jueves, 28 de abril de 2011

El Sueño que murió sin haberlo soñado

Un local lleno a rebosar, sudor, humo, ruido, gritos de histeria, y las luces silencian las gargantas, porque llega una sola garganta, la que hará que todos lleguen al éxtasis, que se viva una experiencia orgásmica. Las mujeres enloquecen con las primeras notas, la banda apenas se escucha cuando intentan dar la entrada al señor del "Soul", Mr. Sam Cooke, el hombre que rompió las barreras de las razas, la voz de un pueblo que llegó a otros, el que sería guión a seguir por sublimes maestros que ante él se sentían aprendices. Saluda a la audiencia, los enloquece aún más, y arremete con un tema, y otro, y otro, el sudor es un todo, el local no soporta la tensión, Harlem es un paraíso donde este hombre negro, con voz de coro de iglesia y descaro rebelde tiene su reino.



El hombre que hizo de la iglesia el mundo, porque extendió las paredes de los templos y llevó la Música Godspel hasta el pueblo, en el circuito de locales donde su voz era la voz, haciendo ver al resto de los grandes cantantes negros que podía hacerse, que se podía enamorar a una audiencia de otro color. Único en su estilo, creó lo que quiso, cantó como le dio la gana y se comprometió en una época en la que la raza marcaba los baños que había que usar y las aceras por dónde circular, pero nadie puede negarle que fue amado por todos los que sentían su voz penetrando hasta el alma, esa forma tan particular de atacar las estrofas, como si te hablara a ti en particular, un diálogo con el público que le hacía parte de la piel que él mismo erizaba. 
Maestro de todos los grandes del "Soul" que tarde o temprano han acabado entonando sus himnos, esos músicos negros que le deben haber sido quien abriera las puertas de muchos locales para esta gente de tez oscura, que le deben haber conocido la fama entre millones de seguidores y haber arrasado en esos programas de televisión donde todo estaba encorsetado. Sí, maestro y creador desde el más allá de otras voces realmente inmensas que continuaron su legado, haciendo que todos pudiéramos disfrutar décadas después de algo que no es sólo Música, sino una forma de entender la vida.
Pero su reino no es de este mundo, y el descaro llega en un momento equivocado, y el ser humano (de nuevo el ser humano, de nuevo el ser...) olvida su “razón”, la parte diferente del animal y lo lanza lejos del alcance de los hombres, al paraíso donde su voz rasgará las nubes en las noches sureñas, mal que les pese a los que quisieron silenciarlo para siempre y solo consiguieron hacerlo inmortal. 
Blancos, negros, amarillos, verdes... todos a una despidiendo a este hombre entonando su “Bring it on home to me”, mientras su féretro se balancea al compás de su alma, que hace seguir con una fiesta particular en su “Having a Party”. Este hombre, cuando sus melodías nos lleguen, nos hará creer en un mundo maravilloso,  y las razas mezcladas entre sí harán el amor al son del “You send me”. Murió el hombre porque no había lugar en ciertos lugares para el pensamiento, pero Sam Cooke será siempre inmortal porque sus canciones lo son con él, porque fue único a la hora de trasmitir lo que sentía, de hacer creer que cantaban con él cuando se te metía en las entrañas, porque cada disco de este artista que creó un estilo llamado alma se puede poner una y mil veces y te suena distinto, como si estuvieras volviendo a los inicios de todo cada vez.
Miles de versiones ocuparán las estanterías de los coleccionistas, miles de estrofas cantadas por otros tantos artistas, y de fondo, haciendo los coros de cada canción, la voz de este hombre nos recordará que aún vive, que no hay una bala que mate el sentimiento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario