domingo, 2 de mayo de 2021

Lo Que No Fue

 


Su corazón ya no latía como lo hacía habitualmente. Su corazón lloraba, y lo hacía por un amigo. Un amigo al que quiso con toda el alma y que un día desapareció de su vida. Pero no fue su amigo quien se fue, fue ella la que tomó el camino equivocado.

Se conocieron una tarde de otoño. Digo se conocieron porque varios meses antes, una mañana de primavera alguien los presentó. María le miró y pensó…, no pensó nada: era simplemente un compañero más. Según le comentó Javier mucho tiempo después, nada más verla le llamó la atención el desparpajo que tenía para la edad que representaba (más o menos 20 años) y parecía que no se asustaba ante nada, que se fuera a comer el mundo.

Aquella tarde o casi noche de otoño se encontraron mirándose a los ojos, anhelantes, expectantes. Tuvo que ser María la que con un gesto medio en broma medio en serio posara su mano sobre la de Javier y, haciendo como que no se había dado cuenta, esperó a que él reaccionara. En unos segundos sus manos estaban entrelazadas y despidiéndose de los demás abandonaron el local.

La noche cerrada les invitaba a pararse cada pocos metros y, aprovechando la complicidad de las calles estrechas y tortuosas del centro de la ciudad, saborear unos besos que llevaban mucho tiempo esperando, deseando entregarse.

Fue un día perfecto que acabó con un beso ardiente en el portal de María y un “mejor así, hasta mañana” por parte de él.

Los siguientes meses trascurrieron entre reuniones con amigos, salidas frecuentes, besos furtivos, caricias suaves y manos que poco a poco se aventuraban bajo las camisas de ambos.

Fue una tarde de mayo. El implacable reloj que controlaba la jornada laboral les “sugirió” que debían recuperar las horas que faltaban para el cómputo mensual. Se encontraron en la oficina, sin apenas nada de trabajo por hacer. Tras unos minutos de tonteo, unos besos urgentes bajo la indiscreta y polvorienta mirada de los libros de registro en desuso almacenados en las estanterías, María le dijo a Javier “quiero hacer el amor contigo”. Lo que ocurrió a renglón seguido no lo podían recordar ninguno de los dos. Cuando hablaban de ello, sólo recordaban que una luz se encendió y descubrió una escena que parecía sacada de una película americana. María tumbada encima de la enorme mesa de trabajo de su jefe, con la camisa desabrochada, el sujetador fuera de su sitio mostrando unos pequeños y firmes pechos y las manos de Javier recorriendo todo su cuerpo.

Su historia continuó sin prisas, tranquila, con encuentros cada vez más frecuentes hasta hacerlos casi diarios. Disfrutando de tardes de lluvia escuchando disco tras disco en la habitación de Javier. Contando con la complicidad y la discreción de los otros compañeros de piso se amaron noches enteras. Se dejaron ver por un pub de jazz, compartieron cervezas, saborearon películas antiguas en una apartada e íntima sala de cine. Vivieron cada momento y se dejaron impregnar de todo lo que el otro representaba.

El día que María le dijo “no te rías, pero creo que te quiero”, ya era tarde. El beso intenso de Javier, su abrazo eterno, la ternura que derrochó aquella noche no podían borrar el papel que decía que María se había casado en otra ciudad, varios meses antes, con su novio de toda la vida.

Los dos lo sabían pero se negaban a admitirlo. El qué dirán, el miedo a la respuesta de su familia, hicieron que un año más tarde María volviera a “casa” a continuar la vida que comenzó llevada por la inercia y la cobardía de no enfrentarse a todo y a todos.

Día tras día, semana tras semana, mes tras mes. No pasó un solo día en que María no recordara su amor por él. Un amor puro, tranquilo y apasionado a la vez.

Hoy llora por lo que tuvo y no retuvo, por lo que podía haber sido y no fue. Por su amigo que poco a poco se hundió en el fango. Por ella que no supo…

Hoy su corazón no late, simplemente llora.


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