Fluye en mí esa inspiración del
desgarro, que me transforma en un ser que apenas distingo, cuando escribo, leo,
recito o sueño despierto, y sin embargo es fascinante saber que está ahí, en mi
interior, dormitando, fuera del alcance de los hombres.
Desde ese lugar que no busco y que
encuentro cuando estoy conmigo mismo, me siento libre como nunca había sido,
quizás porque no podía adivinarme como hasta ahora, quizás porque el camino ha
llegado a su estación término.
Son mis “cuentos no contados”,
los de mi propia vida, los que me he negado a mí mismo tantas noches sin saber
que los necesitaba, por ser etapas de mi existencia, porque, para bien o para
mal, los he narrado yo, con la voz del desengaño, con las escasas fuerzas del
abandono, con el oscuro sentimiento del vacío más intenso.
Cuando acabé la senda del adiós y decidí llegar al final completo, me tuve de otra manera, como ahora me siento, y sé que estoy en buenas manos, las mías, las que nunca me dejarán caer.
Nunca sabré a ciencia cierta si fui
lo que soy o lo he sido después de no saberlo, pero ahora lo he descubierto, en
los instantes en los que dejé que mi alma, convertida en pluma, desparramara lo
que mantenía sujeto como un salvavidas de mi existencia, lo hiciera salir y
volara buscando ese infinito al que aún me dirijo.
Seguiré desgranando etapas, serán
mis “partes...” incompletas, pero ahora puedo decidir cuando comienzo y
acabo una historia, sin límite de tiempo, descubriendo el espacio en el que se
extiende, y firmando mis propias obras.
Hay cosas en esta vida que no
pueden ser condicionales, o se toman o no se toman, no se pueden hacer en
función de lo que te digan, te hagan, te esperes... porque, seguramente, lo que
te digan, hagan o esperes nunca será lo que realmente quieres.
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