martes, 31 de julio de 2018

Japón: Cuaderno De Viaje XV // 40 Años No Son Nada I


El día 24 de Mayo de 1978, con mis catorce años y once meses (clavados, ¡¡vive el cielo!!) adquirí mis dos primeros vinilos. Desde entonces, nunca me han abandonado, ni en lo físico por lo que representa seguir adquiriéndolos, ni por descontado en lo emocional, porque se han hecho parte de mi vida, mi alma y lo que soy.

Cuarenta años después me encontraba como un perro enjaulado esperando poder salir del hotel en el distrito de Shinjuku para dedicar el día a eso que llamamos Alma, y que mucha otra gente llama Música.
Lo malo en el caso de las tiendas de discos (y esto es general en el universo, por lo que conozco) es que el sentido de las horas comerciales no encaja con la normalidad, y las tiendas de vinilos del barrio (que resulta más que curioso llamarlo así porque hablamos de un entramado financiero y comercial que abarca a unas 500.000 personas más los que la visitan en el día a día) no abrían antes de las 11 de la mañana.

Las primeras horas tras el desayuno las dedicamos a pasear por los alrededores del ayuntamiento y el mismo edificio en su planta alta, desde donde se observan vistas descomunales de Tokyo a 47 pisos sobre el suelo, y a buscar la escultura de Robert Indiana "LOVE" que se nos resistía un viaje sí y el siguiente también. Tras darnos un empacho visual maravilloso de Tokyo desde las alturas en un día despejado, por fin conseguimos el ansiado trofeo de las fotos con la escultura, y el que suscribe ya solicitaba ansioso ir hacia la parte de Shinjuku donde los vinilos se despiertan.

A menos que se me escape algo, y seguro que es así, el distrito de Shinjuku en lo que se refiere a discos de vinilo está prácticamente monopolizado por "Disk Union", un mega imperio con infinidad de tiendas que se extienden por muchos lugares de Tokyo, pero especialmente por aquí.
Si se cuentan las tiendas individuales de los edificios que las albergan (estamos en Japón y todo va hacia arriba) al menos podemos encontrar unas quince en diversos niveles y unas calles relativamente cercanas, todas perfectamente organizadas por estilos, por lo que conociéndolas más o menos (algunas han cambiado con el paso de los años) podía visitar unas diez que me interesaban.

Llegamos a la primera y una vez echadas (más o menos) las cuentas con mi Amor, nos separamos para disfrutar cada uno de lo que nos lleva, y quedamos varias horas después en otro de los lugares que siempre nos sugieren una buena cerveza y el reposo para el cuerpo.

Prog., Pop, Rock, Blues, Japonés, Free Style, Locuras varias, Vanguardia, Más Japonés, Más Locuras variadas, Hard... todo pasó entre mis manos, más o menos la historia de mi vida y los sueños que me han hecho ser un poco lo que soy, disfrutando con el olor a cartón desgastado, menos desgastado y casi nuevo, pocas reediciones muy en la línea del coleccionismo del país y un millón de recuerdos que se agolpaban en mi mente, desde la adolescencia, pasando por momentos inolvidables con amigos, entrañables frikis de toda la vida y alguno que nos dejó con un vinilo entre sus brazos.

La lista que llevaba (ya bastante deteriorada desde Kyoto) iba pasando de mano en mano como esos cromos que necesitas conseguir, y he de decir que en esta ocasión me tocó la mayoría de empleados o encargados amables y poco o nada vacilones con el occidental de turno, encontrando en casi todos los lugares la ayuda en forma de búsqueda de lo que solicitaba, a pesar de la dificultad intrínseca de lo que quería.

No nos engañemos, la pasión y el alma es una cosa, y lo que necesitas otra; con dinero, mucho dinero en el nivel que ya hablamos y la exigencia que me impongo, en Japón se puede conseguir todo, de no ser así, una docena de ejemplares en la primera tacada me pareció el cielo bajo mis pies, y tras unas cuantas horas, nueve tiendas y una tostada mental que ya no me dejaba ver más allá de mi nariz, decidí volver a la luz del sol para encontrarme con mi Amor y descansar antes de continuar la tarde del año 40 en condiciones. Echaba en falta algún que otro incunable japonés, pero me quedaba el cartucho en la recámara de las siguientes tiendas en Shibuya. Además, entre lo que había conseguido se encontraban ejemplares buscados hacía más de veinte años, y eso era un toque en mi piel que no podía borrarse.

Comer, comí poco, beber, bebí bastante más (cerveza) y abrumar con el relato mañanero a mi Amor durante el descanso... pues eso.





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