sábado, 10 de julio de 2021

73 - 1

 


Una mañana me levanté con frío, pero no era el frío que produce la temperatura, eran sensaciones de mi cerebro. Me dirigí hacia la cocina y miré por la ventana. Una espesa niebla cubría el pequeño parque que hay frente a la vivienda, y no podía divisar más allá de unos diez metros. Intenté concentrarme, adivinando lo que se escondería entre la nube que acariciaba el suelo con su rostro, y me percaté de movimiento como sombras que iban y venían.

Dos seres sin rostro atravesaban la mañana y volvían a disiparse entre la humedad del ambiente, danzando sin sentido sobre la hierba que les invitaba a flotar como una alfombra regia. Noté cómo mi cuerpo iba retomando la temperatura natural en él, pero la sensación de frío continuaba conmigo. Abrí la puerta de la pequeña terraza y además de percibir de nuevo a los dos seres flotando, escuché los sonidos que emanaban de lo más profundo de la bruma y que se encaminaban hacia el río que corre cerca de la carretera.

El conjunto de sensaciones se disparó, y me vi envuelto en la espesa niebla que como una mano tendida me invitaba a caminar sobre ella y a unirme al baile que se desarrollaba bajo mis pies.

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