viernes, 5 de julio de 2024



Quise ponerme a escribir cualquier cosa, alguno de esas ideas que surgen de mi cerebro sin saber por qué, pero me encontré mirando al teclado, sin ver ni sentir nada de lo que se presentaba ante mí.

Un sonido me había dejado hechizado, la hiriente guitarra penetraba mis oídos mientras intentaba hacerme parte de ella. Mi alma surgía del acero que era acariciado por los dedos, marcando la pauta, proporcionándome el placer que mis entrañas buscan cuando busco que la Música me posea, erizándome la piel que asumía sus sonidos sin dificultad.

No tuve que mirar, ni ver, solo quise sentir lo que me llevaba, lo que me estaba elevando hacia un lugar donde no recuerdo pero sé que siempre he estado. Ese lugar en el cual el tiempo se detiene, los dedos se desligan del cerebro y parecen cobrar vida mientras esas cuerdas de acero se dibujan como el cuadro de un serial interminable que recoge todo lo que debe ser, se debe sentir, se vive desde dentro.

Escuchaba una guitarra, y el espacio que me asume como un ser que existe en este universo parecía hacerse infinito, viajando a través de lo que me quería hacer llegar, como el enviado de los dioses paganos que reclaman su trono en las deidades en las que la Música se convierte cuando llega a lo más alto de las emociones.

Me atreví a detenerme, como en ese instante en el cual las letras las escriben las cuerdas de acero, dejando volar mi mente, sin nada que decir, sin palabras que salieran y se perdieran en el vacío, sin nadie a quien hacer partícipe de todo aquello que me llegaba, pero sintiéndolo todo, con esa paz que la Música me regala en tantas ocasiones, cuando el aire se crispa al son de las emociones convertidas en notas que son la magia en estado puro.

El hechizo continuaba, y yo quería colarme por ese invisible pasillo que dejan los momentos mágicos, restregando mi alma por el traste que brillaba más allá del entendimiento, recorrido por la sensualidad de quien se sabe poseído por el amante que te desea, y me dejé hacer porque no estaba, o me encontraba demasiado dentro para provocar algo distinto. 

Sigo queriendo escribir cualquier cosa, pero la guitarra no deja de sacudirme; la escucho llamándome, embaucadora como una sirena a través de la niebla, y el teclado del ordenador sigue siendo un conjunto de números, letras y signos que no me dicen nada, porque no pueden llegar dentro de mí, sin embargo, esas cuerdas de acero consiguen cualquier cosa que se propongan.

Escuchaba una guitarra. He detenido el tiempo, el espacio, mi propio ritmo vital, estoy suspendido en la nada, por encima de mis emociones, de mis sueños, de mis deseos de músico imposible, y aún puedo continuar con ellos, mientras pueda manejar mis dedos sobre mi vientre, y me penetre uno a uno cada acorde, haciéndome llorar por la muerte, reír por cada latido de vida, gozar por el placer que me recorre, extasiarme por haber llegado a ser yo, a pesar de todo, a pesar de cualquiera.

El hechizo continúa...


¡¡¡Explicar la Música es como explicar el silencio!!!







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