sábado, 22 de diciembre de 2018

Música


Debe ser verdad lo que dicen, que con la edad (cumplir años y ser mayor, o más viejo según se mire) se hace uno más arisco, radical, gruñón, malas pulgas...
Puede que sea cierto, y que en eso no sólo no me salvo, sino que soy un tratado de extravagancias fuera de lugar conforme soy mayor, o más viejo, o cumplo años. 

También puede pasar que de lo poco que le quedaba a uno, el intelecto y lo que conlleva, o lo que se lleva, se pierda por esa nueva forma de ver la vida. Debe ser un hecho que en mi caso es así, y que ya no soy lo que era ni por asomo, que la cago cada dos por tres, y que voy dando tumbos en según qué cosas.
No lo asumo con deportividad porque me da rabia, era lo único que me quedaba entre el mundo que me supera y lo que quiero, amo o pienso; no sé cuánto me durará lo que me queda, si es que aún queda algo, pero al menos al escuchar una melodía (ahora me acaricia los oídos un gran tema de Blues) aún se me eriza la piel.

Creo que es ese rastro de la luz que la Música deja en mí, o en mi alma, o en lo que me queda de parecerme a lo que siempre he querido, y si al menos puede ser ella la que me siga haciendo ver las cosas un poco más allá de esto que parece que ya me ha cubierto, al trasmitirlo puedo ser un poco de lo que fui. 
Lo siento sobre todo por quienes han creído que podía dar algo, porque si estoy vacío no hay mucho que sacar. Ella, la Música, sigue ahí, de eso no tengo dudas, y aunque me haya ido en lo que se refiere a pensar, al menos seguiré vibrando con ella. 

Defraudar se me da muy bien, pero con la Música todo es puro.

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