miércoles, 10 de julio de 2013

¿Reflexiones?... Quizás


Puestos a decir, que no suelo decir casi nada, es interesante saber el por qué de esa reticencia femenina a querer que los hombres seamos exclusivamente sumisos especímenes de sus deseos, cuando en general, si obviamos declaraciones públicas, reuniones entre amigas más o menos dedicadas a las quejas de su esclavitud, y algún otro foro que olvido (por lo de decir casi nada, supongo) es evidente que en una relación usual, normal, natural (y demás adjetivos que puedan ponerse al día a día entre seres humanos de distinto sexo, en ejercicio, claro) no hay motivo para pensar de otra manera.

Y es que tiran más dos…, y el olor del sexo sigue siendo el motor del mundo, y además, nuestras neuronas van directamente de la vista, el oído, el tacto, el olfato, el gusto (sobre todo, o casi) a nuestros órganos sexuales, mientras que ellas, salvo casos de encendida situación o calentura desbordada, siempre hacen un alto en su cerebro, analizan la situación, y después, si lo estiman oportuno, segregan toda la batería de olores, movimientos, palpaciones de las que son capaces de liberar y van a por todas (lo que les ocurre es que entre tanta parada en el cerebro, y segregaciones varias, nosotros casi ya hemos acabado o estamos en ello, y entonces surge el problema de ¿habrá una segunda vez para enterarme?).
Por eso, debería ser más fácil que asumieran ese rol de “dominatrix” intrínseco en cada una de ellas, ya que a nosotros no nos queda más… que asumirlo, y así todos tan contentos, porque lo del jueguecito de “lo que tú quieras” pero que queda en “así no, si es que no te enteras”, o “me duele… lo que sea” termina con demasiadas sesiones de vídeos (o DVD) pornos, fatigosas peleas de “cinco contra uno” y al final todos compuestos y sin o con pero menos de lo que sería.

Si el marqués de Sade hubiera tenido más tiempo de libertad y menos de cárcel (aparte del que gastaba probando sus propias fantasías) posiblemente nos hubiera dado el tratado perfecto sobre la sumisión, pero la que no se ve, la que no precisa de cuero negro ni botas de tacones altos ni látigos de mil formas (parezco un experto y sólo he visto películas y algún sex-shop) la que comienza con el “buenos días” o “te invito a una copa y luego ya veremos”, que es la que los hombres aceptamos porque ni tenemos pajolera idea de que lo es, y además, cuando haces reflexiones como la que se escribe en este momento (y ya es mucho decir que es una reflexión esto que disparo al papel) nos damos cuenta de que es la que realmente nos gusta, porque si no fuera por las que tiran más que… o ese olor que nunca sabes por donde va a salir, o ese calor que calienta pero no quema… qué sería de nosotros, simples homínidos con un mínimo de inteligencia y raciocinio que nos debemos mover por un mundo de seres inteligentes, racionales y poderosos física y mentalmente (ellas).

Al final va a resultar que la homosexualidad es una forma de liberación suprema, y la bisexualidad es una forma de liberación pero menos (por aquello del olor y demás) o quizás no, que nunca se sabe.


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