domingo, 15 de enero de 2012

Anónimos


El andén de la estación de metro permanecía desierto una vez más, tras el último tren que vaciaba sus entrañas de los seres que escapaban o buscaban el lugar que les llevara a la locura diaria. Hacía ya tiempo que no se perdía en la vorágine de la angustia por la prisa, la ansiedad por llegar a su lugar de trabajo, donde “perdía” horas y horas mientras su mente buscaba los resquicios para huir de todo.
Se sabía de memoria el plano con las estaciones, la duración de las paradas, los momentos en los que sus pies entraban y salían de los vagones, conocía los contactos no deseados con otros seres, a través de los miles de empujones provocados por la falta de espacio y la necesidad de estar todos en el mismo lugar, a la misma hora, con el mismo espíritu de desgana en sus rostros, rostros anónimos que sin embargo se repetían una y otra vez, cada mañana, en los amaneceres que pasaban por el deseo de que un día se sucediera al otro cuanto antes.

Algo había cambiado, el tiempo se había detenido en el andén de la estación, en la línea de metro de los sueños, la que unía la realidad con la ficción, en la que encontró un ser que, sin saberlo, había despertado de nuevo su mente adormecida. Ya no se preocupaba por estudiar los rostros ajenos, intentando averiguar el por qué de cada uno, las distintas etapas de su vida para coincidir todos en el mismo lugar cada mañana, ahora había conseguido, de nuevo y sin saber por cuanto tiempo, volver a sentir que su vida era distinta a la del resto de los mortales, que su mente podía crear y hacerle ser por encima de todas las cosas, que aún servía para acariciar los sentidos con un susurro de sus labios, que era de nuevo por encima de casi todo. Seguía sin creer en el ser humano, ese animal que no despertaba más que oscuros presagios en sus emociones, pero los ojos de tristeza de una persona casi tan perdida como él le habían dado la posibilidad de encontrar un poco de aire fresco en medio de la podredumbre que le rodeaba.
Era un día más, pero el comienzo de todo si quería, porque fuera de los vaivenes diarios del trabajo y los sueños incumplidos, la espera en la solitaria estación significaba esta vez la búsqueda de un rostro necesitado, al igual que él, de algo más que dejar pasar el tiempo, la búsqueda del tiempo para ellos, respirando por el hueco al Universo que buscaban crear.

Otro tren que pasaba sin apercibirse, pasos alejándose por el andén, y mientras sus ojos miraban pero no veían los distintos recorridos y trayectos de los trenes, una mano posada sobre su hombro le indicó que la espera había terminado. Al girarse se encontró de nuevo con los ojos de tristeza de un ser atormentado, una persona que vivía porque no tenía otra cosa que hacer, pero que intentaba, de su mano y sin fuerzas para casi nada, creer que era posible elevarse un poco por encima de tanta miseria.
El contacto con su mano le hizo recordar como en sueño la primera vez que percibió su presencia, en el mismo vagón que se dirigía hacia la nada, con su cabeza baja, los ojos tristes y la angustia reflejada en su rostro; fue un impulso, o una tentación por imaginar alguien distinto, pero a partir de ese día no pudo dejar de mirar hacia el mismo lugar, en el mismo vagón, a la misma hora en el que el tiempo se detuvo después de demasiado vagar por ningún sitio.
Hubo de pasar mucho tiempo hasta que las miradas se cruzaran, cuando extrañamente los ojos caídos hacia el suelo se elevaron como sintiendo la presencia, y no necesitaron decirse nada; la tristeza y la desesperanza habían tomado el rostro angelical de este ser atormentado, y por primera vez desde que la vio sentía cómo sus ojos no estaban perdidos, podían mirar y ver algo más allá de sus propios miedos. Sin saber cómo ni de qué manera la sintió cercana un día en el que el asiento habitual del vagón se encontraba ocupado, con sus manos sujetándose en la barra de frío acero que servía de asidero, y por primera vez, (siempre paso a paso, poco a poco, de primera vez en primera vez) sintió su calor, aunque este nuevo desafío a los temores volviera a provocar la mirada baja y la respiración entrecortada por no poder controlar lo que ocurría.

No volvió a sentarse en su lugar habitual, y el estrecho pasillo del vagón se convirtió en la sala de espera de ilusiones nuevas, posibles espacios de luz en dos vidas envueltas demasiado tiempo en la oscuridad de los sentimientos. La multitud de las mañanas dejó de existir, eran ellos dos y su espacio, sin apenas mediar palabras, con escasos momentos para decidir qué pensar, cómo sentirse, cuando poder llegar más allá; tenían tiempo, era lo único que les sobraba, tiempo para pasar, para no estar, para dejarse ir, y fue lo que en ese momento de sus vidas les salvó, porque pudieron dejar que sus mentes reaccionaran tras demasiados momentos adormecidas, y muchas paradas después, muchas mañanas de sonrisas cada vez menos forzadas por fin uno de ellos dejó escapar una proposición casi suicida, intentar abandonar la negrura del día a día y buscar la claridad más allá de los límites de sus almas.
Todos los momentos pasaron ante él mientras dejaba sentir el calor de la mano sobre su hombro, y la sonrisa de satisfacción porque el instante se produjera le hizo saber que esa mañana, fuera del amargo día a día, tomar el tren en la misma estación de metro había sido un acierto del que esperaba no arrepentirse nunca. Un saludo sencillo, con el temblor dentro de sus cuerpos para no estropear el momento y se dirigieron hacia la salida, hacia la luz, un lugar al que nunca antes habían accedido juntos, y por primera vez también (de nuevo otra etapa más, algo nuevo) no se perdieron de vista en la parada habitual, con los miles de cuerpos absorbiendo la imagen de ella desapareciendo tras la puerta que se cerraba.

Las escaleras parecían no tener fin, pero poco a poco el aire fresco de la mañana y la luz clara y diáfana de un día de primavera fue ocupando el espacio de las luces de neón, saliendo por fin a la vida, al espacio que pretendían llenar después de demasiado tiempo. El ruido del tráfico, el ir y venir de gente, casi siempre molesto, eran ahora síntomas de instantes que se presentaban como la antesala de algo nuevo, recuperado y, a la vez, temeroso.
No tenían planes para las siguientes horas, no querían que lo lógico, lo estipulado, lo preparado, eso que tantas veces había dañado sus vidas, fuese la causa de que ni tan siquiera comenzara lo que tanto había  costado iniciar, y comenzaron a andar, lentamente, apurando cada paso, cada metro recorrido junto al otro, sabiendo que se encontraban dos seres marcados por la necesidad de volver a ser, pero que estaban demasiado lejos de todo aquello. Habían elegido a conciencia una zona de la ciudad desconocida, para sentir que se perdían, esta vez por decisión propia y sin circunstancias, entre el anonimato de cualquier día de fin de semana, donde las horas parecen avanzar más lentamente, y llegando a un pequeño parque, tomado por los pájaros y pequeños roedores, con un gesto universal hecho con la mano asintieron en sentarse para poder… mirarse.
Quizás fue la premisa de ser el varón, o la inquietud por la tristeza en la mirada de su acompañante, a pesar del evidente cambio respecto al día a día en el vagón del metro, el caso es que, a duras penas y con un nudo en la garganta, él consiguió expresar su deseo por saber, por conocer algo de la existencia  de aquél alma gemela que llevaba escrito en su rostro el sufrimiento, la angustia, el temor por vivir.

La suave brisa de la primavera acariciaba sus rostros, y el astro rey avanzaba a través de los árboles del parque, llenando todo de una luminosidad esplendorosa, mientras los pájaros y demás animales campaban a sus anchas en las aún primeras horas de un día que se presentaba bello; el entorno se había transformado en un microcosmos que parecía alejado de todo, y esta circunstancia ayudó a que los sentimientos rompieran el duro caparazón que ambos seres habían construido para ser impermeables a cualquier emoción, para no sentir y dejar de sufrir por… todo. De nuevo el rostro de ella bajó, con sus ojos mirando al suelo, intentando respirar profundamente, llenando sus pulmones del aire que la traspasaba, y una mano sobre su espalda, sujetando su alma para que no escapara la ayudó a volver de nuevo al banco del parque, con sus ojos llenos de lágrimas, como tantas veces, pero por un motivo completamente distinto.
Ahora, con su cabeza elevada, apoyada en el respaldo levemente y sintiendo la mano que mantenía su espalda, respiró hasta llenar sus pulmones y recuperó el aliento para, por fin, vomitar toda la ponzoña que cubría sus entrañas, para intentar liberarse, aunque fuera fugazmente, de lo que había convertido su alma en negrura infinita, un túnel sin salida más allá de su propia existencia de muerte en vida.

- Es la primera vez, en demasiado tiempo, que al respirar no huelo a muerte, y apenas recordaba la sensación de sentir la luz, la brisa, el sonido de la vida.

El alma de su compañero se encogió, las palabras fueron un mazazo tremendo en sus sentidos, le llegaban demasiado cercanas, y tuvo que esforzarse para que un torbellino de ideas e imágenes se detuvieran y no cubrieran su mente; quería estar con aquella mujer, oírla, saber el por qué, e intentó alejar los pensamientos que querían poseerle de nuevo.
Tras la primera frase, que costó una vida, ella volvió a tomar aire y continuó hablando, pero esta vez no hacia la nada, sino hacia otro ser como ella que realmente quería y necesitaba escucharla.

- No sé cómo empezar, desnudar mi alma es algo que tengo olvidado, tengo miedo a que me hagan daño, han sido demasiadas heridas sin cerrar. Siento el desgarro de la soledad lacerándome cada día, a pesar de existir gente que dicen estar conmigo, gente que no quiere otra cosa que mi presencia para los momentos en los que no pueden hacer esta u otra cosa. He llegado a sentirme, y me siento, como un perro faldero, ese animalito al que puedes acariciar cuando ha hecho algo que le has ordenado, al que le echas las migajas de lo que comes para que las recoja.
Me duele el alma de oler la muerte, de ser la que despide a los seres queridos cuando la vida se les escapa entre mis manos, de estar sola oliéndola porque nadie quería tragar con esos momentos, de querer llorar y no poder porque no quedaban lágrimas en mis ojos.
Me duele querer respirar y no sentir la frescura del aire, buscar alguien a mi lado que “abriera” una ventana y no encontrar nada más que puertas cerradas, para evitar que la muerte entrara en sus vidas y quedara en la mía; me duele estar sola porque decidí olvidarme de todos los que no quisieron estar, pero quizás esta soledad es lo único puro que me queda.

De nuevo los ojos buscaron el suelo, y la mano que seguía en la espalda acarició tímida y dulcemente la nuca, en silencio, como cada mañana en el vagón del metro, aunque en esta ocasión sentía el calor y la cercanía del ser que le acompañaba sin saber por qué durante demasiados días; escuchó el llanto de la mujer que había reventado por fin tras demasiado tiempo, y comenzó a mesar sus cabellos, lentamente, sin prisas, sabiéndose poseedor del tiempo, por primera vez después de… sentado y sintiendo todo lo que su mente recibía de la persona que le acompañaba. Sus dedos continuaban entrelazando los cabellos, enredándose entre ellos, como queriendo quedar atrapado en las sensaciones que la presencia de ella le provocaban, y un gesto de su cabeza buscando el contacto más firme le hizo acariciar su rostro, recorrerlo desde la frente, mirándola como cada mañana, haciendo real el deseo de dibujar su contorno con los dedos, para memorizar cada línea que la hiciera ser única en su recuerdo.
De nuevo ella llenó de aire sus pulmones, para continuar hablando, con el mismo esfuerzo que le costaba la vida, pero con las ganas de desprenderse, por fin, de las cadenas que aprisionaban su alma.

- Es la primera vez que tengo la necesidad de hacer algo, llevaba mucho tiempo dejándome llevar, queriendo que los días pasaran y llegara la noche para perderme en mis pesadillas, pero hoy quería estar aquí, verte, no sabía qué iba a pasar ni siquiera estaba segura de que vinieras, porque no sé quién eres, pero no me importa, hoy necesitaba estar, y me siento feliz por haber venido.

- Yo también he deseado estar, y te aseguro que es lo mejor que me ha pasado desde que decidí deambular por el mundo para agotar mi existencia. Tampoco sé quién eres, pero no me importa en absoluto, hace mucho que no vivo el momento, el instante, y hoy el tiempo se ha parado, no quiero que avance, y me agrada que sea así.

De nuevo su vida pasó por delante de sus ojos, todas las sensaciones oscuras que habían marcado su existencia, sus deseos por no vivir, dejar de luchar, intentar desaparecer para no estorbarse a sí mismo, la decisión de borrar sus recuerdos con la muerte, la cobardía para enfrentarse a cada amanecer. Entre tanta miseria, tanta podredumbre aparecía nítida y clara la imagen del vagón de metro, el asiento vacío que ocupaba su compañera de banco, el único ser que le había provocado la posibilidad de pensar de nuevo, que crear, de sentir, y de emocionarse, un ser desgarrado que le hizo sentir miserable por tener y no querer, y que ahora sonreía, con las lágrimas aún recorriendo sus mejillas, por haber podido respirar de nuevo.
Los rayos del Sol ya resbalaban por sus cuerpos, y los sonidos de los animales formaban un concierto de notas perfectamente sincronizadas; no sabían cómo ni de qué manera, habían decidido que esa mañana podía ser la primera del principio de todo, o al menos la primera en las que las rejas de sus corazones podían abrirse: Dos seres cercanos en el final, pero opuestos en la manera de llegar hasta él, una empapada de muerte sin quererlo, otro queriendo llenarse de ella sin conseguirlo.
La mano dejó los cabellos y buscó la de su compañera, que descansaba sin fuerzas sobre el banco, la tomó y entrelazaron los dedos, él apretaba, ella dejaba que la piel sintiera el contacto, y cuando no tuvieron más que buscar en el parque, con el Sol, la brisa y los sonidos, se perdieron en las calles, hacia el infinito, con el tiempo en sus manos y un universo para descubrir de nuevo.


Con cariño, a todas la personas que creen que vivir es posible, a pesar de nosotros mismos y de la vida


6 comentarios:

  1. Mañana cuando coja de nuevo el tren, buscaré entre los viajeros, tal vez encuentre ese personaje anónimo con el que compartir algo más que el viaje.
    Vivir es posible, pero nadie dice que sea fácil.
    Felices Sueños.
    Besos.

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  2. Vivir es una aventura, y como todas un peligro, pero a veces puede merecer la pena. Busca tu viaje y disfruta, NUA. Besos,

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  3. Siempre hay alguien que se mueve por la misma línea que nosotros, que respira el mismo aire. Sólo hay que abrir los ojos para poder ver.
    Un relato precioso, lleno de ternura y esperanza por encima del desencanto.
    Besos.
    Ciao

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  4. Gracias, Clara. Con lo caros que son tus besos, debe haberte llegado, y eso me alaga. Besos,

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  5. Vamos muchas veces mirando al suelo, sin dar la oportunidad de cruzar miradas que nos hagan volver a brillar los ojos, rozamos insensiblemente unos cuerpos con otros en un ir y venir diario sin detenernos a sentir su calor, intercambiamos frases hechas sin poner ningún sentimiento..
    Un escrito que ahonda en lo más profundo, mas bien lo escarba..
    Un gran relato, Agilulfo te felicito.
    Besos y feliz noche de sueños.

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