martes, 2 de julio de 2013

11.000 Metros


Es difícil pensar en ser alguien cuando la inmensidad te abruma, y más complicado es pensar que lo eres cuando no sientes nada más allá de lo que realmente te indican por señas, marcas o señales que apenas dicen lo que presuponen.

Suspendido a 11.000 metros del suelo, el lugar donde mis pies se sienten seguros si la tierra es más o menos firme, tengo la sensación de ser simplemente o nada menos esa mota de polvo que aún puede sentir en el espacio reducido de su propio cuerpo pero infinito de su mente, porque cuando todo lo que tienes alrededor es inmensidad, ajeno a las leyes físicas que podrían provocar en cualquier instante que deje de ser ese ente pegado a un número adherido a una cartilla que atiende al nombre de pasaporte (según qué idioma puede variar) la única ley que me lleva es la de mi pensamiento que sigue libre por el infinito a pesar de espacios en caída libre, los que consideran la diferencia por el color o los rasgos y esas leyes no escritas que a lo largo de los siglos que la humanidad lleva haciendo el propósito jurado de destruirse nos manejan en nuestra propia conciencia.

Puedo volar o sentir que lo hago sin despegar del suelo, o puedo creer que el suelo de un pájaro de acero a 11.000 metros de altura sostiene mi cuerpo mientras el vacío de sentirse sin cadenas me hace flotar más allá de cualquier escrito que deba firmar para ser, ver, oír o hacerme mío.
En un tiempo en el cual nada es lo que parece, ni siquiera la sugestión de haber alcanzado la perfección absoluta puede librar de saber a ciencia cierta que no debemos temer que sea el cielo el que caiga sobre nuestras cabezas, sino que las cabezas decidan seguir el curso natural de la evolución humana y por fin vayan a despegarse de nuestros cuerpos, a partir de aquí todo habrá terminado o según se mire puede ser el momento en el que todo comience.

De vez en cuando es bueno sentirse tan insignificante, sabes apreciar el sabor de las cosas pequeñas, las que van haciendo que todo el conjunto forme ese aura que cada uno tiene y poder llegar hasta donde se quiera cuando asumiéndolo comienzas a sentir la grandeza de todo lo que sin serlo te lleva más allá de las estrellas.

4 comentarios:

  1. No somos más que pequeñas motas de polvo que van de aquí para allá sin terminar de posarse en ningún sitio. Somos insignificantes comparados con la inmensidad del universo, pero cada pequeño grano de arena hace posible que haya playa.
    Es bueno saber que seguramente la historia pueda seguir haciéndose sin nosotros, pero ¡que caray! algo estaremos aportando a esa historia.
    La grandeza de las cosas pequeñas es lo que hace que el mundo funcione. Detrás de cada esquina hay una sonrisa amiga, el roce de una mano, una palabra amable. Cosas que nos ayudan a levantarnos cada mañana y tirar del hilo que nos ata a este mundo haciéndolo moverse hacia adelante.

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    1. Esperemos encontrar esa mano, la sonrisa sincera y la palabra amable, porque últimamente no se están dando mucho que digamos. De todas maneras a 11.000 metros no hay espacio que pueda encorsetar al alma que quiere sentir.

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  2. De vez en cuando sería necesario e incluso me atrevería a decir sano, sentirse así, que exista algo que nos recuerde quien, como, y lo que somos. Deberíamos pasar por esa experiencia física y luego mental, una especie de vuelta a los orígenes, un punto de partida que nos haga mirar hacia arriba y ser conscientes de lo pequeños que somos, para enriquecernos con las cosas grandes que nos rodean.
    Una interesante exposición Agilulfo.
    Besos.

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    1. A veces te llevan para estar lejos de todo, otras apareces sin proponértelo y en ocasiones un deseo irrefrenable hace que subas a lo más alto. Lo difícil de los sueños, a 11.000 metros o bajo tierra es hacer que ocurran cuando la mente no es libre, si se logran soltar las cadenas poco hay que detenga la mente para llegar donde se quiera.
      Besos

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