Como estamos de aficiones, o de supuestas, hay una
la cual no practico y que no acierto muy bien a comprender (seguro que es
porque no la practico, si no, conociéndome, la entendería muy bien). Se trata
de las miles de frases, palabras, a veces inconexas, a veces con sentido, que
el hombre se dedica a escribir en los retretes públicos.
Como no soy muy dado, ni poco, a
entrar en los de las mujeres, pues es una práctica que ignoro si ellas la
tienen como afición, así es que en lo que me toca (sin segundas) sólo conozco
el 50%.
Debe ser que a veces las
retenciones son muy serias, casi de hospital, o que uno no sabe dónde
esconderse, o que falta papel, pizarra o pared donde expresarse, o que se es
muy tímido como para que te vean, pero la verdad, alucino con los toques
literarios que se dan en esos lugares que un servidor sólo usa para necesidades
fisiológicas.
Yo puedo entender que la soledad
inspire, pero joder, el sitio es de soledad por lo que es, no para emocionarse
con la mente y el intelecto, aunque es evidente que para algunos sí es así.
Declaraciones de amor emocionadas,
deseos de llenar de todo lo que a su vez se está llenando al enemigo, deseos
inconfesables, deseos confesados, formas de expresión según qué colores, o
caracteres en distintas lenguas, insultos a millones, “tacos” a trillones (como
si no se dijeran ya en las conversaciones diarias, a menos que sean los que se
jactan de manejar el lenguaje de forma elegante) y toda una colección
interminable de las ocurrencias más extravagantes que el hombre puede pensar.
Lo dicho, que las diarreas mentales se juntan con
las físicas y es cuando surge el genio oculto que muchos llevan dentro (todo lo
dentro que pueden cuando es pura mierda). Y así estamos perdiendo ese talento
innato de miles de escritores anónimos que no pueden presentarse a concursos
literarios porque en el escenario donde se otorgan los premios no hay ni un mal
retrete donde sentarse y su impagable pared para poder desahogarse (en ambos
sentidos, por supuesto).
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