domingo, 28 de agosto de 2011

El Viejo Faro


Julia se sentó sobre una roca al borde del acantilado. A sus espaldas el faro, su viejo faro, la miraba y con su sombra la arropaba recordándole que los viejos amigos están siempre cerca vigilando y dispuestos a ofrecer su calor y su cobijo.
La neblina de la mañana había descendido y se había compactado sobre el agua dándole  la sensación de estar sentada en una montaña, con las nubes como alfombra. El faro era el único elemento que le indicaba que se encontraba junto al mar. Aspiró profundamente para llenarse del olor del salitre, mas las nubes no permitían que ese olor la llegara. Cerró los ojos dejando al sol acariciar su piel.
Hacía mucho tiempo, quizás demasiado, que no había vuelto a ese lugar y las cosas ya no eran igual que antes. Preguntó por él pero ya no estaba. “Will se ha ido”, le dijeron en el pueblo.
Había buscado la senda olvidada del faro simplemente porque el corazón le indicó el camino.
Se sentía extraña, había algo en el ambiente que no encajaba con el lugar. No sentía el rumor de las olas, ni el canto inconfundible de las gaviotas ni tan siquiera el sonido de las sirenas de los pesqueros trabajando fuera de la bahía.
Sacó un sobre con un trozo de papel del bolso, lo desdobló y leyó: “Deseo hacer realidad mis sueños más íntimos, esos que me llevan a un lugar apartado, sentados sobre una roca, a los pies del viejo faro, mirando el mar en calma, tú y yo, sin nadie más. ¿Cuántas veces te lo he dicho, cuántas noches me habré dormido con ese pensamiento a flor de piel…?”.

Guardó la carta, se quitó la chaqueta, hizo con ella una almohada y se tumbó sobre la roca, con las manos cruzadas, tapándole los ojos. La quietud la invitaba a abandonarse a las sensaciones que le llegaran y aceptó la invitación. Respiró tranquila, se relajó y dejó libre la mente abriendo la puerta de los sentidos.
Los rayos del sol acariciaban suavemente la piel de sus muslos desnudos e intentaban traspasar la fina tela de algodón del vestido que apenas cubría su cuerpo desde el pecho hasta los glúteos. Una ráfaga de aire tibio que se adentraba en tierra desde el mar besó su piel. Julia dobló las rodillas ofreciendo al aire sus piernas, sus muslos, el minúsculo trozo de tela de su ropa interior. El aire y el sol excitaban por igual la piel de Julia que, embriagada por el olor a eucalipto, sentía cómo su pecho se aceleraba, cómo su sexo latía ante la proximidad de un amante imaginario e invisible que le susurraba palabras de amor ininteligibles disfrazadas del sonido del agua que se aleja de la roca tras chocar con ella. Sus ojos cerrados dibujaron la silueta de su amigo tan querido que, acercándose a ella, depositaba un leve beso en sus labios entreabiertos. La lengua recorrió los labios y los saboreó recordando el sabor de la boca que anhelaba. Dejó resbalar las manos por su cara, por el contorno de su cuerpo, por los muslos ardientes desde el interior hasta llegar a los glúteos, las dejó reposar en la roca para que se llenaran del calor que había acumulado.

Un sueño relajante y sensual se apoderó de ella. En él la silueta de su amigo se transformaba en un cuerpo que respiraba a su lado, que le transmitía su calor, la acariciaba y aspiraba el olor de su pelo; en unos brazos que la rodeaban suavemente atrayéndola hacia sí impregnándola del olor y del deseo que lo llenaban. Los labios se detenían en su boca, la lengua se hacía hueco entre los labios y buscaba su calor, se llenaba con su sabor. Julia recibía los suspiros de su amante como un regalo que llegaban de muy lejos. Notó cómo una lágrima se escapaba y comenzaba a rodar por la mejilla al intuir los primeros versos de una poesía que la emocionó tiempo atrás.
Abrió los ojos ligeramente sobresaltada al sentir el roce de unos labios impidiendo que la lágrima continuara su camino. Su mirada se topó con unos ojos marrones que conocía muy bien en los que descubrió una sonrisa maravillosa. Volvió a cerrar los ojos, guardó esa imagen, abrazó a Will y lo besó tiernamente.

-Hola, estabas dormida. ¿Soñabas?
-Creo que si, que era un sueño.
-Espero haber sido yo el objeto de tus sueños.
-Quizás, respondió con una mueca picarona. Pero antes de soñarte, yo te sentí.

De pronto su cabeza se llenó de cosas que preguntar, cosas que contar, cosas que compartir. Un torbellino de energía la rodeó y la hizo ponerse en pié, pero unos brazos la rodearon, la abrazaron muy fuerte y la obligaron a serenarse.

-Vamos dentro, quiero enseñarte algo.

Tomó la mano de su amigo y se dejó conducir hasta la puerta del faro. La pintura azul brillaba, no había grietas en la madera, mostraba el mismo aspecto que ofrecía cuando, siendo niña, acudía cada verano a visitar a su abuelo. La puerta se abrió sin ruido y les mostró un interior de paredes blancas, muebles antiguos pero bien conservados y, al fondo, una cocina de la que se escapaba un intenso aroma a pan recién horneado.
Julia quiso decir algo pero Will selló sus labios con un gesto de su dedo y una mueca encantadora. La invitó a subir las escaleras que conducían al primer piso.
La planta, diáfana, recibía la luz del sol que se colaba por el hueco de la eterna escalera que parecía reptar hasta el cielo. Cerca de la ventana había un acogedor rincón lleno de jarapas de brillantes colores y cojines, una mesa baja donde reposaban varios objetos traídos de lugares remotos y una lámpara con una tulipa oscura. El resto de la estancia se componía de una cama, una antigua mesa recuperada de algún barco y distintos muebles que albergaban libros, discos, fotos, recuerdos…
Se dirigieron hacia la ventana y miraron hacia el mar de nubes que parecía no querer desvanecerse. Will se sentó en un cojín y le indicó a Julia que se sentara a su lado.

-Mira al fondo, sobre la balda verde.

Julia quedó un momento mirando al fondo. Sobre la balda de color verde esmeralda había un muñeco de trapo que ella misma cosió de forma tosca muchos años atrás. Todavía conservaba el parche en el ojo y el pañuelo en la cabeza: su niño pirata.

-¡Lo conservas! Te quiero, eres un amor.

Se miraron tranquila, profundamente. Buscaron en los ojos del otro lo que el corazón gritaba y los labios callaban. Julia acarició la mejilla de Will, la besó tiernamente, como una amiga besa a un amigo tras años de ausencia.
Tras ese primer beso sus labios buscaron la comisura de los labios de Will y se detuvo un momento. Los labios suaves, jugosos, tantas veces deseados, estaban dispuestos a recibirla. Los dibujó con la punta de la lengua. Aspiró el aliento masculino, se embriagó de él, de sus recuerdos, se dejó caer atrayendo hacia ella a su amigo y cerrando los ojos se ofreció a él.


El Viejo Faro (Extracto) 
Historia creada por "Clara"

1 comentario:

  1. Precioso, debe ser bonito encontrarse en un lugar tras la eternidad sin sentirse. Todos tenemos esos lugares, pero a veces no podemos ir, o nos vamos solos. Hasta otra.

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