Lo miro todo, aquello que me lleva hacia ti, la esencia de tu figura, tu
olor, tu sabor que perdura en mi memoria ligado para siempre a todo lo que
siento, pero mi ventana se encuentra cerrada, ya no siento nada más allá de
esos recuerdos que me hieren, me hacen vivir de nuevo lo que murió con ese
paseo por los sueños que nunca volverá.
Desde la casa de la colina oteo el horizonte esperando que el Sol caiga
sobre mí, me lleve hacia la oscuridad que espera paciente bajo el lecho del
río. Hay un tiempo perdido en la memoria, el que nos hizo felices cuando nos
jurábamos palabras de amor eterno, con los ojos entregados a la mirada del otro
ser humano que conocía nuestros deseos, nuestras fatigas, nuestros anhelos.
Volveremos a lo que somos, ese polvo en el camino que nunca más
pisaremos, porque las huellas están borradas por aquellos que no creían en
nosotros y aún así pudimos dejarles atrás, siempre mirando la luz de nuestros
sueños. Después viajamos demasiado alto, demasiado deprisa, demasiado pronto y
caímos en lo que no queríamos ser.
Sigo queriendo acariciar tu pelo, libre como el viento que lo rozaba,
sigo queriendo besar tus labios, calientes como el deseo que anidaba en
nuestros corazones, sigo queriendo todo aquello que ya no tendré jamás, tumbada
en la cama que me hizo ser la mujer de los sueños imposibles, de las palabras
pintadas de colores, de los reflejos en el espejo roto.
Adiós, Amor, tú y yo sabemos que la dama negra nunca podrá tenerte,
aunque ella crea lo contrario.
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