viernes, 10 de agosto de 2018

Japón: Cuaderno De Viaje XX // Roppongi, La Noche Iluminada



Le teníamos muchas ganas al Hard Rock Café de Roppongi, que realmente es el de Tokyo. Siempre que visitamos ciudades donde hay Hard Rock Café nos damos el gustazo de visitarlos y comer (o cenar según el caso) para acompañar la comida con buena Música, vídeos y gente que sabe a lo que va. Conocíamos el de Ueno, en otro de los barrios emblemáticos de la ciudad, pero éste se nos resistía.
Además somos desde hace muchos años miembros del club y es agradable que la buena Música se extienda de ese modo por el universo.

Tras un viaje más que emocionante y muy largo por el suburbano de Tokyo, atravesando medio centenar de kilómetros por las entrañas de la ciudad, llegamos a Roppongi, con mucha hambre y muchas ganas de buena Música.
Pequeño, encantador y muy cordial, el Hard Rock Café nos acogió con vídeos clásicos de conciertos de grandes (Deep Purple, Led Zeppelin, E.C., Black Sabbath...) y de ahí a pasar una velada increíble con la comida de rigor, las camareras amables y encantadoras (una de ellas con un bagaje en castellano tremendo y con la que charlamos un buen rato) y por encima de todo el local tipo de la franquicia, con los recuerdos de muchos grandes (nos tocó el rincón de Jimi Hendrix) fue todo uno.
Un par de horas, la visita a la tienda para adquirir recuerdos varios y cuando la noche ya había abrazado el barrio, Roppongi se nos presentó como lo que es, uno de los lugares de ocio más conocidos de Tokyo.

Los locales, clubs, vida nocturna salvaje y mucho ambiente se combina a la perfección con el hecho de ser un barrio comercial de los más elitistas de la ciudad. De hecho, contrasta enormemente pasear por calles como las que alberga el Hard Rock Café con salir de ellas y llegar al cruce de Roppongi para tomar las avenidas que llevan a los parques y plazas donde los enormes rascacielos de empresas de élite se amontonan.

Coincidió que cuando llegamos había una celebración en torno a las luces, lo minimalista y diseños de vanguardia, y todo se encontraba engalanado para la ocasión. La noche cerrada hacía más bello el contraste bestial de la iluminación, y los enormes rascacielos parecían caerse sobre uno. Abiertos en sus plantas inferiores, acceder a ellos era como entrar en el mundo prohibido donde los millones hacen que el mundo se mueva. Escaleras mecánicas atestadas de gente, terrazas abiertas para observar las vistas de la ciudad, negocios y restaurantes, y sobre todo el homenaje a la luz en los lagos y espacios abiertos del lugar.

En algunos de estos lugares, entre descomunales rascacielos de empresas, la Música tradicional en directo apoyaba como una B.S.O. espectáculos teatrales, todo ello entre el fragor de miles de personal deambulando por los accesos, por supuesto sin molestar ni disturbar lo más mínimo.

Un pequeño grupo de músicos con instrumentos tradicionales llamó nuestra atención, melodías que llevaban el sello de siglos pasados, elegantes sones que llenaban el silencio a pesar de los miles de paseantes, descansando sobre un pequeño lago repleto de luces flotando en el agua.
Justo al lado se anunciaba con una elegancia exquisita el último modelo de automóvil de una marca universal, y un actor que debía tirar mucho por esos lares (sobre todo por las cientos de japonesas que se hacían fotografías junto a su imagen) vendía el producto.
Como siempre, historia, modernidad, pasado y futuro en perfecta sintonía en un país que fascina por la facilidad para hacerlo así. 

Varias horas de disfrute y la jornada se iba acabando, con el viaje de vuelta en el metro por las entrañas de Tokyo, la ciudad que parece no tener fin.







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