Siempre me he sentido
fascinado por la imagen de las vías cruzándose, buscándose, jugando entre ellas
mientras uno las va dejando atrás, metro a metro, queriendo huir para que no te
atrapen pero al mismo tiempo sintiéndote atrapado por las que de nuevo aparecen
como por arte de magia.
Quizás sea la parte de
mis genes, o de mi sangre que nunca se sabe, que me traspasó mi abuelo,
ferroviario eterno de los de bandera roja y olor a carbón, o quizás haber
vivido durante más de treinta años a unos centenares de metros de la estación
de mi pueblo natal, pero el ferrocarril, lo que le rodea y toda la atmósfera
entrañable que se respira me fascina y me hipnotiza.
Y eso que ahora
hablamos del siglo XXI, lugar de espacios sin fin y de universos por explorar,
de máquinas impolutas de alta velocidad y operarios de uniformes a la última,
pero al final, cuando estoy solo con la mirada perdida por la ventanilla, el
tiempo se detiene, y la velocidad con la que el tren se desplaza pasa a un
segundo plano.
Mi último viaje volvía
a ser una vuelta a casa tras un apasionante y brutal (en el sentido más literal
del término por la cera que se dieron) partido de balonmano, esa otra pasión
que también hace que el tiempo, o más bien mi reloj de la memoria, se detenga
(aunque eso es otra historia) y de nuevo me encontré en el andén de la
remodelada estación que acoge las últimas novedades en trenes de alta
velocidad, comodidad, fashion… un salto al futuro dado por el hombre y que por
una módica cantidad de más puedes disfrutar.
No tardé mucho en hacer que la Música me acompañara en este nuevo escalofrío que mi mente deseaba disfrutar, porque esos momentos con ella, llenados de la esencia que me hacer ser, elevan muy alto el sentido de las emociones y mis entrañas se abren para abrazarla.
Siempre en la vía
número tres, siempre el panel luminoso que ahora te descarga empalagosos
parabienes además de la información sobre el tren en cuestión, siempre la chica
de impecable traje de chaqueta azul que amablemente te corta el billete (aquí
ya no se pica nada) siempre la errónea colocación de los que vamos a tomar el
vagón tal o cual por indicaciones de otro chico de impecable traje azul,
siempre… todo parece igual siendo distinto, terriblemente distinto, ya no veo a
mi abuelo sacando con peligro para su integridad medio cuerpo de su máquina de
vapor y saludando con su pañuelo rojo, ahora los conductores y jefes de trenes
se ocultan tras tintados y espectaculares cristales de diseño (al menos los de
la alta velocidad esta del precio módico de más)
Aún así, tantos años
disfrutando de paseos por las estaciones, para viajar o simplemente observar a
los viajeros entrando y saliendo, me hacen tener esa pizca de cultura retro de
los andenes, y disfruto en lo que puedo de los instantes que me transportan de
un lugar a otro. No soy de masas, y quince personas esperando en el andén me
parecen una multitud insufrible, pero cuando el tren que te va a recoger lleva
veinte vagones y dos máquinas, amén de dos bares y algún servicio más, se
difuminan por el interior y parece que la comodidad de estar casi solo te
abraza durante el viaje.
Esa soledad buscada que solo se rompe por los sonidos que llegando el infinito se acercan a mis oídos y descargan su gloria para que pueda ser yo, conmigo mismo y lo que me hacer estar por encima de este mundo.
A lo lejos, haciendo
una curva que enseña el serpenteante movimiento del convoy (esto es algo que no
ha cambiado lo más mínimo) observas la llegada del tren y comprendes que de
nuevo te han tomado el pelo cuando tienes que andar, y andar, y andar, buscando
tu vagón (perdón, el coche) número 10, ese que pone en el billete junto al
número de asiento en el que se señala sentado. La moderna puerta se abre con
el automatismo del sistema de no sé qué, pero que suena muy bien, y tras otro
impecable señor de traje azul que toma su lugar esperando, la carga humana que
ha terminado su recorrido se desparrama por andenes, escaleras y vestíbulos.
Buscando y buscando,
ayudado por los años en el colegio y el fugaz paso por la universidad,
encuentro el número y la letra que coinciden con los que están impresos en el
billete, comprobando que efectivamente hay una posibilidad de ir sentado, ya
que se trata de un asiento con su respaldo y todo, sus brazos para apoyar y
algún que otro botoncito para hacer cosas. Es cómodo, muy cómodo, y al menos
con espacio para que los pies se estiren sin problemas (es lo que tiene el
precio módico de más) espero unos
segundos y sin apenas sentirlo el mundo comienza a moverse a mi alrededor.
Los inmensos ventanales
me permiten ser un espectador privilegiado de todo el universo que pasa ante
mis ojos, y ya no hay cortinas que bajan y suben buscando o huyendo del Sol,
los cristales tintados provocan que estés en continuo balanceo con la tierra
que atraviesas, y esa sensación es maravillosa. Sin apenas tiempo para calibrar
quién me acompaña en este nuevo viaje, ni para indagar en los rostros
desconocidos que aún buscan su lugar, los auriculares consiguen aislarme del
mundo, y los primeros sones de Mi Música me llevan a tantos años atrás como
recuerdos únicos e irrepetibles.
El lento despegue de
este moderno caballo de hierro a través de la ciudad brinda la oportunidad de
mirar los entramados de cables y edificios que parecen abalanzarse sobre
nosotros, parte de una ciudad desgarrada en sus entrañas y que busca crecer
rodeando todo lo que ahora ocupa la remodelada estación. Las vías vuelven a
cruzarse y entrecruzarse en un juego sin fin, divertidos momentos que me transportan
al blanco y negro de mi niñez, cuando entusiasmado me dedicaba a contar los
viejos maderos que antaño sujetaban los rieles de acero. Ahora es igual, o
bastante parecido, el hierro continúa brillando en esta tarde de Sol que se
refleja en las vías, jugando vivamente con las formas en el camino.
Hoy apenas hay espacios
curvos exagerados, pero aún se puede disfrutar de algunos lugares en los que la
mano del hombre ha tenido que plegarse a los caprichos de la naturaleza, y
encontrar zonas donde las curvas y contra curvas permiten divisar el resto del
tren como siguiéndote a la espera de poder alcanzarte. Todo es más recto, más
sereno, más uniforme, pero las sombras siguen estando ahí, paralelas a lo que
tu vista alcanza, la sombra de los vagones, de los pasos elevados, de todo lo
que confiere al viaje la sensación de cambio y de ir consiguiendo lo que
buscas, llegar, dejar para retomar, sentirte vivo.
¡¡Explicar la Música es como explicar el silencio!!
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