miércoles, 24 de julio de 2024

 


Habían pasado más de veinte años, y no era la ocasión propicia para aparecer de nuevo en ese lugar. Nunca sabes cuando el destino decide hacerte la llamada, ni el motivo para hacerla.

Me costó mucho girar el pomo de la puerta, la que daba acceso al lugar donde miles de veces necesitaba entrar para sentirme liberado, ajeno al mundo y a todo lo que no fueran mis ansias por ser yo mismo. La mano temblaba, pero a fin de cuentas no tenía otra opción, de modo que sin poder calmar la respiración y aspirando el aire de manera torpe, como si estuviera aprendiendo de nuevo a hacerlo, abrí la vieja puerta que mantenía el color que siempre odié.

Una vez dentro, mi mente se hizo la dueña de la situación, y me dejó a un lado para definir qué pasaría dentro de esos pequeños metros cuadrados que me marcaron como ser humano y como persona.

La ventana se encontraba abierta, y la luz de la noche inundaba todo el espacio, pero en instantes todo pareció encenderse y una dulce melodía acarició mi piel mientras mi silueta de décadas atrás se desprendía de mi cuerpo dirigiéndose hacia el lugar donde mi querido Amigo de toda una vida, el tocadiscos que me acompaña desde que soy yo mismo, esperaba siempre para dejarse acariciar.

El brazo buscaba los primeros surcos para hacerles el amor, con el pequeño diamante transformado en ese amante que te hace hablar, gritar, susurrar tras el acto, y las notas de una guitarra excepcionalmente tocada por las manos de un genio me llevaron hacia la nada más absoluta, sintiéndome el amo del universo.

Seguía amándome, esas cuerdas de acero me hacían el amor y yo me dejaba llevar, al son de lo que mi mente requería y con los nombres de tantos y tantos mitos atravesándome las entrañas. Era mágico, algo que siempre quise explicar y que sin embargo nunca pude hacer, a pesar de transmitir de algún modo esa pasión que me ha hecho ser en gran parte de mi existencia. Nunca pude llegar a acercarme para poder enseñar ese sentimiento, y ahora, en los confines de mi mente y con la imaginación trasladándome por los insondables caminos del tiempo, volvía a sentir de manera plena todo lo que hacía que me perdiera cuando me encontraba solo. 

La guitarra, el bajo, los suaves teclados, las cuerdas de unos arreglos hechos arte, todo estaba de nuevo allí, en el mismo lugar, en la misma habitación donde los dioses me hacían ser uno de ellos, con mis manos acariciando el negro vinilo y sabiendo, aún a oscuras, como depositarlo en ese lugar que le hacía girar para expresar amor, deseo, pasión.

No sabía si entrar en el espacio que me daba la vida, aunque realmente ya me encontraba dentro de una manera tan mental que lo real y lo que inunda los sueños se hubieran fundido de manera mística, más allá de la razón y tan cercana a los pensamientos.

El silencio, roto por la Música que comenzaba a llenar el universo, me mantenía en un estado de ensoñación en el cual la imagen fija era la ventana que dejaba entrar la frescura y los colores de la noche, mientras mi imaginación se encargaba de viajar a través de los sueños y los recuerdos, desgranando poco a poco décadas de vida alrededor de unas melodías que me hacían (al menos yo lo creía así) diferente.

Un solo de guitarra me poseyó aún sujeto al pomo de la puerta, recostado sobre el marco, y comencé a llorar. La vieja y eterna melodía sugería momentos de una tremenda alegría, instantes en los cuales era capaz de conseguir todo aquello que quisiera, a través de mi mente y con la única compañía de mis amigos de negro vinilo, que se unían para darme la gloria.

Esa guitarra desgarraba todas las percepciones que podía sentir allí, de pie en la entrada de la mágica habitación, y como contrapunto a su devastador desgarro emocional, los suaves teclados se fundieron con ella para volver a trasladarme donde nada ni nadie podía alcanzarme.

Fue entonces, entre esas notas entrelazadas que componían una preciosa red donde todo se mantenía vivo, cuando sentí en la lejanía una voces tenues, que poco a poco se iban acercando al espacio que formaban la realidad y el sueño hecho uno.

La Música seguía siendo el hilo conductor de todo lo que acontecía, la razón por la que mi mente volvía a vivir esos instantes, y entre su magia y su encanto apareciendo las imágenes difuminadas de algunos personajes que querían vivirla con la pasión con la que yo la amaba, aunque nunca pudo ser igual.

Del mismo modo que un pedazo de mi ser se desprendió de lo que soy para atravesar la estancia y volver a sentir los pedazos de gloria entre sus dedos mientras buscaba el viejo tocadiscos, esas imágenes difuminadas que eran más sonidos que visiones se movían de manera errática al son de lo que nos abrazaba, la guitarra y el inmenso placer de sentirla arañándote la piel.

Volví a “ver” esas manos que hacían de genio mientras nos embobaba con su manera de acariciar el acero, como en la bruma que atraviesa y se posa en el río una mañana de invierno, y los rostros expectantes por lo que pudiera venir después.

Toda mi infancia, la juventud y parte de mi historia como adulto alrededor de la Música ha sido una escucha más que una percepción visual de la misma, y así lo he entendido siempre, a pesar de las nuevas formas de hacerla llegar, a pesar de lo que te sugiere disfrutar de unas manos, una garganta en pleno éxtasis, unos pies que marcan el ritmo y dan sentido a todo lo que llega tras esos momentos.

Nunca he sentido nada igual como en los momentos en los cuales mi imaginación libre y en estado puro de pensamiento “veía” lo que mis entrañas deseaban, dejando que todo lo que mi alma quería de la Música se hiciese parte de mí, y ahora seguía igual, con la luz de la noche atravesando con sigilo la ventana y el pequeño cuarto convirtiéndose en el túnel del tiempo hacia mis emociones, buscando, escudriñando, queriendo encontrar más allá de ese olvido en el que me había sumido después de tantos años.

Los viejos vinilos se afanaban por ser acariciados, en las manos de un chaval que comenzaba a conocer algo de la gloria que le llenaría toda su vida, o por ese pequeño diamante que les hacía hablar y contar las excepcionales historias que llevaban impresas en cada surco.

Mi mano quiso ir hacia el infinito, ese espacio donde siempre he querido estar y en el cual mis sueños me han dejado imaginar con cada pieza escuchada, cada sonrisa que se escapaba ante un tremendo y emocional tema, pero el pomo de la puerta tiraba de mí y poco a poco, la luz que llenaba la habitación desde la noche fue desapareciendo ante mis ojos, las figura difuminadas se desvanecieron en la bruma, y mi yo escapado de mi alma volvió a unirse conmigo.

Veinte años y de nuevo el silencio, la puerta cerrada sin esperar que volviera a visitarla, la Música como alma de una vida en los confines de mi esencia.


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