Habían pasado más de veinte años, y no era la
ocasión propicia para aparecer de nuevo en ese lugar. Nunca sabes cuando el
destino decide hacerte la llamada, ni el motivo para hacerla.
Me costó mucho girar el pomo de la puerta, la
que daba acceso al lugar donde miles de veces necesitaba entrar para sentirme
liberado, ajeno al mundo y a todo lo que no fueran mis ansias por ser yo mismo.
La mano temblaba, pero a fin de cuentas no tenía otra opción, de modo que sin
poder calmar la respiración y aspirando el aire de manera torpe, como si
estuviera aprendiendo de nuevo a hacerlo, abrí la vieja puerta que mantenía el
color que siempre odié.
Una vez dentro, mi mente se hizo la dueña de
la situación, y me dejó a un lado para definir qué pasaría dentro de esos
pequeños metros cuadrados que me marcaron como ser humano y como persona.
La ventana se encontraba abierta, y la luz de
la noche inundaba todo el espacio, pero en instantes todo pareció encenderse y
una dulce melodía acarició mi piel mientras mi silueta de décadas atrás se
desprendía de mi cuerpo dirigiéndose hacia el lugar donde mi querido Amigo de
toda una vida, el tocadiscos que me acompaña desde que soy yo mismo, esperaba
siempre para dejarse acariciar.
El brazo buscaba los primeros surcos para
hacerles el amor, con el pequeño diamante transformado en ese amante que te
hace hablar, gritar, susurrar tras el acto, y las notas de una guitarra
excepcionalmente tocada por las manos de un genio me llevaron hacia la nada más
absoluta, sintiéndome el amo del universo.
Seguía amándome, esas cuerdas de acero me
hacían el amor y yo me dejaba llevar, al son de lo que mi mente requería y con
los nombres de tantos y tantos mitos atravesándome las entrañas. Era mágico,
algo que siempre quise explicar y que sin embargo nunca pude hacer, a pesar de
transmitir de algún modo esa pasión que me ha hecho ser en gran parte de mi
existencia. Nunca pude llegar a acercarme para poder enseñar ese sentimiento, y
ahora, en los confines de mi mente y con la imaginación trasladándome por los
insondables caminos del tiempo, volvía a sentir de manera plena todo lo que
hacía que me perdiera cuando me encontraba solo.
La guitarra, el bajo, los suaves teclados, las
cuerdas de unos arreglos hechos arte, todo estaba de nuevo allí, en el mismo
lugar, en la misma habitación donde los dioses me hacían ser uno de ellos, con
mis manos acariciando el negro vinilo y sabiendo, aún a oscuras, como
depositarlo en ese lugar que le hacía girar para expresar amor, deseo, pasión.
No sabía si entrar en el espacio que me daba
la vida, aunque realmente ya me encontraba dentro de una manera tan mental que
lo real y lo que inunda los sueños se hubieran fundido de manera mística, más
allá de la razón y tan cercana a los pensamientos.
El silencio, roto por la Música que comenzaba
a llenar el universo, me mantenía en un estado de ensoñación en el cual la
imagen fija era la ventana que dejaba entrar la frescura y los colores de la
noche, mientras mi imaginación se encargaba de viajar a través de los sueños y los
recuerdos, desgranando poco a poco décadas de vida alrededor de unas melodías
que me hacían (al menos yo lo creía así) diferente.
Un solo de guitarra me poseyó aún sujeto al
pomo de la puerta, recostado sobre el marco, y comencé a llorar. La vieja y eterna
melodía sugería momentos de una tremenda alegría, instantes en los cuales era
capaz de conseguir todo aquello que quisiera, a través de mi mente y con la
única compañía de mis amigos de negro vinilo, que se unían para darme la
gloria.
Esa guitarra desgarraba todas las percepciones
que podía sentir allí, de pie en la entrada de la mágica habitación, y como
contrapunto a su devastador desgarro emocional, los suaves teclados se
fundieron con ella para volver a trasladarme donde nada ni nadie podía alcanzarme.
Fue entonces, entre esas notas entrelazadas
que componían una preciosa red donde todo se mantenía vivo, cuando sentí en la
lejanía una voces tenues, que poco a poco se iban acercando al espacio que formaban
la realidad y el sueño hecho uno.
La Música seguía siendo el hilo conductor de
todo lo que acontecía, la razón por la que mi mente volvía a vivir esos
instantes, y entre su magia y su encanto apareciendo las imágenes difuminadas
de algunos personajes que querían vivirla con la pasión con la que yo la amaba,
aunque nunca pudo ser igual.
Del mismo modo que un pedazo de mi ser se
desprendió de lo que soy para atravesar la estancia y volver a sentir los
pedazos de gloria entre sus dedos mientras buscaba el viejo tocadiscos, esas
imágenes difuminadas que eran más sonidos que visiones se movían de manera
errática al son de lo que nos abrazaba, la guitarra y el inmenso placer de
sentirla arañándote la piel.
Volví a “ver” esas manos que hacían de genio
mientras nos embobaba con su manera de acariciar el acero, como en la bruma que
atraviesa y se posa en el río una mañana de invierno, y los rostros expectantes
por lo que pudiera venir después.
Toda mi infancia, la juventud y parte de mi
historia como adulto alrededor de la Música ha sido una escucha más que una
percepción visual de la misma, y así lo he entendido siempre, a pesar de las
nuevas formas de hacerla llegar, a pesar de lo que te sugiere disfrutar de unas
manos, una garganta en pleno éxtasis, unos pies que marcan el ritmo y dan
sentido a todo lo que llega tras esos momentos.
Nunca he sentido nada igual como en los
momentos en los cuales mi imaginación libre y en estado puro de pensamiento “veía”
lo que mis entrañas deseaban, dejando que todo lo que mi alma quería de la
Música se hiciese parte de mí, y ahora seguía igual, con la luz de la noche
atravesando con sigilo la ventana y el pequeño cuarto convirtiéndose en el
túnel del tiempo hacia mis emociones, buscando, escudriñando, queriendo
encontrar más allá de ese olvido en el que me había sumido después de tantos
años.
Los viejos vinilos se afanaban por ser
acariciados, en las manos de un chaval que comenzaba a conocer algo de la
gloria que le llenaría toda su vida, o por ese pequeño diamante que les hacía
hablar y contar las excepcionales historias que llevaban impresas en cada
surco.
Mi mano quiso ir hacia el infinito, ese
espacio donde siempre he querido estar y en el cual mis sueños me han dejado
imaginar con cada pieza escuchada, cada sonrisa que se escapaba ante un
tremendo y emocional tema, pero el pomo de la puerta tiraba de mí y poco a
poco, la luz que llenaba la habitación desde la noche fue desapareciendo ante
mis ojos, las figura difuminadas se desvanecieron en la bruma, y mi yo escapado
de mi alma volvió a unirse conmigo.
Veinte años y de nuevo el silencio, la puerta
cerrada sin esperar que volviera a visitarla, la Música como alma de una vida
en los confines de mi esencia.