sábado, 10 de diciembre de 2011

Raíles Humanos



A pesar de todo, sólo somos personas (y algunos tienen de regalo dicho apelativo) y el reloj inexorable del tiempo marca nuestras vidas, para todos, incluso para los que se creen inmortales y actúan de esa forma. En la autopista de la vida, no tenemos opciones, pagamos el peaje o nos quedamos fuera, parados, sin lugar a donde ir. No es un juego, es la parte que nos sobra de la vida, es lo que no podemos controlar, es, en definitiva, casi todo.
Un adolescente golpea una farola, insiste en su violencia irracional hasta que la rompe, grita con gestos de triunfo; un adulto llora de rabia por lo que cree que será el futuro, se pregunta en silencio cómo se ha llegado a esto, y el adolescente le mira desafiante. No es un andrajoso, no es un desecho humano, es uno más de los miles de críos que necesitan esa irracionalidad, y eso, al adulto, le destroza los esquemas. Ya no hay excusa con los inmigrantes, con los negros, con los mendigos, el adolescente entra en un colegio de pago, viste ropa de marca, y golpea la puerta de hierro antes de ir a ¿clase?

Una mujer nota un bulto en el pecho, le recomiendan una necesaria operación sin peligro aparente. La pregunta rompe el silencio, ¿por qué a mí? y la respuesta te devuelve a ese peaje que hay que pagar, eres una más, una de tantas, de esas miles de anónimas que también necesitan operarse, vivir amputadas por el giro de lo que, a través de los siglos, nos hemos empeñado en hacer a todo lo que nos rodea, incluido el aire que respiramos. La imagen de su amante acariciándola sin un pecho puede más, en ocasiones, que el peligro latente de perder la vida, los pensamientos se dirigen a los demás, los mismos que nos abandonan cuando entramos en el quirófano, solos, desnudos, sin dinero para ese peaje que nos hace caminar de nuevo.

La ponzoña de la miseria ahoga nuestra felicidad, nos golpea a diario, cuando paseamos por las calles en las que pretendemos montar nuestro futuro, con los ojos inyectados en sangre del que pide una hogaza de pan, con las voces de aquellos que necesitan hacerse oír desde su mediocridad, con los signos de la decadencia de nuestra propia especie. Un padre lleva a su hijo al colegio, y las preguntas evidentes por lo que rodea asaltan su mente; cómo explicar lo irracional, lo injusto, lo inhumano, lo que nadie quiere y tomamos gratuitamente. El niño desconoce que otro niño como él, en el otro extremo del mundo, cruza una frontera con una carga de explosivos adosados a su cuerpo aún desarrollándose, carne de cañón de miserables que pretenden manejar los destinos de… nadie, porque el destino no son cien muertos, ni mil, ni la raza entera. El niño que camina de la mano de su padre ignora que la última bala perdida vació la vida de un millón de personas, porque volvió a matar las conciencias, porque volvió a cobrar el peaje para evitar ser el siguiente. Su padre sujeta firme la mano, pero su alma tiembla por ese futuro que no puede contar, que se niega a aceptar, y que, sin embargo, está abrazándole con fuerza.

Somos todo, y somos nada, a fin de cuentas sólo somos personas (y algunos tienen de regalo dicho apelativo) y por mucho que lo intentemos, incluso formando parte de esos privilegiados que viven a costa de los demás, pagaremos el peaje, pagaremos el aire que respiramos, pagaremos las miserias que hemos creado, pagaremos por provocar que no podamos acariciar a quien tenemos a nuestro lado sin pensar que, quizás, no sea correcto.

El jefe de estación levanta la bandera roja, el tren se pone en marcha, los raíles crujen y se resienten con el paso de las ruedas, indican el camino hacia ninguna parte, nos llevan donde nuestros sueños quieren, estamos dormidos, el despertar será otra cosa.


6 comentarios:

  1. Buen escrito Agilulfo, muchas verdades y sin tapujos, tremendo reflejo de la dureza de la vida, la crueldad y la irracionalidad humana.
    ¿humana?.
    Un besazo.

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  2. Por desgracia, sí, querida Jane, humana. Besos

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  3. Dicen los sabios que descendemos del mono, pero nuestro comportamiento esta mas proximo al de los virus... Un texto crudo y realista. Un abrazo.

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  4. Gracias Lazaro, es lo que siento cuando me paro a mirar, menos mal que sigo teniendo la Música... Un Abrazo,

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  5. Precioso y descarnado escrito.
    Una vez leí en un libro de Robert M.
    Pirsig que es mejor viajar que llegar.
    La vida es un viaje que inicia sobre unos raíles perfectamente alineados pero muchas veces las agujas de las vías cambian y nuestro destino cambia con ellas. En el peor de los casos el tren descarrilla. Otras muchas la vida sigue por los carriles más o menos tranquila.
    El jefe de estación cuando levanta la bandera no sabe exactamente lo que nos depararán los raíles y las traviesas (gracioso nombre). Pero para ver lo que hay al final del viaje no queda más remedio que subir al tren y pagar el billete.
    Un beso enorme.
    Ciao

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  6. Esperemos no descarrilar, pero entre otras cosas, me fío bastante poco de los jefes de estación y los que hacen las vías, por aquello de que son seres humanos... Besos Clara.

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