sábado, 3 de abril de 2021

Volviendo a la realidad IV

 


Anduve dos o tres kilómetros más, hasta que conseguí llegar hasta él. Al acercarme observé que los dibujos de los pies no parecían los suyos, todo su cuerpo se había humillado sobre el suelo. Los ojos se desnivelaban moribundos sobre el horizonte. Lo incorporé a la vista como pude, tiré de su cuerpo pesado hacia las montañas, pero se derrumbó en el acto. Aún me quedaban unas gotas de agua en la cantimplora, le abrí la garganta con los dedos intentando que escupiera los surcos de tierra que tenía en la boca, pero era imposible, le introduje con tesón nuevamente la mano, ahora cerrada en su boca y a tirones le obligué a vomitar. La tierra salió a puñados. No tenía agua suficiente para que se enjuagara la garganta, así es que le forcé a beber...

Descansamos el uno junto al otro. Descansamos eternamente como lo hacen los enamorados. Descansamos como lo habíamos hecho siempre. Echaba de menos el balar de las ovejas y el repudio de los perros hacia los lobos a cientos de kilómetros. Me dormí sin pensar en el mañana...

El calor era tan sofocante que me perforaba el cerebro. Me desperté sin sudor y tan cansado, que pensé que los latigazos que todas las noches le daban a Asrán aquella noche me los habían dado a mí.

Lo que a continuación voy a narrar parecerá a todas luces falso e irreal, pero a menudo sucede esto con los hechos extraordinarios; la naturaleza tembló de espanto al saberse dominada. Pero vayamos parte a parte y paso a paso, sin precipitarnos, pues bien lo agradecerán ustedes. Tal vez ninguno de ustedes creerá que lo que voy a contar sucedió, pero créanme que todo cuanto aquí expongo es cierto, o al menos lo creo así. Volvamos al sueño y a la realidad.

Asrán por fin abrió los ojos. Preguntó por las montañas, por una novia sueca de la que hablaban todos los hombres de Mar. Me miró sorprendido, como si hubiera sido yo el que había pronunciado aquella palabra mágica. Volvió la vista hacia las montañas, como si una brújula magnetizara el norte, y se levantó preso de una excitación mayor que un milagro.

El caminar fue tortuoso. Tan pronto se abalanzaba sobre mí, como dibujábamos en la tierra diagonales que no iban a las montañas. El calor allí parecía distinto a todos los calores, el sol taladraba la sombra que dejábamos en la arena; a cada paso se veían nuestras siluetas más débiles. La piel se quemaba debajo de la ropa. Sobre todo se formaban círculos de flama. La muerte empezó a ser un deseo. Pero antes habría de suceder el hecho más increíble que influiría en mi destino.

Asrán miró con delirio a izquierda y derecha, de arriba abajo, de espalda al frente, buscando que no hubiera nadie. Lo miré como si estuviera alucinado, o tal vez ¿era yo el que alucinaba? ¿quién iba a haber en aquella playa? Asrán comenzó a formar alrededor de mí un círculo de arena. El balón parecía desinflado, pero bien servía dijo, se observaba que el dibujo no había sido su fuerte. Yo, que nada sabía de líneas, supongo que lo hubiera hecho mejor, pero a mí todo aquello me parecía una tontería, una forma de perder el tiempo, ¿qué digo? todo daba igual, consideraba que había llegado el final, ALEZ IACTA EST...

Sobre la frente de la colina, hizo tres o cuatro montoncitos de arena; junto a ellos, a izquierda y derecha, trazó varias cruces que me resultaban conocidas, sin duda eran judías, si no ¿por qué habría de conocer aquellos signos?. Me miró Asrán con complicidad, pero en honor a la verdad he de decir que sentí por él ni lástima.

Me explicó entonces Asrán que nada de cuanto había hecho era necesario, ¿necesario para qué? pregunté con indiferencia. Escucha, contestó sin responder a mi pregunta. Lo importante es el conjuro, dijo emocionado y procedió inmediatamente a quitarse los zapatos. A continuación, dio dos vueltas sobre cada montoncito y siete giros sobre la esfera grande hasta que se paró en seco. Te voy a explicar todo para que lo entiendas, o mejor iré al grano, dijo titubeante. Atropelladamente comenzó a revelarme los pormenores sobre el conjuro. Hace años un chino de Manchuria, ¿no sabes dónde se encuentra?, bueno, qué más da, continuó nervioso, me reveló un conjuro para atraer la lluvia, me dijo que jamás se lo revelara a nadie, añadió en voz baja, ni siquiera bajo tortura, si no, las mayores desgracias caerían sobre mí. Me quedé petrificado, no sabía qué decir, ¿acaso podía ser cierto?, Asrán le ponía tanto ímpetu, quizás estuviera ya delirando o tal vez aquél hombre que nunca había creído en nada, necesitase de un milagro para que se cumpliera su sueño, qué se yo, estaba tan confundido. Todo puedo soportarlo, gritó Asrán desafiante, salvo no volver a ver el mar, añadió entrecortado.


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