sábado, 4 de mayo de 2013

Lavando Almas



Al levantar la moderna persiana, como cada mañana, las luces de los primeros momentos del día se colaban por la ventana, anunciando desde hacía pocas semanas que el cambio horario y la inclinación de la Madre Tierra nos acercaba a la época veraniega.
También como cada mañana dedicaba unos segundos a contemplar el aspecto de la calle, avenida según los callejeros, y observar casi las mismas escenas de escasos automóviles y transeúntes bostezando por los primeros momentos sobre el asfalto. Observaba los escasos pisos de los bloques enfrentados al mío, queriendo suponer que los que se encontraban tras las ventanas me observaban al mismo tiempo, e intentando averiguar sus pensamientos con respecto a mis primeros minutos en una jornada de trabajo más. Los negocios aún cerrados y los semáforos repetitivos acababan con mi curiosidad, y segundos después me encontraba tras mi mesa de trabajo, preparando lo que sería otro día de papeles, llamadas y visitas inesperadas.
Ese día, sin embargo, algo cambiaría para siempre mi vida, o al menos parte de ella, porque ese día, porque sí, sin razón aparente alguna, una serie de acontecimientos me llevaron a descubrir algo único, excepcional y mágico.

La mañana transcurría con normalidad, incluso el desayuno había sido tranquilo, pero sin saber por qué, al volver del mismo, justo antes de subir de nuevo a la oficina, me quedé fijo en la tintorería que había justo enfrente del portal, y que se encontraba en línea recta con mi mesa de despacho. No supe por qué me llamó la atención, ya que era una imagen mil veces repetida en mi retina, cada vez que miraba hacia la calle, pero algo, no supe qué, me hizo perder el hilo de lo que comentaba con mi compañero y girar la cabeza hacia ella. Ya en mi puesto de trabajo un cierto desasosiego impedía mi concentración, y siempre buscaba la imagen de la fachada de la tintorería, como si una fuerza extraña me animara a ir hacia allí. Ante la imposibilidad de centrarme en mi trabajo, dejé unos minutos que mi mente se despejara, y me quedé mirando, a través de la ventana, la puerta, las ventanas y un poco más allá.
Nunca me había fijado en la gente que entraba y salía, ni siquiera en el nombre del negocio, pero en esos momentos mis ojos escudriñaban cada centímetro de pared, cada reflejo en el cristal, e intentaba “investigar” a los que veía entrar, calculando el lapsus de tiempo que permanecían en el interior del local. No fueron muchos, pero me quedé obnubilado, e intenté volver al trabajo para no quedar en evidencia ante mis compañeros, porque no sabía el tiempo que llevaba pasmado ante el cristal.
Me sorprendió que nadie en la oficina hiciera comentario alguno, e incluso tuve la sensación de que no se daban cuenta de mi forma de actuar, como si el ritmo cotidiano de una jornada más incluyera algún despiste en ese sentido, pero sabía que algo no encajaba. Mis compañeros pasaban ante mí como si estuviera, pero no haciendo lo que realmente hacía, sino algo que yo no acertaba a comprender, como si una figura igual que mi persona estuviera ocupando mi lugar, mientras mi auténtico yo deambulaba por la sala con total autonomía. Esa sensación me inquietó al principio, pero tras unos gestos provocados para comprobar lo que sentía, decidí aprovecharme de ello.

Me acerqué de nuevo a la ventana, justo en el instante en el que un chico joven, de aspecto desaliñado, entraba en al tintorería, y en ese instante me percaté de algo que, por evidente, nunca había visto; ninguna de las personas que entraban en el local portaba paquete alguno, ni bolsa, ni nada que pudiera servir para llevar lo que, en pura lógica, se lleva a una tintorería, ropa para limpiar, y ninguno de ellos salía con algo en las manos, simplemente hacían el recorrido inverso, pero nada más (o al menos eso era lo único que yo sabía). Esto fue lo que me decidió, y al comprobar de nuevo la “ausencia” de mi persona en la oficina, bajé hasta el portal, y tras unos instantes de duda me encaminé hacia la acera contraria, atravesando a las bravas la avenida que separaba los dos edificios.
Delante de la puerta, por primera vez me interesé por la fachada, sus colores, el rótulo con el nombre, las distintas pegatinas a modo de anuncio que cubrían los cristales, y me acerqué lo suficiente como para comprobar la aparente normalidad del negocio, aunque seguía habiendo cosas que no encajaban. No pensé nada extraño, ni me planteé el posible peligro que pudiera entrañar ir más allá de la curiosidad, porque la sensación de necesidad que sentía por averiguar qué era o qué pasaba podía más que las dudas (que nunca aparecieron) así es que, aprovechando que una señora de mediana edad entraba en el local, me fui tras ella.

Como había percibido desde fuera, la apariencia de normalidad era la nota dominante, allí se encontraba el mostrador con una amable y sonriente chica que atendía a los clientes, las enormes máquinas para lavar la ropa, los distintos utensilios para colgarla una vez preparada, el inconfundible olor a los productos que limpian y dan esplendor, en fin, todo lo relacionado con un negocio, la tintorería, que es lo que es y nada más. Sólo había un detalle que llamó poderosamente mi atención, más bien era “el detalle”, porque se trataba de la pieza que no encajaba en toda aquella apariencia de normalidad; por ninguna parte se veían prendas, ningún tipo de ropa, fuese preparada para limpiar o ya terminadas, lo que e hizo recordar de nuevo la imagen repetida de las personas que entraban en el lugar sin nada aparente para dejar, y que salían, de igual modo, sin lo que supuestamente era la razón de su visita.
No tuve tiempo para más elucubraciones, porque la señora terminó su charla con la chica y desapareció tras una puerta, por lo que me acerqué a la mesa que servía de mostrador y una sonrisa de oreja a oreja me recibió. La chica se quedó mirándome a los ojos, y mientras una de sus manos sujetaba la mía con dulzura, comenzaba a rellenar mis datos en una pequeña ficha ya preparada, datos que yo no le iba diciendo, y que sin embargo no se alejaban ni un ápice de la realidad. De nuevo la sensación de inquietud se apoderó de mí, pero la dulzura de la chica, su imagen irradiando paz y tranquilidad, la calma que me transmitía con su mano sobre la mía, hicieron que desapareciera en segundos, y simplemente me quedé mirándola, aprovechando de vez en cuando para seguir los datos que de forma constante completaban la ficha.
Allí aparecieron mis datos personales, mis relaciones, mis deseos más profundos, mis debilidades, mis locuras, mis instantes de amargura, mis emociones... todo lo que yo, como persona y ser racional, era capaz de ser, hacer o desear, y todo con un exactitud que ni siquiera yo mismo, por la superficialidad de algunos hechos, conocía tan a fondo.
Cuando la ficha pareció completa, la chica me invitó a seguirla hacia la puerta por la que había desaparecido la mujer que me precedía, y mientras le cedía amablemente el paso, me quedé mirando las perchas metálicas vacías de prendas, las grandes máquinas vacías de ruido, los trabajadores que parecían vacíos de ocupaciones. Ni siquiera me permití analizarlo, simplemente me dejé llevar por el ansia de satisfacer mi inquietud, la misma que me llevó allí, y la misma que me hizo seguir adelante.

Una vez atravesada la puerta, me encontré en un largo pasillo, que parecía iluminado (no sabía si de forma natural o artificial por desconocer las tonalidades que mis ojos percibían) y con puertas a los laterales; estas puertas carecían de manilla para entrar, y en una de ellas, la chica me invitó a pasar, me indicó que permaneciera sentado, y que esperara, simplemente que esperara.
Acomodado en la butaca preparada para la espera, mis ojos se cerraron como si supieran que tenían que hacerlo, y no luché contra ello, no me sentí animado a abrirlos, quería que las sensaciones que me “invitaban” a hacer lo que hacía siguieran así, guiando mis hechos, porque no tenía ninguna razón para dudar de todo lo que me estaba pasando.
Pasados unos minutos, mi cuerpo se relajó completamente, y una especie de somnolencia me invadió, un letargo que adormeció cada músculo de mi ser pero que mantenía mi mente despierta, a la espera de lo que viniera, y lo que vino fue la sensación de que lo más profundo de mi ser, el lugar donde guardo lo íntimo, lo propio, lo único que me hace ser yo mismo, mi alma, comenzó a desprenderse de mí, llevándome, o yendo ella misma, por los confines del Universo, en un viaje maravillosamente irreal que me hacía vagar por los entresijos de mi propio ser.

Todos los sentimientos se hicieron uno, y comenzó a desgranar la parte oscura de ella misma, desprendiéndose de esos instantes, fugaces o no tanto, que hacen que cualquier ser humano flirtee con la mediocridad, con lo brutal, con el animal en instinto puro que llevamos dentro, y noté la ligereza de ser volátil, la levedad de las pasiones, los deseos más profundos rodearme y hacerse uno conmigo, o con lo que consideraba que era yo. No sentía nada, y al mismo tiempo lo sentía todo, como en un sueño, como en la captura de datos cuando quieres hacer tu propia revisión de vida, se entrecruzaban todos los instantes que me habían hecho ser quien era, mis desmanes, mis momentos de infinita inspiración, mis instintos más crueles, mis actos de amor supremo, y giraba alrededor de ellos, y mi alma, ese ente supremo, dirigía los pasos, como sabiéndose la única valedora de lo que mi intelecto consideraba el bien y el mal, o lo que era incapaz de considerar.
El infinito se apoderó de mí, el tiempo se relativizó hasta el extremo, pero la inquietud desapareció, la calma, la paz, la tranquilidad, inundaron mi espíritu, y de nuevo, tal y como se desprendió, mi alma volvió a mí, se hizo parte de mi ser, mi esencia se sintió completa, y volví a recobrar la noción de lo que era como ente, mis dimensiones humanas, y sentí descansar de nuevo mi cuerpo en el lecho en el que se había convertido la butaca.

Poco a poco, lentamente, mis ojos volvieron a sentir, se abrieron, y me sentí bien, tremendamente en paz conmigo mismo, o lo que era lo mismo, me sentí yo mismo, una sensación de encuentro que buscaba hacía demasiado tiempo.
La puerta de la estancia se abrió ante mí, y los colores desconocidos se hicieron de nuevo dueños de lo que me rodeaba, me sentí llevado por el pasillo, y atravesé la puerta para llegar hasta la sala donde la tintorería se hacía real, un local de utilidades humanas, o no tanto. La chica tomó mi mano, y en ese momento todas las inmundicias que me hacían ser el ente que no quería, los desechos de mi propia existencia, todo lo que repudiaba de mi persona se desprendieron de mi esencia y se diluyeron en una de las grandes máquinas, que como un inmenso animal las engulló para siempre. Una luz cegadora me rodeó, noté de nuevo mi yo más íntimo, mi alma, estremecerse en mi interior, y me sentí ligero, limpio, en paz conmigo mismo.
Mis pies en la acera me devolvieron a la realidad, aunque dudaba de que aquella fuese la misma que abandoné antes de entrar en la tintorería, y cruzando la avenida llegué hasta la puerta del bloque de mi oficina. La sensación de inquietud había desaparecido por completo, ni tan siquiera tenía necesidad de mirar hacia atrás, y en breves instantes me encontré de nuevo en mi lugar de trabajo, ocupé mi puesto y mis compañeros volvieron a verme en el lugar que ocupaba, percibiendo mi cuerpo como siempre, como una continuación al antes de... porque no sabía si todo aquello había existido.

Seguía sintiéndome ligero, volátil, pero mi mente circulaba más allá de la velocidad del pensamiento, buscando, indagando, yendo y viniendo. Mientras una de mis manos buscaba el ratón del ordenador para realizar una tarea, la otra notó el roce delicado de unos dedos sobre los míos, y sin hacerlo físicamente, noté como caía en la silla de mi mesa de trabajo, junto a los papeles de siempre, escuchando las voces de siempre, con el sonido del teléfono martilleando mis oídos.
Un cruce de líneas, unos instantes de pausa en el trabajo y la mirada perdida al otro lado de la avenida, donde un negocio vulgar, una tintorería, había desaparecido de mi vista, de mi vida, de ...

2 comentarios:

  1. Donde está ese lugar? En qué dimensión? O quizás está dentro de nosotros?
    Me gustaría encontrarlo.
    Un besazo.

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    Respuestas
    1. Busca, quizás lo encuentres en la acera de enfrente.
      Besos

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