lunes, 22 de julio de 2024

8º (2)

 


La Música inunda mi alma, y con ello todo mi ser, trayendo a mi rostro esa sonrisa que lo cubre cuando los interminables campos de esta tierra se extienden entre el universo y mi espacio en el vagón, y de nuevo los recuerdos se cruzan con una realidad a 156 kilómetros por hora para divertirme con los interminables bailes y valanceos de los cables de alta tensión, que nos persiguen desde el cielo, acercándose, alejándose, subiendo, bajando…

De niño mi imaginación se iba con ellos, creyéndome como un surfero en el cielo, deslizándome sobre el acero de los cables para saltar al llegar a las torres de alta tensión, que me servían de trampolín para el nuevo reto a la gravedad, a la realidad y a la fantasía. Ahora estas torres dan más miedo, gigantes de innombrables formas que se alzan altivas como parte del poder del hombre sobre la Tierra (ingenuos) hasta que un rayo las destroza o una “tormenta perfecta” de las que ahora hay tantas (la perfección se vende barata últimamente) las hace morder el polvo, ese del que ahora se encuentran tan lejos.

Aún así, los cables y sus formas me hacen soñar, es una sensación alucinante seguirlos con la mirada, mientras me acaricia la sutileza de David Gilmour y vuelvo a perderme por ese espacio tan mío, único, irrepetible.

Cuando entra sin previo aviso ese corte a contra ritmo que es el “Face to Face” casi como un impulso retiro la mirada de la ventana y comienzo a escudriñar los rostros de mis compañeros de coche, no muchos, porque es el más reducido, pero dispares como siempre. Mi compañera en el asiento de al lado, que mira de reojo sintiéndose observada, se apunta a la moda de instale un portátil en su vida y navega por la red acomodada en el asiento, controlando el mundo desde su mano derecha; me mira ahora con descaro, sonríe y gira la pantalla para hacerme partícipe de un conjunto de líneas y curvas de colores que no logro entender. Es arquitecto, visionaria o su cerebro se interrumpe con los colores, pero me da igual, la Música que me interrumpe a mí salta todas las barreras, la miro, sonrío y me pierdo en mis sueños.

A través del reflejo del cristal observo la imagen vencida del que ocupa el asiento delante del mío que dormita plácidamente con la boca abierta y los ojos en blanco (el traqueteo de estos modernos caballos no es lo que era, sino habría perdido los dientes hace rato) mientras que su compañera, a la que diviso a través del espacio entre los asientos, lee una revista de corte juvenil con mega-hiper-super estrellas guaises, a la última en casi todo (incluida la estupidez de las poses y los caretos)

Otra miradita de soslayo de mi compañera, que ahora disfruta de una película en 3D, cuando giro la vista para observar a los de la fila más allá del pasillo (o sea a unos 120 centímetros) uno hablando sin parar, gesticulando, levantándose, sentándose, girando a lo Michael Jackson… o sea el showman del vagón y otro que le mira ensimismado con cara de querer suicidarse, pero que no dice ni mu (todo esto lo sé por los movimientos de labios y demás, ya que yo estoy a lo mío con la Música, que me cubre todo lo que tiene que cubrir)

Por último atisbo a ver la fila delante nuestra pero pasado el pasillo, donde una chica con falda vaquera y sin zapatos apoya los pies en el asiento de delante para (supongo yo) relajarse, mientras que se balancea levemente al ritmo de lo que le tiene que entrar a través de los auriculares rosa fucsia que cubren sus oídos. Me ve, ya que no para de buscar la postura idónea, y me indica por señas mis auriculares, sonrío para no hacerle un feo y por el movimiento de sus labios (los de la boca) reconozco lo que está oyendo en esos instantes, nada menos que el programa número 63 de El Íncubo. Alzando el pulgar le demuestro mi contento por tan sabia elección y la pierdo de vista.

Su compañera de asiento lleva también un ordenador, pero ésta mira páginas de moda y fashion, supongo, visto lo visto, que para aprender un poco de todo eso.

El asiento vuelve a abrazarme, y cerrando los ojos me dejo poseer por la maravillosa “Easter Wind” ese desgarrador grito a los valles de Irlanda, para volver al paisaje que se mueve al son que el tren le marca, ahora más calmado, apurando los últimos instantes de otro viaje más, otro recorrido por mis sueños, más allá de la memoria.

Aún quedan unos diez minutos de entrega, en los cuales la voz educada y amable de uno de los chicos con impecable traje azul nos anuncia la llegada a mi destino, aunque todavía quedan polígonos que recorrer, nuevas urbanizaciones y parajes a medio hacer por los ingenieros que trazaron el nuevo recorrido de la modernidad.

Es en uno de esos parajes inertes, donde más cruelmente se nota la mano del hombre, en el que decido levantarme para el último ritual de cada viaje, coger mis cosas, que en este caso no es más que mi chambergo negro de crudo invierno, y salir hasta la separación de los coches (el 9 y el 10 para más señas en este evento) donde aguardo la llegada definitiva a la estación de destino.

Las ventanas me permiten de nuevo disfrutar con esos instantes de lentitud, de pausa, en los cuales las vías te siguen, juegan, saltan, cambian, se cruzan y vuelven como si tomaran entre sus brazos el convoy al que colocan de forma cuidadosa en su lugar definitivo para que los que decidimos terminar nos desparramemos por andenes, escaleras y vestíbulo. La puerta se abre con su ligereza habitual, gracias al automatismo de no sé qué, y accedo al granito del suelo de la estación buscando rápidamente la escalera mecánica que me saque de allí, porque en estos instantes el recuerdo ya no existe, ni el blanco y negro cubre mis sentidos, necesito escapar para buscar mi mundo, y ya no me fijo en el tren que se aleja por la larga vía camino de ninguna parte, yo ya he hecho mi camino y ahora busco el final de mi escapada. 

Iron Butterfly llega, dieciséis minutos para seguir, sin hierro bajo mis pies, deslizándome por mis sueños, a fin de cuentas… “In-A-Gadda-Da-Vida”.


¡¡Explicar la Música es como explicar el silencio!!

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