viernes, 2 de abril de 2021

Volviendo a la realidad III

 


Engordé cuanto pude, pensando en marcharme cualquier noche, pero decidí esperar a que Asrán se recuperase de su melancolía. ¡Lo encontraba tan solo!. Ya ni tan siquiera quería degollar corderos; se negó en redondo haciéndolo extensible a los demás trabajos. Ni los castigos más cruentos le obligaron a cambiar de aptitud. Fue azotado noche tras noche, día a día humillado desnudo frente a los labios del sol, pero de su boca jamás salió un lamento.

En las noches de luna llena, la planicie se iluminaba plenamente, reflejándose al fondo las montañas de nalgas pelonas, por donde habíamos venido, doradas por la bruma de mar.

Por los cerros caprichosamente abiertos en celo, penetraba un olor marino inconfesable que le hacía a Asrán olvidar las penurias y recordar de golpe sólo los buenos momentos.

Una noche observé cómo le brillaban los ojos a Asrán de manera desmesurada, la luna en celo a su lado parecía pálida, las órbitas de los ojos buscaban enceladas detrás de la noche el reino que ocultaba aquella planicie infernal, el mar en nupcias lo llamaba a su regazo. Ni mis brazos menos fuertes que uno suyo pudieron detenerlo. Arrojó la vara de pastor sobre la casa que sólo Dios sabe cómo se mantenía en pie, y corrió, corrió, y corrió...

A lo lejos sólo se olía un aroma pasional.

Ya nada podía retenerme.

Pero, ¿por qué había tratado de detener a Asrán?

Quizás porque no entendía nada de emociones.

Y la pasión, Asrán corría con pasión.

Pero en realidad, ¿qué sabía yo lo que alimentaba el corazón?

Miré la casa, la madera me pareció más renegrida que nunca. Las paredes las sostenían la soledad de la noche, aferradas a un algo que podía abandonarlas en cualquier momento, la pobreza era tan patente que la casa parecía producto de la ilusión, pero ¿por qué juzgaba aquella pobreza? acaso conocía algo distinto, todos los sitios por donde había pasado eran iguales o peores. Ya que no esperaba ni buscaba nada me marché indiferente. Observé la chimenea, la brisa débil lanzaba al aire pequeños cólicos de boñiga de vaca, era un olor insoportable comparado con la fragancia de las montañas. ¡Tal vez tuviera razón Asrán!. Junto a ellas, pero a cientos de kilómetros al sur, divisé la espalda de Asrán, hercúlea se levantaba y encorvaba en la solitaria saya de la noche; corría tan veloz como la ira de su mirada, nada ni nadie podría detenerlo. La luz de la luna ni siquiera se atrevía a reflejar su silueta...

Salí detrás de él. Las huellas de sus pisadas eran tan profundas como la ansiedad de su corazón.

Al principio corrí nervioso, tal vez porque quería alcanzarlo cuanto antes. Después me fui calmando, obligado por el cansancio, el corazón me latía impaciente, aminoré la marcha, tarde o temprano lo alcanzaría. Era difícil que mantuviera aquél ritmo infernal, pero ¿quién sabe? vuelvo a repetir que no sabía nada de pasiones, no comprendía ni el valor, ni la fuerza, de éstas.

La noche no me permitía ver con nitidez las huellas de Asrán, pero aún así, después de haber caminado quince o veinte kilómetros, comprobé que eran menos profundas que cuando salió. Mis pies bailaban en sus siluetas, parecían dos barcas. Asrán definitivamente había comenzado a navegar...

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