viernes, 27 de mayo de 2011

El Camaleón En Las Sombras



Cuando hace años me dejé atrapar por esa Música casi mental que era y es el progresivo, no podía imaginar que vería, en directo y muy vivo a uno de los iconos que por derecho propio es uno de los más grandes creadores de sensaciones de los últimos cuarenta años.
La sala parecía dispuesta para la ocasión, viejos amantes de la Música, algún joven con conocimientos de sus padres o inquietudes por buscar y las ganas de saber qué iba a dar este genio de la Música metido en los sesenta y con demasiado a sus espaldas. 
No me sorprendió el austero escenario, las letras del ciclo del festival "Music Legends", un precioso y reluciente piano de cola negro y la acústica descansando sobre su pedestal. Con esta premisa creí que el viejo maestro estaría solo y así me hice a la idea, y con las luces apagadas y una tenue luz azul iluminando el escenario apareció, delgado, alto, pelo blanco de canas que no se esconden y una sonrisa de oreja a oreja para saludar al respetable.
Peter Hammill es uno de esos músicos que no dejan indiferente, es historia por derecho propio de la Música, genio creativo entre los más grandes genios, y un instrumentista excepcional; me daba igual sus cuarenta años de carrera, quería ver al músico ahora, y por suerte para mí el músico está tan tremendamente vivo que no pude por más que emocionarme durante cien minutos de orgía sensorial.
La primera parte del concierto la dedicó al piano, atacando furibundo las teclas o acariciándolas según quería, con esos temas tan especiales, imposibles de imitar, pero todo, absolutamente todo al servicio de esa voz que es, a sus sesenta y tres años, un portento de técnica, registro y espectacularidad. Canta, recita, grita, susurra, hace falsetes, baja, sube, con un dominio vocal portentoso y una capacidad realmente impresionante; que a estas alturas se mantenga así dice todo de su amor por lo que le ha hecho ser quien es, la Música, porque es un profesional como la copa de un pino y un genio. Cada tema era tratado como una pequeña suite dentro de un todo, con esos movimientos de cabeza para acompasarse y los recorridos precisos por todo el teclado, que sonaba como los ángeles, para terminar cada pieza con un abandono de los brazos separándose del piano, dejándose caer hacia atrás dando a entender el final de un espacio.
Grandísimo al piano, con sus papeles de notas pasando de mano a mano, a la media hora lo abandonó para plantarse sentado ante el público con la acústica, y otra exhibición. Aquí el lucimiento vocal fue aún mayor, las seis cuerdas servían para ritmos enloquecidos, ataques a los sentidos en continuos cambios de ritmo, arpegios precisos y preciosos, y por encima de todo su juego con la voz, incluso una introducción "a capella" para dejar tiritando al más frío de los mortales. Impresionantes sus finales dejando como flotando el instrumento entre sus piernas y su pecho, simplemente con un par de luces iluminándole y llenando el ambiente, una especie de vacío provocado por igual por su talento y la entrega de los que allí estábamos en un silencio sepulcral que duraba cada tema, enormes barbaridades que no bajaban ninguna de los cinco minutos.
No dio tregua y tras la hora del concierto volvió al piano para atacar el último set del mismo, otra media hora de energía desatada, historias narradas con sabiduría y el juego con el instrumento, del que es un auténtico virtuoso.
Su Música no se puede seguir, no se puede tararear, es imprevisible, has de estar absolutamente metido y concentrado en alma y sentidos, sólo así te llega, pero cuando lo hace te atraviesa, te hace suya, no puedes escapar, eres esclavo del deseo por la belleza que sus sonidos recrean, y además siendo como es un genio superlativo, lo que hace lo hace simplemente perfecto.
Aún así no me dejó la sensación del concierto perfectamente estudiado, fue desgranando los temas de la lista que escrita a mano (lo enseñó al público) traía con él, pero parecían unas improvisaciones sobre otras, era pura creatividad, y así me lo hizo sentir.
Tras hora y media de magia se despidió para volver entre aplausos de un público poco numeroso pero entregado a un bis a la guitarra que terminó por arrasar lo que quedaba, un clásico de más de treinta y cinco años.
Simplemente sublime, Música en estado puro, nada que no fuera dar lo que quería, hasta donde quiere y como le da la gana, unas sensaciones para los que amamos esto de forma global, quizás no entendida para miles de millones, pero seda en cada nota derramada.
Peter Hammill, un sueño de demasiadas horas en la oscuridad de mi habitación, con los cascos para no perturbar lo "cotidiano", hecho realidad una tarde inolvidable, cien minutos alargados hasta la Eternidad.



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