo era azul, gris, rojizo, pero nada turbaba la armonía entre los seres, en el que la muerte y la vida eran una sucesión de acontecimientos naturales, venidos por la propia marcha de los tiempos, llegados por el discurrir inexorable de las épocas.
Hubo un tiempo en el cual los sonidos de la Naturaleza se erigían como los instrumentos que llenaban el silencio, y todo era un alarde de armonías que hacían vivir los momentos, las épocas, los siglos...
Pero llegó el tiempo en el cual el hombre dejó de ser un animal un poco diferente, un poco más racional, y fue convirtiéndose en el Ser, en todo “razón”, en el dominador absoluto basándose en su poder para pensar, en ese poder que nunca utilizó para mantener la armonía, la quietud, para llenar el silencio, y llegó el tiempo de la oscuridad, de las brumas, de los desastres, en los que el hombre seguía queriendo demostrar que el silencio ha de destrozarse con los sonidos asonantes, con los estruendos de los “sinsentidos”, con las voces que gritan, con los oídos que no escuchan... y consiguió llenarlo todo de la nada, de lo negro, de lo absurdo, de él mismo, supremo príncipe de las tinieblas, único destructor de vida, de belleza, de frases bellas, de palabras hermosas, único superviviente de su propia miseria, de su propio vómito, de su propia esencia...
Me presenté en una época de tránsito, cuando cansados de destruirse entre sí hicieron un parón (escaso, fugaz, insuficiente) en sus ansias por destruirse y destruir, y salvo “focos” aislados de sangre y muerte, buscaban formas de comunicarse, de interpretar los sueños, de llegar a entenderse a través del aire, de las notas, y nacieron los juglares, enemigos de la tristeza o inevitablemente unidos a ella, y quisieron llevar su vida por senderos de notas, de pentagramas escritos o creados sólo en su imaginación desbordante, queriendo alcanzar el infinito, queriendo tocar la nada.
Llegué en un momento de transición, y me impregné de los ecos de estos autores de sueños, y deseché a los imitadores, y barrí de la faz de la tierra a los que pretendían ensuciar con su basura camuflada la obra de los auténticos, y viajé con ellos a través de la tierra de los sueños, y floté elevado por la magia de sus creaciones, hasta el infinito, hasta donde nadie llega, empapándome de vida, calándome hasta los huesos de sensaciones, perdiéndome en las esquinas de los suburbios, simplemente escuchándoles.
Hubo un tiempo, en el que me presenté, donde el ser humano decidió sacar algo de su “razón”, ser un ser racional, ser un ser, ser... para llenar espacios, para rasgar silencios, para temblar almas, quiso dar sentido a la evolución, quiso mantenerse en la pirámide de la vida, no duró mucho, no fue eterno, no pudo crearse algo en el infinito, pero fue, existió, llenó, dio sentido a muchos negros momentos, y dejó un rastro de vida que difícilmente podrá volver a ser tan sublime

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