Espero
tranquilo, y en esta ocasión, y sin que sirva de precedente, es cierto que se
cumple el ahora mismo te atendemos,
así es que me pongo en manos (literalmente) de la chica a la que le toca, o no,
que nunca se sabe, darme un lavado de cabeza para preparar el corte posterior,
y comienza el espectáculo. La muchacha en cuestión, es dulce y amable, pero sin
llegar a ser empalagosa, y de todas las que trabajan en la peluquería, con
diferencia (creedme, con mucha diferencia, porque he “pasado” por todas) las
que posee las manos más hábiles y delicadas. El lavado de cabeza supera
cualquier perspectiva de lo que yo conocía hasta hace un año, porque además de
enjuagarte, lavarte y enjabonarte, supone un masaje completo del cuero
cabelludo que, simplemente, es una gozada sensorial. Como ya me conocía el tema,
y además a la chica que me había tocado en esta ocasión, cerré los ojos tras
colocarme la toalla sobre los hombros y me dejé hacer.
Esta
mujer tiene una cara de placidez que ayuda a relajarse, nunca eleva el tono de
voz cuando te habla, y se toma su trabajo (en lo que se ve) como una
continuación de ella misma, algo calmado, tranquilo, como parte de una obra de
arte, y a fe que lo consigue. La sensación de bienestar que te envuelve cuando
toma la cabeza y la coloca en posición para comenzar a lavarla se transmite
durante todos los instantes, y el no tener prisa, darse su tiempo, te hace
sentir protagonista no de una pieza más de una cadena en un trabajo rutinario,
sino de estar contigo y por ti, como si individualizara cada trato, cada
lavado, cada corte. La verdad es que el interés de todas es similar, pero la
mirada dulce, la cabeza caída hacia la derecha y la leve presión de sus dedos
hacen de esta chica en especial una persona encantadora, aunque sólo sea porque
se la ve encantada (lo esté o no) con lo que hace.
Una
vez que siento sus manos sobre mis cabellos cierro los ojos y me dejo hacer,
siguiendo mentalmente el movimiento por mi cabeza, en cada centímetro de lo que
cubre con sus dedos. Una vez enjuagada, comienza el primer momento de placer
sensorial, cuando el jabón lleva al masaje del cuero cabelludo en toda su
extensión, comenzando por la nuca, siguiendo por detrás de las orejas, los
laterales de la cabeza, el frontal hasta donde las raíces comienzan, de nuevo
la zona occipital, y por fin una serie de recorridos magistrales por el
conjunto en direcciones concéntricas hasta la coronilla, para terminar
cubriendo, con las palmas abiertas, todo lo que puede abarcar.
Sigo
con mis ojos cerrados, y una sensación de tranquilidad me envuelve; los
músculos de mis brazos parecen gelatina, y apoyo las manos en mis muslos para
no sentirlas “pesadas”, mientras el bienestar cubre todo mi cuerpo. Es
increíble como la mente, tan violenta a veces (en mi caso al menos) puede
llegar a ese estado de placidez sin apenas nada, simplemente con sensaciones,
instantes, gestos, interpretaciones de miradas.
Tras
la primera fase, vuelvo a sentir el agua sobre mi cabeza, otra sensación de
bienestar más, y la frescura del líquido haciendo correr el jabón, mientras las
manos van limpiando los restos con la misma delicadeza, pasando esta vez por
toda la superficie y aplastando el pelo. Con mis ojos aún cerrados, unos
instantes de pausa me indican que llega el segundo momento de paz, cuando la
chica frota sus manos con una especie de crema o champú un poco pastoso y
vuelve a deleitarse, y por ende a deleitarme, con la culminación del masaje.
Este nuevo producto hace que los dedos se sientan más, como si penetraran en la
piel, y es aquí donde toma toda la intensidad de la que es capaz, moviendo en
círculos la piel, estirándola, “colocándola”, desde la frente hasta la nuca,
por las orejas, bajo el cuello, dejando que el propio cuerpo se haga a sus
movimientos…
Ahora
no sólo mis brazos, sino todos los músculos que necesito para moverme están
relajados, completamente calmados, y siento la pesadez de la ingravidez
invadirme, mientras mi cabeza, completamente “suelta”, va hacia donde los dedos
la llevan. Un cosquilleo me recorre la columna cuando el cuello es “tratado” de
arriba hacia abajo, y mantengo ese sentimiento de estar fuera del alcance de lo
físico, aunque note luces, escuche voces y sienta la música de la radio sonar.
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