Así
que sin dilación ni remilgos puso manos a la obra. Desde el centro del círculo
levantó los brazos tan alto como le permitió la estrechez de su ropa. Sus ojos
interrogaron al cielo inmensamente azul marino.
ARRABULA
MOJAMA ETOMBA YURUE EST DESENFRENO, gritó Asrán.
El
cielo permaneció inmutable.
Me
miró unos segundos. ARRABULA MOJAMA ETOMBA YURUE JALEA DESENFRENO, corrigió
Asrán.
Pero
el cielo, impertérrito, ni pestañeó un solo instante.
ARRABULA
MOJAMA ETOMBA YURUE JALEA ETOMBA
ETOMBA,
repitió Asrán, preso de excitación. ETOMBA sea, dijo cerrando los puños y
mostrándome sus huesudos antebrazos llenos de arena. ETOMBA YURUE ¿dónde
estáis?, ¿Queréis tomarme el pelo? ¿estáis sordas?, el chino me dijo que las
tratase con dureza, que eran malévolas e indisciplinadas. Os vais a enterar...
Os
llamo y os ordeno que vengáis; gritó desgañitándose.
Ahora
mismo, concluyó arrogante...
El
día se oscureció de pronto, tan bruscamente como la inteligencia y la serenidad
desaparecen del hombre violento.
En
los horizontes, porque era en todos los horizontes imaginables, comenzó a
condensarse aquél maravilloso vapor que hace presagiar una lluvia inminente.
Las nubes venían ahora a la carrera, como si tuvieran prisa por descargar el
agua sobre nosotros, empezaron a adoptar formas de hombre, de mujer, de
demonio, de sapo, y saltaban, y saltaban...No hacía falta que se uniesen para
descargar chubascos, pero cuando se hermanaban lo hacían de una manera tan
pasional, unas encima de otras, desfogadas, enloquecidas, como en una orgía
irracional, jamás las vi disfrutar tanto...
Comenzó
a llover. Dios bendito cómo llovía ¡nunca lo olvidaré!. Asrán reía y reía
levantándolos dedos hacia aquellos gigantes que ahora marcialmente se anudaban
por las caderas para comenzar a girar. ETOMBA les ordenaba con el índice a las
nubes que aún no habían descargado agua y estas a regañadientes se
desenganchaban del resto, y como si de un trabajo se tratara abrían los baños
termales.
Pero
aún hubo de ennegrecerse más el cielo. A Asrán, preso de poder, no le
parecieron suficientes todas las nubes que llegaban y repitiendo el conjuro
entero, invocó a las que no habían venido, a las sordas, a las despistadas, a las
que estaban entregadas en otros campos; todas debían obedecer...
Me
quité toda la ropa igual que lo había hecho Asrán. El asombro me había dejado
tan calado como perplejo. Me bañé desnudo en aquella cascada salvaje. Asrán me
abrazaba. Saltaba por encima de mí con los pellejos rojos como los cangrejos,
mientras las nubes, sólo se concentraban en nosotros.
JALEA
ETOMBA ETOMBA grité acompasándome a la voz de Asrán, pero aún así él lo hizo
más fuerte. Le había atacado la fiebre del poder.
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