Algunos nunca saben de donde vienen, ni qué son, ni quienes, ni por qué están aquí. Sin embargo, yo nunca tuve esa duda; solamente la presencia de ese ser extraño, de esa apariencia de mujer pegada a la pared que desapareció entre mis dedos me hizo dudar, pero ahora, como parte integral de mi ser, ya no dudo.
Siempre he sabido quién soy, y nunca he dudado ante ningún por qué. Ya
me sobraba este mundo, todo lo que me rodeaba, y no quería estar aquí. Allá
ellos con sus escombros, con sus miserias, con sus desmanes, con su muerte en
vida. No iba a soportar más hedor, mi existencia estaba por encima de ello.
Busqué mi esencia, mi espíritu, me uní a él y desaparecí, hacia el lugar donde nadie que no sea de los elegidos podrá estar nunca. Comprendí a aquel ser, su tristeza, sus ansias por no estar, su deseo más allá del tronar de los cánticos inútiles de las almas vacías.
Paseaba por la orilla del río, sintiendo el agua rozar mis pies. Eran sensaciones que no existían, porque ya no estaba allí, sin embargo ahora podían parecerme más reales que cuando buscaba ansioso esos momentos para escapar de todo, para huir de lo que me atrapaba. El agua subía poco a poco por mi cuerpo etéreo, y no era humedad lo que me cubría, sino una extraña mezcla de todo lo que me había procurado felicidad mientras estuve entre ellos.
No hice nada por evitarlo, dejé que me “empapara” esa esencia compuesta
por ideas, sentimientos, creencias, emociones, y por supuesto por ella, el ser
que me tomó y me ayudó a dejarlo todo, a decidir que mi lugar no estaba donde
mi espíritu ya no se reconocía. Flotaba, sentía el vacío a mi alrededor, aún
lleno de lo que el río me había cubierto, y fui alejándome, hacia la nada,
hacia el lugar…
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