domingo, 7 de febrero de 2021

Antes de todo I

 


Quise sentirme junto a su aura, dejando que la suave luz de la vela iluminara su rostro. La mano cálida y suave, casi como de seda, se posó en mi muslo, y al instante un temblor deseado recorrió todo mi vientre, aún podía volver a esos lugares en los cuales éramos uno, rodeados por nuestra desnudez a la luz de las estrellas. La Música que tantas veces nos había hecho el amor en el silencio de un instante, ahora sonaba como compañera de lo que vendría después, con la cálida emoción de la melodía que nos acariciaba de nuevo.

Dejé que las sombras que el movimiento de la vela hacían jugar sobre su rostro me llevaran a su imagen, y mientras el brillo de sus ojos adormecían mis sentidos la mano continuaba transmitiendo todo lo que necesitaba para sentirme viva, treméndamente vital, capaz de cualquier cosa. Seguía emocionándome con su piel sobre la mía, al compás de esos temas míticos que nos cubrían de emoción en los momentos en los cuales nos sentíamos uno el uno con el otro. Nunca hubiera sabido del amor a través de esa magia que transmitían sus ojos cuando la Música nos penetraba, nos hacía suyos y seguía elevándonos al compás de lo que nuestros cuerpos deseaban; nunca lo habría descubierto de no ser por el primer gemido que salió de su garganta cuando nos entregamos en el calor de una voz que nos susurraba.

Abrí mis piernas un poco más, sabedora que todo el recorrido hasta esa parte que ahora era puro fuego sería descubierto de nuevo después de demasiado tiempo, la eternidad que nos impusimos al tiempo que el silencio de nuestras melodías callaban a la espera de volver a encontrarnos, y al sentir mi entrega sus dedos jugaron con mi piel erizada. Era una sensación maravillosa, las yemas de sus dedos, suaves como la piel de un bebé fueron buscando sin prisas, teníamos la eternidad por delante y lo sabía, de modo que me dejé hacer. El tiempo era nuestro, la pasión envuelta en melodías no sabe de límites más allá de lo que propone, y en nuestro caso no los teníamos cuando se trataba de jugar con el cuerpo del otro siguiendo el ritmo que nos marcaban esas líneas invisibles dibujadas en nuestra piel y que provocaban sonidos al rozarlas.

Mis manos seguían sobre la mesa, acariciando el vaso aún lleno de esa bebida de dioses que cierra tantas emociones, con las burbujas haciendo extraños movimientos que casi se acompasaban a lo que mis ojos veían a través de la tenue luz de la estancia, esa vela que poco a poco arropaba nuestros sueños.

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