Su voz desgarrada intentaba
acoplarse al mágico sonido que
emanaba de la guitarra. Mirándole, no sabía en qué momento se derrumbaría,
cuándo dejaría de arrancarnos las entrañas con sus acordes y su garganta. El
escenario se confundía con su cuerpo, eran uno, porque no podía plantearse la
vida de otra manera porque no sabía, porque el aire que respiraba era los
gritos de la gente, uno o cientos, que se acercaban a llorar con él, a sentir
las emociones que les trasmitía.
Sus dedos doloridos por años de
pasearse sobre el acero de su compañera habían encontrado unos amigos con los
que compartir sus horas de vigilia, y mis manos parecían querer hacerse una con
las suyas. Pero no se puede plagiar la magia,
cada alma es una más allá de lo que es en el instante que se entrega.
Unos pasos de baile para entrar
en calor, unos momentos íntimos para llevarnos al infinito, unos instantes
únicos en los que entrelazábamos nuestras mentes… y ocurría; sentía vibrar la
vieja madera de mi chica golpeándome el pecho, percibía cada toque de compás
de mi maestro seguido de un segundo de éxtasis, escuchaba su voz atravesándome
las entrañas, y todas las almas escondidas en nuestros viejos vinilos nos
rodeaban en el escenario de nuestros sueños, donde éramos capaces de fundirnos
con las estrellas.
Puesto que la Música es tu único amigo, danza en fuego como ella decida. La Música es tu único amigo, hasta el fin.
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